Es lo que me dice Cobarrubias que se tiene que tener conmigo tras la lectura de mi siempre semiácida visión del posible nacionalismo español, encubierto o no de Aznar. Otros comentaristas me dan duramente, algo que me parece muy bien que para esto estamos. Y, mientras les contestaba, se me hacía tan largo, que mejor hacer un post. Pero sobre todo y ante todo, gracias sinceras por la paciencia, siempre es de agradecer que se tomen la molestia de leerle a uno y estoy encantado de que vuelvan por aquí.
Les cuento lo que iba a ser comentario:
¿Saben una cosa? Es muy dificil no ser nacionalista. En serio: todos nosotros tendemos a tener una cierta idea de raíz histórica-legendaria sobre las bondades de la tierra en que vivimos y el nombre que le damos. Un invento de los hombres. Hasta el punto de que muchos lo mitifican. Cuando la patria se vuelve esencialista, verbigratia Sabino Arana, José Antonio, Prat de la Riba, Francisco Franco Bahamonde o el Sr. Carod Rovira, se convierte en un auténtico coñazo si no en una máquina de generar muertos.
Wallenstein ha explicado (sigan el enlace de los comentarios) perfectamente los agujeros históricos de los que creen en una España inmutable y unificada. ¿Que Aznar no cree en ella? ¿Que es un honrado constitucionalista y creyente en las autonomías? ¿Que su discurso es de derechos civiles? No pongo en duda sus buenas intenciones, pero advierto que el lenguaje nos traiciona: en su psique, que es libre, le gusta la bella idea de la España heroica, de Reyes Católicos y la batalla de Lepanto. Tómenlo como una explicación literaria, no que lo haya dicho así. Eso no tiene ningún problema mientras no tiene consecuencias políticas.
Ya saben lo que pienso yo: la identidad es privada (o debe ser) y la ciudadanía pública (o es mejor que sea). Por tanto, la única forma de contarrestar la apabullante sobredosis rallana en lo totalitario a la que no someten los portadores de la identidad vasca y catalana que no hacen privada, es no oponer otra identidad, porque casualmente la identidad del españolismo más rabioso se basa, precisamente, en la pureza de sangre: ni judíos ni musulmanes, ajenos a esta tierra, tan ajenos como el castellano en Cataluña según nos quieren decir. Podría añadir que en su versión del siglo XX, tampoco rojos, pero ya sé que me van a pegar por decirlo: porque rojos eran todos los opuestos a la oprobiosa, incluídos separatistas y, cómo no, su dosis de estalinistas.
Los muertos no hablan y, sobre todo, no están, estimado . Aunque sean víctimas de ETA (y entre los no muertos, hay opiniones diversas sobre cómo abordar a ETA). La política es para los vivos: yo soy español y me importa un cuerno la razón histórica que demuestre que tengo que ser necesariamente español, si es que existe. Es una condición administrativa y, por supuesto, cultural en lo que tiene de referencias personales, que me deja satisfecho y que no me obliga a nada especialmente complejo, como pensar en cómo se vasquiza o se catalaniza mi nombre para que me miren bien los vecinos. Está claro que otros sí tienen ese problema.
Ahora bien si otras personas quieren otra condición administrativa, ¿quién soy yo para oponerme, para encontrar una razón histórica que se lo impida, si se dan las condiciones democráticas para hacerlo? Lo que no puede ser, como pretenden los nacionalismos que nos asolan, es que la gente deba ser sometida a un concepto de identidad. Es bien cierto que el concepto de identidad más casposo de lo español no hay gitano que lo levante hoy en día, aunque eso no quiera decir que no perviva en corazones, almas e ideas. Y, a veces, en política: algún cura suele dar la nota. No es un delito, casi forma parte de las dificultades de comprensión de la realidad de la condición humana. Sin embargo, lo que ha dicho Aznar, sin mala fe preconcebida seguramente, es ideológicamente nacionalismo español e históricamente falso, como casi todo lo que dicen los nacionalistas.
En cambio, acerca de tener que andar pidiendo perdón y esas cosas, tiene razón: es una solemne gilipollez. Y, si quieren, sirven de contrapunto a lo otro. No hay que pedir perdón porque yo no tengo la culpa, por ejemplo, de si mi abuelo era un conocido falagista que se dedicaba a fusilar, o un conocido comunista que se dedicaba a dar el paseo: no tengo la culpa de sus crímenes. Ah, y tampoco de sus méritos. Tampoco tengo culpa de que las enfermedades portadas por unos tipos extremeños sueltos por la América inmediatamente posterior a Colón mataran miles y miles de indios. Como tampoco tengo el mérito ni la culpa de que las tribus sometidas por los aztecas se rebelaran contra ellos ayudando a "los españoles" que, de paso, se montan su imperio. Ninguna rareza histórica.
Por tanto, lo que yo concluyo del discurso de Aznar, y que es lo que me interesa aquí, es que para responder a un argumento vil que es este que predomina hoy de los perdones colectivos y, por supuesto, el que tengamos que pedir disculpas a los musulmanes fanáticos porque nosotros pensamos de otra manera, ha empleado un argumento nacionalista. Puede que sin querer. Seguro. Y que precisamente, hay que huir de ellos, porque la combinación nación-religión-violencia-muerte, como bien sabemos españoles, irlandeses, vascos y británicos, judíos y musulmanes, es verdaderamente temible. Por favor, ahora no me digan que yo digo que Aznar incita a la violencia, porque no es lo que digo, hago crítica de ideas.
Con mucho gusto,
BS.
P.D.: Mi concurso/orgía narcisista continúa, y D. Ricardo se venga de mi en Moscú. Síganlo, que lo pasaremos en grande.
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