martes, diciembre 06, 2005

La Nación, las Españas y el realismo, ese hecho escurridizo


Cuando leía a Jon Juaristi y asimilaba el hecho de la melancolía nacional, es decir, la memoria entristecida, evocadora y latente (de latir, de supurar, de sufrir) de un pasado que nunca existió, sólo me quedaba una pregunta por resolver: y si es así, que el nacionalismo es pura menlancolía y alejamiento de la realidad, ¿cómo es que, a pesar de todo, existe?. Mejor dicho, ¿qué hacemos con un hecho que irremediablemente es presente y que no va a cambiar por mucho que descubramos sus verdades falsas (aunque, desde luego, la digamos, la contemos, la divulguemos)?. Sería una esperanza imbécil el creer que conseguiremos que los nacionalistas de toda especie alumbren por sí mismos su bucle melancólico y se encuentren con una nueva certeza.

Xavier Rubert de Ventós, apuntó un argumento:

Todos querríamos claro está, mujeres y naciones incluidas, que ni el nacionalismo ni el feminismo existieran. Su ideal, el destino que uno y otro anhelan es precisamente el que anunciaba Marx para el Estado, el de disolverse en cuanto tales. Su condición es como una fiebre, como un síntoma de la pobreza política o discriminación legal de ciertos individuos, que serían los primeros en querer dejar de sentirla. Los dos – nacionalismo y feminismo – son cosas que no hubieran debido existir, que dañan a sus propios protagonistas, que les amargan y les aíslan del entorno, que les obligan a reivindicar algo tan elemental como su ser, en detrimento de tantas cosas que en situaciones normales podrían y deberían hacer. ¡Qué pesado resulta ser mujer o catalán!. ¡Qué pérdida de tiempo, qué insensatez, ese continuo reivindicar la propia identidad a expensar de mil tareas que reclaman nuestra atención y nuestro esfuerzo!

El tema parece así de claro: tanto el feminismo como el nacionalismo son cosas que no deberían existir. Y eso mismo hace de ellos los fenómenos más sintomáticos de nuestra época


Cuando Rajoy dice taxativo que sólo existe una nación, la española, tropieza con la realidad. Suponiendo que es cierto, ¿qué sucede con los que no lo piensan? ¿qué sucede si no están dispuestos a cambiar de opinión? ¿puede permitirse el país no resolver la contradicción entre quienes creen que hay una y quienes creen que son algunas más? ¿qué respuesta tiene el conservadurismo español para esta realidad? ¿basta con gritar a los cuatro vientos que la Constitución es esa bella señorita que a todos nos seduce? Quizá es el debate ideológico que el PP necesita realizar y que debiera hacer bien dentro de sus filas, porque de ello depende el que la gente que opina esta cosa tan diferente pueda aceptar las razones de Rajoy.

Escucho ahora a Lluis Llach, enero de 1976, concierto en Barcelona. Al final de L'Estaca se escucha una voz lejana que grita ¡visca Catalunya!. El público responde al unísono y con entusiasmo, ¡visca!. Nadie puede imaginar ni entonces ni hoy que se hubiera gritado, en un recital en el que insistemente se repetía aquéllo de "amnistía, libertad", ¡viva España!. La realidad, me dijo un amigo sabio, es tozuda.

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