sábado, septiembre 16, 2006

El septiembre de nuestro descontento


He descubierto que José Luis sabe que lo ha hecho muy mal en Endesa. Que es consciente. El otro día en el Congreso echó balones fuera de modo astuto. Para el oyente perspicaz, el humo no debería haber hecho mella.

Los fontaneros habían preparado una respuesta hábil a las inquisiciones de la oposición: decir, más o menos, que sólo quieren hablar de Endesa por los intereses de los amigos y que la economía crece un montón, el empleo fijo que se ha creado (con ese truco legal que hace pensar al pueblo entontecido que el despido no es libre, que lo es, sólo que caro) y otras fruslerías más debidas a que en el rapto más luminoso de su gestión (el único probablemente), ha dejado a Solbes donde tiene que estar. Poco a poco, no le hace caso a Sebastián, ese hombre de servicio de estudios.

Sabe perfectamente que le ha salido mal y, lo que es peor, que lo ha hecho mal: no había contrargumentos a los postulados de la oposición, sólo desvío de atención. Ergo, como sabemos desde el lado oscuro, el resultado de Endesa es, sencillamente, de un bochorno pocas veces igualado.

El despertar de Zapatero arroja otra nota tétrica sobre este mes de septiembre en el que el dedo que inclina el tiempo en favor o en contra de El Príncipe empieza a mostrar síntomas de inclinarse hacia abajo: no sólo Endesa es un fracaso, no sólo la caterva de ministros y asesores políticos de la cuadra de la renovación se ha demostrado incompetente (Montilla, Sebastián, Costa, la de vivienda ¿quien era?), sino que las grandes tormentas creadas no están resultando útiles: la emigración es incontenible - la regulación, un fracaso en uno de sus objetivos -, la incompetencia en retener esos frágiles esquifes fuera de las costas atroz; la aplicación de la ley del tabaco, tan difícilmente aplicable, permite comprobar que está hecha desde el deseo y no la realidad; el informe de sabios y la renovación de RTVE, un sueño que se termina en despidos y sin que nada, realmente, cambie; la credibilidad de la política interior y exterior, hecha trizas (a pesar de lo europeos que somos, no han dudado en señalar con el dedo el desastre migratorio, el bochorno - lo repito, bochorno - de Endesa) y eso sin hablar del sentido que tiene destruir las relaciones con la primera potencia del mundo. Sumemos a todo ello la comprobación de que lo del estatuto se ha cerrado en falso y que no ha servido para nada: el nacionalismo ya vuelve a la carga diciendo que todo es insuficiente y eso que iba a terminar bien.

¿Qué pasará cuando llegue el primer muerto del Líbano? ¿Qué pasará cuando se agudice la negociación con ETA? Yo les cuento lo que pasará: El Príncipe habrá aprendido a gobernar como gobiernan los príncipes y le habrá costado casi tres años, con los daños que conlleva. Los síntomas se empiezan a ver ya: dejar que los que saben y la prudencia se encarguen de desarrollar los temas. Para eso están Rubalcaba y Solbes, los únicos de ese gobierno que tienen entidad, me plazcan o no, para ocupar esa silla con garantías: saben hacer su trabajo. Y cuando un ministro y su Príncipe saben hacer su trabajo, la preservación del poder, la limitación de los agraviados y el desarrollo de un proceso paulatino para estar por encima del bien y del mal son lo que suceden. El poder, efectivamente, le habrá cambiado. Algo que él, inexperto, incompetente y soñador, repleto de buenas intenciones, dijo que no le cambiaría.

Mientras, a lo mejor relee la biografía y obras de Jordi Pujol y entiende que el gradualismo, la calma y la prudencia, el ajuste de tornillos lentos pero seguros, el apoyo en la masa y en sus creencias, sean verdad o no, son la clave para alcanzar los objetivos más radicales. Es entonces cuando se gana por mayoría absoluta, cuando no hay ruido. ¿Llegará a tiempo? La oposición decide dispararse al pie cada día y tostarse a fuego lento en el 11-M, cuando las vías de agua del Gobierno Redentor se empiezan a abrir con la fuerza de un géiser.