sábado, mayo 21, 2005

Carod, Carod...

Carod o la encarnación del absurdo que vivimos. Ya sabíamos por aquel asuntillo del viaje a Perpiñán que este hijo de aragonés (la nación es un accidente sexual, dijo Albert Boadella) era un irresponsable y un incompetente a quien no se le pueden poner asuntos de estado en las manos. El señor no ha comprendido que cuando se ostentan responsabilidades institucionales en representación de, no de los votantes de uno, sino del conjunto, uno no puede hacer las cosas por su cuenta. Uno no puede exponerse a que una institución haga el ridículo llendo a ver a un grupo terrorista para que luego le deje en evidencia por muy buenas que sean las intenciones: la institución está por encima de las personas y de la persona que la representa en un momento del tiempo. Si hay que hablar con un terrorista, se manda a un enviado sin cargo ni responsabilidad con el don de ser de confianza (si sale mal, él carga con el muerto; si sale bien, la medalla es del jefe, así es la vida, así es el uso del poder).

El numerito de las banderas en Israel viene a ser lo mismo.Si se viaja al extranjero en misión oficial, y por mucho que se defienda que Cataluña debe tener voz propia en el mundo, un dirigente político en misión de estado no puede olvidar cuál es su papel. Y su papel sigue siendo la representación de un territorio que, para bien o para mal, es donde administrativamente Cataluña está enclavado. Es decir, si Cataluña es Estado como Maragall pretende, lo debe ser hasta las últimas consecuencias: la bandera de ese Estado es un bien preciado, un símbolo a respetar y el Estado que se representa algo que debe protegerse y que debe mantener un nivel institucional y de respetabilidad que está por encima de su lucha política. Y, si no, que no vaya.

Las relaciones internacionales son una cosa muy seria como para dejarlas en manos de estos aficionados. De estos torpes soñadores a los que les gusta jugar con las cosas de comer: la estabilidad política de un país, sus instituciones, la estructura jurisdiccional y administrativa, la realidad de la composición cultural de la población... todo es demasiado importante para la convivencia como para que un político se dedique a arruinarla. Si ERC ha aceptado negociar un nuevo estatuto en el que, sea con el encaje que sea, Cataluña permanecerá dentro de un estado y ese Estado se llama España, debe ser capaz de no dejar en evidencia al conjunto de ese Estado, porque él es sólo una parte (muy minoritaria, por cierto) y, al viajar al extranjero, quiera o no, se encuentra en el papel de defender al conjunto. Y es aquí donde llegamos al mismísimo meollo de la cuestión: uno debe asumir las consecuencias de aquello que elige porque nunca se puede tener todo. Por eso hay que obligar a los nacionalistas a elegir: España sí o España no. Sin matices. Si es sí, ya veremos cómo nos organizamos, pero entonces se debe aceptar que un Estado llamado España existe y asumir que se delegan responsabilidades y representaciones, no todo puede ser resposanbilidad del ente autonómico o el estado federado o lo que queramos que sea. Si es no, entonces uno puede rechazar una bandera que no es la suya si eso es lo que siente. Hagamos un referéndum ya: es la única forma de obligar a los irresponsables a estar en su sitio y a terminar con el discurso de la España impuesta y dejar claro lo que debe quedar claro en un sistema de convivencia.

Technorati tags:
,
, , ,