jueves, diciembre 08, 2005

Una disquisición probablemente liberal


Esta es una disquisición probablemente liberal:

Sartre, ese viejo y a ratos fascinante mito de la izquierda europea, ese extraño ser empeñado en conciliar su humanismo con el marxismo, incluso con el marxismo llevado a la práctica, escribió en El Ser y la Nada que "el hombre está condenado a ser libre, porque una vez arrojado al mundo, es responsable de todo lo que hace". Una frase como esa, le parece a este ignorante en filosofía un aserto apropiado para un protestante. Apropiado para un liberal.

Vicente Verdú, que él me disculpará si equivocadamente le atribuyo un sesgo digamos cercano a las corrientes socialdemócratas, titula su columna de hoy en El País "El consumismo es un humanismo", toda una evocación del clásico sartriano "El existencialismo es un humanismo". Dice algunas cosas que merece entresacarse:

Nuestra sociedad española, y no española, sigue contando con una vasta legión de nuevos reaccionarios, antiguos progresistas, que ven en el consumismo la raíz de las peores dolencias, pero son ellos los afectados en su punto de vista.

Por el consumismo, dicen, nos degradamos, y esta monserga, en diferentes tonos, nos acompañará desde estos primeros días de diciembre hasta las penurias de la cuesta de enero


Pero dice más:

Sin la fuerza del consumismo desfallecería la base del sistema y, en consecuencia, la producción, el empleo, la renta, las oportunidades de vivir y, ahora, además, el método automático de hacer el bien al prójimo. Dar limosna comprando, salvar a un pobre derrochando: el sistema se ha acoplado tanto con el consumo y el consumismo como la naturaleza con el reciclaje. Más consumo equivale a mayor prosperidad y grandes compras en Navidad son el buen augurio del año. Para todos. Puesto que el consumismo se ha reencarnado en humanismo.

Hasta hace poco, el vicio de consumir parecía un acto de exclusivo narcisismo. A la acción del ahorro se asociaba la idea de solidaridad (con las generaciones futuras, con los beneficios de la inversión acertada) mientras el consumo sufría la mala fama de la egolatría. Contrariamente hoy, el consumo demuestra palmariamente su carácter de extraversión, comunicación, comunidad, movimientos transatlánticos. Sus contumaces detractores, chapados a la antigua, continúan diciendo que por el consumismo nos consumimos. Pero viene a ser precisamente al revés: gracias al consumo elegimos, nos degustamos, nos reconocemos y, al cabo, transformamos aquella primera etapa del seco amor por los objetos en una jugosa lubricia interpersonal. Cambiamos, en definitiva, la represión por la expansión y la continencia repetida por el juego interminable de la ilusión o la compulsión.


Esta es una disquisición probablemente liberal: si, como dice Verdú, "gracias al consumo, elegimos", si siendo más Friedmaniano somos (o debiéramos ser) libres de elegir, si siendo sartrianos somos responsables de lo que hacemos y no debiéramos sentirnos culpables de consumir... es que debiéramos ser libres o proponernos serlo. Verdú nos aclara que ahora que las marcas dedican parte de sus dineros para convencernos de elegir sus productos, con menos motivo debiéramos sentirnos culpables de... consumir ¿Es todo esto el meollo de la libertad?

El cuento de las calles de Cuba dice que ese es un país en el que se da un alto grado de consumismo. Con su mismo traje, con sus mismos zapatos, con su mismo plato de arroz...

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