¿Es Josu Jon el verdadero Gerry Adams del nacionalismo vasco? Me dirán que no, que Josu Jon no es ni ha sido nunca sospechoso de llevar una pistola al cinto, pero Gerry Adams presenta en cierta forma el estilete de las renuncias que determinado nacionalismo irlandés ha tenido que realizar desde que el IRA decide que no va a ganar la guerra con las armas. Un debate interesante es determinar si el IRA ha dejado las armas porque piensa que tiene que convivir con gente que no piensa lo mismo o porque piensa que la demografía católica le acabará dando la mayoría y podrá alcanzar sus objetivos de modo más fácil. Es decir, puede que la imposibilidad de efectuar una imposición sobre la mayoría de la población a balazos se sustituya por una nueva imposición vía votos. Por supuesto, existe la posibilidad de que no sea así, a lo mejor se piensa que verdaderamente se debe construir un espacio de no imposición entre una comunidad y otra, se supone que para ser una.
Esta digresión irlandesa pretende disponer de las imagenes comparativas para analizar los planteamientos teóricos del nacionalismo vasco dominante. Si no puedo imponer el Plan Ibarreche, ¿qué puedo hacer? Josu Jon ofrece hoy algunas ideas a priori interesantes, léase lo que dice en El País sobre un nuevo pacto con el estado (ya saben, la obsesión del mito medieval de los fueros pactados): "ese acuerdo tiene que ser una especie de cofre de doble llave, en el que una quede en manos de la sociedad vasca y la otra en las del Estado, de forma que tengamos unos y otros conjuntamente capacidad para abrir el cofre." Ajá. ¿Qué es el cofre? No debe ser otra cosa que la caja de Pandora, es decir, de qué forma me hago independiente y, elucubremos, bajo qué condiciones. La formulación es impecablemente democrática. En este blog se defiende que el sentimiento nacional no se impone, se trata de elección íntima sobre la que el estado no tiene nada que decir. Por tanto, que nuestro sistema constitucional refleje un mecanismo jurídico más o menos imperfecto para tomar decisiones sin violencia (esencia misma del sistema) no es objetable. Lo curioso es lo que viene después, cuando Josu Jon es interrogado sobre si ésta es una solución definitiva. Y no, no lo es. Bajo la inocencia que supone aceptar que no conocemos el futuro ("yo qué sé qué modelo político van a querer mis hijos y mis nietos"), se marcan horizontes temporales, algo muy estratégico: "Lo que quiero es resolver un problema que, como mínimo a lo largo de 15, 20, 25 años, quede estabilizado". La pregunta es la misma que en el caso de la hipótesis irlandesa, ¿quiero el mecanismo para trasladar en el tiempo la imposición?. ¿Quién dice que esperaremos 15 ó 20 años si podemos cambiar de opinión mañana?.
Los nacionalismos españoles (que me perdonen ellos por denominarlos así, aunque excluyo expresamente el "nacionalismo español") tienen una excelente capacidad para generar conceptos y crear la agenda política, seguramente porque la imposibilidad de conseguir el objetivo máximo debido a la realidad demográfica y económica conduce al análisis exhaustivo sobre cómo progresar en la causa. Pero no por ello abandonan el fondo totalitario que sí comparten con el "nacionalismo español". El discurso de Josu Jon es moderno y lógico: ausencia de unilateralidad, garantías para el Estado, involucración con el Estado si se acepta la estructura plurinacional... Pero sospecho que el nacionalismo vasco (tampoco el catalán) no está preparado para renunciar al fondo tribal de su política real en el momento en que el pacto fuera posible: un ejemplito es el veto a los escritores en castellano catalanes en la feria de Francfort. Es decir, que tras estos pactos a la Quebequesa sí se produciría la renuncia definitiva por parte de "lo español" a la concepción "castellana" del Estado y a la uniformidad digámosle jacobina que históricamente defendió el liberalismo constitucionalista desde las Cortes de Cádiz.
La verdadera inquietud es si los nacionalismos periféricos renunciarían a su concepción cultural y racial (aunque no lo admitan) de sus "construcciones nacionales" aceptando que en las garantías de ese pacto se encuentre el respeto y la igualdad de condiciones para los que no quieren ser "sólo vascos" y no quieren que sus hijos sean "sólo vascos", por si dentro de 15, 20 ó 25 años a alguien le da por querer obligar a que sean otra cosa. Ésta, creo yo, es la verdadera respuesta intelectual que se debe elaborar desde un planteamiento no nacionalista de la nación (dicho en términos liberales) española. Un planteamiento que debe pasar por los mínimos exigibles de permanencia en el estado: fiscales, de respeto competencial, de lealtad institucional, de igualdad de oportunidades y derechos entre individuos de un mismo estado y de renuncia a la imposición de un proyecto cultural totalitarizante. Es decir, y por poner un ejemplo significativo, trasladar la asunción de que las lenguas son el uso de hablantes y no "propias" de un territorio, que no crecen como brotan los eucaliptos y las jaras en el campo y que cada ciudadano debe ser libre de poder usar la que quiera, ser atendido por el estado en la que desee y, más allá, no verse obligado por el estado a emplear la que le conviene. Casualmente, lo que le piden los nacionalistas al "estado español" pero que no están dispuestos a efectuar a la inversa. Este es el verdadero cofre que debería abrir Josu Jon.
