lunes, septiembre 18, 2006

Que será (o no) será el nacionalismo español... (respuesta a Policronio)


Creo que todos ustedes conocen la fábula de los dos comerciantes de zapatos que se acercan a África y observan que sus habitantes van descalzos. Uno piensa que no tiene nada que hacer, puesto que es obvio que nadie lleva zapatos, y el otro piensa que es una gran oportunidad para vender miles de zapatos por el mismo motivo. Tantas cosas en la vida resultan ser una cuestión de percepción... El hecho evidente es que nadie lleva zapatos, interpretar los motivos es otra cosa.

Voy a introducir, con su permiso, un anexo al dilema de los zapateros: Supongamos que el zapatero optimista descubre que los habitantes del país sin zapatos tienen un prejuicio contra los zapatos, y que los chamanes de la tribu dicen que tienen malos espíritus porque los trae el hombre blanco. ¿Qué puede hacer este mercader para convencerles de que no pasa nada por llevarlos y, es más, pueden ser muy útiles para evitar clavarse espinas, clavos sucios y otros cientos de problemas, hasta enfermedades por heridas mal curadas? El juego tiene restricciones: no vale hacerlo por la fuerza, sea blanda - la ley - o sea dura - la policía. En resumen, los habitantes han de ser enteramente libres para elegir si se ponen zapatos o no. Para hacer el juego más preciso, digamos que los chamanes tampoco pueden obligar a no ponerse zapatos. Sin embargo, la gente les cree más.

Espero que esta analogía les sirva para entender mi posición sobre lo que voy a explicar ahora y, en cierta forma, a replicar. Porque la madre del cordero del asunto es que puedo estar perfectamente de acuerdo con Policronio y que me parece que, o yo no me explico bien, causa más probable, o no se entiende: una cosa es que uno trate de describir la percepción de los que no llevan los zapatos y otra que crea que los chamanes tienen razón. Y otra tercera cosa es que uno piense que si la partida se sitúa en el terreno de los chamanes nunca se va a vender un zapato.

Veamos: en Batiburrillo se publicó recientemente una entrada titulada como un lamento, La muerte de lo español como reclamo electoral. A esa entrada yo introduje un comentario en el que manifestaba discrepar al creer este servidor de ustedes que "lo español" no ha sido nunca un verdadero reclamo electoral, porque lo español ha carecido o carece de suficiente reputación. En el debate subsiguiente, a través de nuevos comentarios, discutíamos acerca de esto, sobre si verdadero o falso o si los culpables son los unos y los otros por generar odio contra España. Mi tesis es el que odio, el rechazo, y/o la percepción negativa contra o de España no es inocente, puede que injusto en la mayoría o inmensa mayoría de ocasiones, pero que se deben tener en cuanta dos cosas: hay una idea de España que genera un rechazo brutal, especialmente en según qué segmentos de población, y la segunda que se debe asumir que está ahí y no se puede ignorar tratando a sus seguidores de manera poco adecuada, especialmente en términos electorales. Sobre lo que es "adecuado" o deja de serlo, hablaremos luego.

Berengario, un lúcido comentarista que viene por aquí de vez en cuando (y del que uno disfruta su nivel intelectual) escribió unas pocas palabras que creo que resumen muy bien el origen subyacente de este problema ("quienes se pasaron al separatismo por odio a Franco..."), palabras que yo he reconvertido en "odiando a Franco se aprendió a odiar a España". En este sentido, vengo a afirmar que las connotaciones, seguramente hoy más reducidas, de "lo español" son preferentemente su asociación a autoritarismo, pobreza, catolicismo integrista, atraso y a nacionalismo español, que trataremos de ver lo que es. Una visión de esta idea que califico como literaria, si quieren osadamente por mi parte, la he contado en esta entrada que, estimo, muy probablemente explica mejor lo que pienso que lo que digo aquí y dije en Batiburrillo.

