jueves, diciembre 08, 2005

De las creencias y la percepción, a la identidad


El hijo de mi amigo del alma que, como saben, es catalán (una casualidad como otra cualquiera) ha venido a pasar el puente a Madrid. Por su edad, no le conmueve ningún interés sociocultural, básicamente está entusiasmado con la posibilidad de conocer jóvenes madrileñas en flor (o de donde sea, esencialmente las prefiere jóvenes y abiertas... de mente). No le culpo, a su edad yo pensaba en lo mismo, la dictadura del ADN tiene estas cosas que hay que saber conllevar.

Al chico, la política, como más o menos he dicho ya, le importa un pimiento. Así que vive de las percepciones normales de la gente normal (si es que tal cosa existe). Entretenidos, con una cerveza en la mano y repasando el plan para quemar Madrid que se traen entre manos él y la colección de zangolotinos que le acompañan, damos vueltas a las fechas que son éstas que son: este absurdo laboral de las dos fiestas consecutivas separadas por un día. Una cosa lleva a la otra y me dice "es que en Madrid tenéis muchas fiestas". En tono docto y paternal le explico que el calendario laboral es igual para todos, que existen una serie de fechas que las autoridades locales ponen por su cuenta pero que en el conjunto suman los mismos días. Como la política le importa un carajo, no había caído en la observación de que el once de septiembre sólo se celebra en Cataluña. Tampoco en la cuestión sociológica de que San Esteban no es tradicional a este lado del Ebro. Ni la Mercé, aunque tenemos San Isidro.

Otras percepciones interesantes son esas del déficit fiscal. Es sintomático ver cómo siempre está fuera del debate que la Comunidad de Madrid lo tiene mayor que Cataluña. Y no es moco de pavo el mallorquín. No se sabe el vasco y el navarro por la cosa del concierto. Así, lo que es un puro efecto del IRPF (pagan más los tramos más altos de renta) se convierte en la "percepción de saqueo". No le he preguntado ni a mi amigo del alma ni a su hijo si se consideran expoliados, pero como toda cosa repetida con insistencia (perdón que suene a Goebbels, pero tengan por seguro de que no acuso al tripartido de ser nacional-socialista), pues seguramente lo perciben así. Es decir, que si el problema es la decisión del gasto (una decisión que toma el Parlamento con la presencia de diputados de todos los territorios), se percibe que la causa está en la recaudación, cuando es obvio que es igual, fraude y conciertos aparte, para todos. Y sobre el tema del gasto, dada la influencia de los partidos catalanes en los distintos gobiernos de la democracia resulta chocante que se convierta en arma política en los últimos años. Pero es el clásico: Cataluña trabaja, Madrid repleta de funcionarios se lo lleva. Algo de lo que cabe sospechar, porque ya saben que alguien decía que los tópicos son verdad.

Estas cosas, que tienen su morbo, no son exclusivamente de catalanes y madrileños. A la gente le gusta creer determinadas cosas porque nos justifican. Así, ¿se les ha ocurrido preguntar algunas veces a un español quien es más creativo, si un alemán o un español? No, no lo digan. Estoy seguro de que no tienen duda. Dónde va a parar la gracia y el salero, esa picaresca inventiva frente a esos tipos tan cuadrados, tan grises. Nosotros el país de Picasso, Dalí y Buñuel y no sigo porque no habría espacio. Hoy la prensa publica, por enésima vez, uno de esos estudios donde se compara la capacidad de innovar de los países. ¿A que se lo imaginan? La lista de los más innovadores empieza por y de mejor a peor: Estados Unidos, Finlandia, Suecia, Dinamarca, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Bélgica, Holanda, Austria, España e Italia.

Independientemente de que pudiera haber errores en la información o en el propio estudio (en los periódicos existe una tendencia peligrosamente insistente a informar mal de todas las cosas que son datos o estadísticas) casi nadie tiene duda de que tecnológicamente nunca ha sido España un primor. Parece que los españoles no asocian innovación técnica a creatividad, la asocian más al ripio y la chirigota por lo que se ve. Así, es sorprende que esa gente tan seria como la escandinava gane por goleada a los países, explosivamente creadores, del mundo mediterráneo.

Alemania queda en sexto lugar en un trabajo promovido por los propios alemanes a los que nunca me he tomado la molestia de preguntar si se consideran creativos: pues no lo sé, si la cultura que ha dado a los grandes campeones de la filosofía moderna y de la física, por no hablar de la reputación de sus músicos... Me dirán que si hago una lista de los anteriores aparecerán muchos austríacos (y muchos judíos, qué divertido) pero no veo a ningún español poniendo como ejemplo de tradición creativa a los austríacos, esos centroeuropeos.

Lo que juzgo interesante de estas percepciones es que terminan convirtiéndose en creencia y en justificantes o excusas para confirmar una identidad, sea inventada o no: pretendidamente se confirmaría un hecho y con ello ya puede tener uno paz interior. Es interesante, porque contribuye tanto a los mitos positivos como a los negativos. Por ejemplo, ese eterno complejo de inferioridad español. Los españoles se creen muy creativos e inventivos, pero también el reino de la chapuza y la informalidad (¿cómo cuadra eso con la capacidad del Santander o de Telefónica de competir internacionalmente? ¿Será que no se lo han creido y tienen que hacer las cosas bien?). Los catalanes se creen modernos, trabajadores e ilustrados. Es mejor creer que uno es así, aunque en la realidad no sea para tanto: Josep Pla creía que Cataluña es un país muy ordinario y grosero, al tiempo que creía que era el más democrático del mundo. También los alemanes se creen mucho más eficientes y seguro que, en líneas generales, lo son, no sabemos si tanto como los suecos. De modo paradójico uno presiente que ambas cosas, la creencia cierta o falsa y la realidad, son simultáneamente ciertas aunque sean contradictorias entre sí. Lo malo del asunto es que se convierte en un arma arrojadiza sobre la superioridad de razas, pueblos, agravios y desagravios. Supongo que es una constante de la vida de los hombres de todos los tiempos.

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