domingo, julio 05, 2009

Resurrección y segunda muerte de Berlin Smith


Las olas mecen un cadáver en la playa de Santa Mónica. La temperatura es suave cuando el muerto alza el cuello y mira al frente. Una caracola le cubría la cara y cae a su vera sin desprender una sola moneda, ni oro ni joyas. Moviendo con rapidez los párpados limpia los restos de arena, detritus y agua salada. Al frente, el Pacífico. Al oeste, el mar. A su espalda el rumor de algunas personas que se preguntan con voces extrañadas si la masa corporal que ven debe ser ignorada o denunciada al cuerpo que corresponda. Incluso retienen a sus perros y explican a los corredores la similutud con un muerto del hombre tirado en la orilla. El difunto comprueba que a su espalda sigue el pasado, su peso inconfundible, su discusión cansina. El sol que cae en el horizonte donde termina el mar le insinúa que el futuro está más allá. Su cuello cae de nuevo y el cerebro termina de dar órdenes a corazón, vista y oídos, la conciencia se va en paz. El agua está cálida y renuncia a pronunciar adiós, el silencio es lo único que le pareció verdadero.