A diferencia de Berlin Smith, Policronio, y creo que algunos otros en sus comentarios, defienden la postura de que este enfoque que prima lo dictatorial, autoritario y, si quieren, antipático de lo español es minoritario y que el nacionalismo español es inexistente.

Para no hacer esta historia demasiado larga, aunque lo va a ser, dedicaré el final de este post a reflexionar sobre el nacionalismo español y a cómo entiende uno que no se es. En una segunda parte (otra entrada consecutiva) responderé a los detalles del post de Policronio. Creo que será todo más entretenido y más fácil de seguir. A lo que iba:

  • ¿Se puede no ser nacionalista? Ya se sabe que se pone en duda por los nacionalistas periféricos españoles, que acusan a quienes les acusan de tribales y de identitarios de ser lo mismo pero a la inversa. El concepto identitario de lo español, tribal, mítico, si quieren la España del caballo de Santiago, de Viriato pastor lusitano, de una-grande-y-libre, de los caídos por dios y por supuesto España se encuentra, prácticamente, desactivado. Tiene tan mala prensa que cuando algún cura se revoluciona y asocia España a la santísima virgen y a férreos principios católicos se arma la marimorena. Probablemente, la carencia de un imaginario fresco y reciente de una asociación del término España no ayuda a que quienes desean muy legítimamente una España perfectamente democrática y unida tal y como la entendemos ahora, encuentren sus referencias adecuadas... quizá pudieran ser los versos de Machado y Miguel Hernández, pero eran republicanos y ya resulta partidista... O las canciones de Cecilia e, incluso de Mocedades o, anatema, Ana Belén (España, camisa blanca de mi esperanza...). Pero vaya, como que no salen. Y me dirán que por qué mento canciones: porque después de todo, las naciones, míticas o no, son convenciones arrulladas por símbolos, fetiches, emociones. España, el país del himno sin letra, el país sin canción para una causa nacional. Por eso no vale el Cara al Sol, porque sólo era de unos. Por contra, parece haber un consenso mayoritario en que els segadors es de todos... los catalanes. Imaginería, pues. Ya saben que muchos opinan que la causa de España como territorio unido mejoraría si la selección española de fútbol ganara un mundial, porque lo del baloncesto sabe a poco: puede que así el catalanismo gobernante no se dedicara a humillar al fútbol español llamando a sus torneos a Nigeria y, encima, ganándole o no perdiendo.

  • El siguiente punto sería, para no ser nacionalista, aceptar que los derechos individuales están por encima de los llamados colectivos, si es que estos existen. Uno piensa que no, al menos tal y como se exponen desde el nacionalismo oficial. Es decir, para no ser nacionalista español, no se debe pensar que se cuenta con un territorio mítico, que puede abarcar tus fronteras o no, y que pertenece a "un pueblo" por una extraña ley antigua o afinidad lingüística o cultural. También consiste en creer que no existen las lenguas propias, porque no crecen ni en las ramas de los árboles ni en la tierra. Ah, me dirán, esto ya lo aceptamos nosotros, pero los nacionalistas no. Efectivamente, pero eso también supone que las administraciones públicas, especialmente las estatales, atiendan a cada ciudadano según su idioma de elección. No sé bien si la Generalitat ha erradicado plenamente el castellano de su ventanillas, aunque lo intente, y parece ser que el gobierno denominado central no es tan capaz de atender a todo el mundo según el idioma que elija. En conjunto, parecería que aquí el nacionalismo español también se habría desdibujado, no pretende imponer el castellano a nadie: mucha gente pide plena garantía de bilingüismo y por pedirlo es injustamente tratado a nivel social y mediático. Es más, y como se me cuenta, genera automáticamente la inculpación de fascista irredento. Otra injusticia.