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Esta digresión irlandesa pretende disponer de las imagenes comparativas para analizar los planteamientos teóricos del nacionalismo vasco dominante. Si no puedo imponer el Plan Ibarreche, ¿qué puedo hacer? Josu Jon ofrece hoy algunas ideas a priori interesantes, léase lo que dice en El País sobre un nuevo pacto con el estado (ya saben, la obsesión del mito medieval de los fueros pactados): "ese acuerdo tiene que ser una especie de cofre de doble llave, en el que una quede en manos de la sociedad vasca y la otra en las del Estado, de forma que tengamos unos y otros conjuntamente capacidad para abrir el cofre." Ajá. ¿Qué es el cofre? No debe ser otra cosa que la caja de Pandora, es decir, de qué forma me hago independiente y, elucubremos, bajo qué condiciones. La formulación es impecablemente democrática. En este blog se defiende que el sentimiento nacional no se impone, se trata de elección íntima sobre la que el estado no tiene nada que decir. Por tanto, que nuestro sistema constitucional refleje un mecanismo jurídico más o menos imperfecto para tomar decisiones sin violencia (esencia misma del sistema) no es objetable. Lo curioso es lo que viene después, cuando Josu Jon es interrogado sobre si ésta es una solución definitiva. Y no, no lo es. Bajo la inocencia que supone aceptar que no conocemos el futuro ("yo qué sé qué modelo político van a querer mis hijos y mis nietos"), se marcan horizontes temporales, algo muy estratégico: "Lo que quiero es resolver un problema que, como mínimo a lo largo de 15, 20, 25 años, quede estabilizado". La pregunta es la misma que en el caso de la hipótesis irlandesa, ¿quiero el mecanismo para trasladar en el tiempo la imposición?. ¿Quién dice que esperaremos 15 ó 20 años si podemos cambiar de opinión mañana?.
Los nacionalismos españoles (que me perdonen ellos por denominarlos así, aunque excluyo expresamente el "nacionalismo español") tienen una excelente capacidad para generar conceptos y crear la agenda política, seguramente porque la imposibilidad de conseguir el objetivo máximo debido a la realidad demográfica y económica conduce al análisis exhaustivo sobre cómo progresar en la causa. Pero no por ello abandonan el fondo totalitario que sí comparten con el "nacionalismo español". El discurso de Josu Jon es moderno y lógico: ausencia de unilateralidad, garantías para el Estado, involucración con el Estado si se acepta la estructura plurinacional... Pero sospecho que el nacionalismo vasco (tampoco el catalán) no está preparado para renunciar al fondo tribal de su política real en el momento en que el pacto fuera posible: un ejemplito es el veto a los escritores en castellano catalanes en la feria de Francfort. Es decir, que tras estos pactos a la Quebequesa sí se produciría la renuncia definitiva por parte de "lo español" a la concepción "castellana" del Estado y a la uniformidad digámosle jacobina que históricamente defendió el liberalismo constitucionalista desde las Cortes de Cádiz.
La verdadera inquietud es si los nacionalismos periféricos renunciarían a su concepción cultural y racial (aunque no lo admitan) de sus "construcciones nacionales" aceptando que en las garantías de ese pacto se encuentre el respeto y la igualdad de condiciones para los que no quieren ser "sólo vascos" y no quieren que sus hijos sean "sólo vascos", por si dentro de 15, 20 ó 25 años a alguien le da por querer obligar a que sean otra cosa. Ésta, creo yo, es la verdadera respuesta intelectual que se debe elaborar desde un planteamiento no nacionalista de la nación (dicho en términos liberales) española. Un planteamiento que debe pasar por los mínimos exigibles de permanencia en el estado: fiscales, de respeto competencial, de lealtad institucional, de igualdad de oportunidades y derechos entre individuos de un mismo estado y de renuncia a la imposición de un proyecto cultural totalitarizante. Es decir, y por poner un ejemplo significativo, trasladar la asunción de que las lenguas son el uso de hablantes y no "propias" de un territorio, que no crecen como brotan los eucaliptos y las jaras en el campo y que cada ciudadano debe ser libre de poder usar la que quiera, ser atendido por el estado en la que desee y, más allá, no verse obligado por el estado a emplear la que le conviene. Casualmente, lo que le piden los nacionalistas al "estado español" pero que no están dispuestos a efectuar a la inversa. Este es el verdadero cofre que debería abrir Josu Jon.
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