  • Pero voy a una nueva dimensión. ¿Puede un demócrata rechazar una opinión mayoritaria pacíficamente expresada? ¿Pueden los demócratas rechazar cualquier debate por radical que parezca a determinados segmentos de esa democracia? En las democracias se debate abiertamente por cosas que provocan disputas enconadas: la pena de muerte, el divorcio, ¡el matrimonio gay!... ¿por qué no la secesión? Creo que ven por dónde voy: si uno se considera no nacionalista, debería estar dispuesto a discutir sobre su nación y su continuidad. Discutir, en términos democráticos y parlamentarios, no es aceptar a priori la secesión. Es conceder la posibilidad de que si existe una mayoría o una minoría mayoritaria, incluso una minoría territorial, con deseos, inquietudes, y cumpliendo las leyes de provocar una discusión sobre la "nación" y el "territorio" y, puesto que supuestamente no creemos en leyendas ni en razones históricas por encima de las preferencias de los vivos, a discutir una eventual separación de esa minoría o territorio, no deberíamos poder negarlo. Incluso la posibilidad de cambiar la ley para regular cómo se ejerce ese posible derecho. Claro está que en el juego democrático puede salir que no. Pero supongamos que la reiteración es constante y que se sigue planteando con todos los parabienes democráticos, ¿se puede hurtar ese debate? ¿se puede negar la posibilidad de que se vote sobre ello? Yo, creo honestamente que no, sobre todo si no se quiere ser nacionalista.

  • Ahora, no ser nacionalista y ser demócrata no equivale a ser tonto. Ustedes me dirán que lo que pretenden los nacionalistas es forzar una situación sin vuelta atrás (es decir, se puede votar lo suyo, pero no eventualmente una reinserción en la "nación" originaria; se puede votar sobre Euskal Herria, pero no pretenda usted votar a Álava por separado), y construir un país a la medida del mito. En el peor de los casos, algo como ¿Letonia? ¿Lituania?, donde la minoría rusa tiene que pasar un examen de lengua y tradiciones para ser ciudadano de pleno derecho. Esperen, que creo que algunos elementos del catalanismo y el vasquismo, piensan cosas parecidas. Pues sí, pero eso no exime de la obligación de debatir: debatir quién es el sujeto de la decisión, bajo qué circunstancias, qué sucede con la ciudadanía de quienes se escinden, cómo se reparte el patrimonio del estado en esa comunidad, qué sucede con los derechos internacionales de la parte que no se escinde... etc. En definitiva, no se puede obligar a nadie a ser español si no quiere, salvo que seamos capaces de reducirlo a la condición administrativa, y que cada uno emplee su identidad, su corazoncito, en la leyenda que quiera. El hallazgo es que tampoco podrán los nacionalistas obligar a ser vasco, catalán o gallego a nadie y que, invertido el argumento, si existe una mayoría clara rotunda, sostenida de alavases que prefieren seguir siendo españoles pues... O de navarros, que las leyes prevén, fíjense, que puedan decidir si quieren ser vascos. ¿Por qué no se ha hecho si todos sabemos lo que va a salir? ¿Es por eso o por miedo al ejemplo? No hay que tener miedo al ejemplo.

  • Debatir no significa no tener una posición. Ser jacobino es tan democrático como ser federalista o independentista. Con esto quiero decir que si no se es nacionalista no se debe tener miedo a decir bajo qué condiciones usted desea que las personas y territorios que forman parte de España formen parte de él. Por ejemplo, haciendo un ejercicio a la inversa. Supongamos que mañana en Portugal se produce un cataclismo de sentimientos y nacionalidad y concluyen que deben pedir a España su incorporación como nueva comunidad autónoma de las históricas. Pasmados ante la tesitura, seguramente habría que negociar muchas cosas: cómo es la policía, cómo se regulan los impuestos, qué normativas serán comunes y cuáles no y, por ejemplo, qué salvaguardas se queda el territorio por si desde la nueva capital federal alguien piensa que se puede abusar. Eso no es muy lejano a lo que hoy ocurre en Navarra y el País Vasco. Existe una gran diferencia entre ambos, que tienen un derecho y una vinculación a España similar, cuasiconfederal en muchas cosas. Con una diferencia: en Navarra el sentimiento de nación vasca, prioritaria a la navarra y a la española es minoritario, mientras que en el País Vasco la idea de que es una nación previa a España - puede ser mentira, piensen en los zapatos - adquiere tintes probablemente mayoritarios y hay quien quiere discutirlo. Muchos, con balas, lo cuál invalida nuestro razonamiento: no se puede imponer la nación a tiros, algo que Ibarreche sabe muy bien, cada vez que desafía al estado, sabe que no se pueden mandar los tanques.

  • Pero rematando el argumento de la "posición": pertenecer a España puede tener costes en la mente del nacionalista o del independentista. Lo que no suelen hacer evidente es que tiene ventajas. Pero las tiene, digo yo. Aunque sólo sea en materia de mercado de trabajo y mercados de, eso, mercancías. Los que se sienten españoles podríamos decir: miren, es que yo no quiero una España que no tenga estos mínimos, por ejemplo, lo mismo que le pediría a Portugal que renunciara de su soberanía original para que un estado fuera coherente. Dejo a su imaginación cuáles deben ser. Y que esto puede ser objeto de debate.

  • Se dirá que eso ya se hizo con la Constitución. Se hizo. Pero es obvio que ha fracasado: ciertos sectores piensan que es insuficiente y lo vienen haciendo con un éxito electoral y de público notorio, con toda su demagogia, con sus manipulaciones, con sus mentiras y, también, con sus razones, que las hay. A ese tipo de discursos es verdad que lo alimenta el juego izquierdista de los pueblos y su liberación, apuntándose a un nacionalismo que no quieren reconocer que pondría muy colorado (más) a Carlos Marx, patriarca de su pensamiento (aunque puede que ya no, que el fraude ideológico de la izquierda es morrocotudo). Pero eso no es óbice, valladar ni cortapisa para plantear un debate en condiciones sin miedo a la palabra "secesión", y será responsabilidad de cada jugador saber poner todos los elementos sobre el tablero. Si se es demócrata y se quiere combatir el totalitarismo y la uniformidad nacionalista (se reclama pluralidad, pero sólo para fuera de casa), no parece haber otra disyuntiva. Y de paso, el sambenito de la España autoritaria, impositiva, heroica y al servicio de la cruz y el castellano queda derribado eternamente. A partir de ahí, se quedarían los ciudadanos solitos obligados a decidir si quieren tribu o ciudadanía.

¿Es esa la única forma de hacer que los que se creen al chamán dejen de creerle? Pues no sé si queda otra, porque el bucle infinito de nuevo agravio, nueva reivindicación, rechazo del odiado Madrid y la repulsa de la mera imagen de España no ceden un ápice, sea la verdad o no lo sea, sea por la incitación al odio o no. Al final, cada ciudadano forma su criterio a solas consigo mismo y no le gusta pensar que es manipulado, aunque lo esté, por lo que no creo que quepa otra que convencer. Y convencer de que Madrid, por ejemplo, no le roba con el IRPF, puede ser arduo, pero los datos son concluyentes y el entramado institucional que demuestra lo contrario, merecedor de explicación. Sin que eso quiera decir que el votante no debe reclamar el mayor retorno posible de sus impuestos a su representante en el Congreso. Mientras, el estilo de comunicación Losantiano, arrecia y, con ello, la fe en los chamanes no deja de crecer.

No sé si ahora se me entiende cuando quiero decir que lo español no ha tenido ni tiene buena prensa y, que de seguir así, no la tendrá. Todo ello no es más que mi opinión lo mejor argumentada que he podido. Un placer debatir con ustedes.


(Los detalles sobre el post Policronio, en nueva entrada: si lo pueden resistir)