miércoles, septiembre 20, 2006

El oropel de los fetiches y otras dificultades del tit for tat


A Citoyen y a mi nos gusta mandarnos palomas mensajeras con voces que llegan del otro lado. Supongo que porque nos reconocemos de natural confusos y dubitativos y, en lo que a mi respecta, desconfiado de las certezas, no digamos de la presunción de que la verdad es reconocible ni a primera ni a segunda vista. Así que nos cruzamos algunas provocaciones intelectuales: en esta ocasión, se refiere a la creación de becerros de oro ideológicos, acusación en frío a la que remití respuesta, de la que se me dió cuenta y nuevo reto y que, ahora, con cuartel suficiente para aglutinar efectivos en otras modestas batallas, puedo poner en mi txalaparta de ceros y unos. Sirva este homenaje a la cultura vasca como prueba inequívoca de mi pluralidad como español.

Back to the ranch. Robert Axelrod, el hombre que nos enseñó La Evolución de la Cooperación se hizo célebre con este estudio al introducir una innovación sobre el dilema del prisionero: en vez de jugar la partida una sola vez, se juega reiteradamente a lo largo del tiempo. Así se descubre que la maldición racional que impone la mejor solución al mencionado dilema (es mejor traicionar que no cooperar), no se cumple si la partida se juega varias veces: en el largo plazo, la estrategia más eficiente es el tit for tat (que Citoyen traduce por ojo por ojo pero creo que tiene más tino, en cuanto que no implica violencia, la traducción original: el toma y daca), es decir, devolver a los demás lo último que me han hecho: si cooperaron, coopero; si no cooperaron no coopero aunque ahora me ofrezcan cooperación. Se parte de la base de que, en este juego, las partes están incomunicadas. Con esta solución, respiramos todos, la razón no implica maldad en este mundo, sólo depende de las condiciones.

Voluntaria o involuntariamente a través de los juegos matemáticos podemos llegar, si ustedes lo quieren ver así, a la dualidad de la existencia de todo hombre: se encuentra, por definición, a solas en este mundo, dueño de su egoísmo y su razón, prisionero de su duda y su percepción al mismo tiempo que reducido a poco o nada si no se relaciona con una comunidad: parece que biólogos, sociólogos y psicólogos se han hartado de comprobar que un hombre sólo puede ser hombre tal y como lo conocemos si se desenvuelve en sociedad.

¿Cuánto de esa comunidad puede coaccionar la razón y los impulsos del individuo? ¿En qué medida los intereses egoístas del individuo pueden superponerse a los de otros individuos con sus egoísmos respectivos y, puede ser, con capacidades y habilidades inferiores? Partamos de la base de que egoísmo no es aquí una palabra negativa. El egoísmo es legítimo: lo entederemos como, valga la redundancia, la legítima persecución de los intereses, amores, gustos, pasiones y sueños de un hombre en libertad, lo que no quita para que, hobbesianamente, no sea también codicia, abuso, desprecio e insensibilidad, esas cosas que la comunidad desea reprimirnos porque dañan los mismos intereses y sueños de otros.

Citoyen, tras una introducción sobre los conceptos de Rawls sobre libertad y equidad, en la que encontramos unos fuertes puntos de acuerdo, nos lleva al mundo de los juegos de suma no-cero. Es importante, porque aunque Citoyen no nos lo dice, una premisa del liberalismo económico es que la libertad de comercio, ergo la ausencia de barreras tarifarias, ergo la globalización, no son un juego de suma cero, sino que crea sinergias para que la riqueza sea superior y mayor para todos. Esto, sin embargo, tiene costes, ajustes, como bien explica The Economist esta semana ($) (por cierto, hace usted muy bien en mirar menos a menudo el periódico del Sr. Ramonet, es un sujeto de acciones demasiado poco recomendables). Y si pongo este ejemplo es porque producto de esa tensión, entre el poder benefactor del laissez-faire y los perjudicados (¿en el corto plazo?) por sus consecuencias, es donde Citoyen acude al estado como impulsor de la cooperación entre los ciudadanos.

Nos deja unas citas cuanto menos curiososas:
El mercado es un lugar guiado por el egoísmo y el interés personal mientras que el Estado esta guiado por la filantropia, la solidaridad y la justicia.
¿Dónde lo pone? ¿Qué tipo de estado? ¿Por qué el egoísmo y el interés pesonal son negativos cuando podemos estar de acuerdo en que tiene una naturaleza dual? Por el contrario, lo que sí podemos decir acerca del estado es que, en todo caso, es administrado por individuos víctimas de su propia dualidad, y que tienen tendencia, en un proceso de una sola jugada, a preservar su capacidad de permanecer a cargo del estado como fuente de poder, como medio de vida, a costa de los demás entrometiéndose en la libertad y generando inequidades negativas sobre el resto. Que en la extensión de ese poder y, sin que dudemos de su capacidad filantrópica inicial, su intención de proteger a los que pierden del libre hacer de los demás genera, más frecuente que raramente, mecanismos de privilegio: el poder de coerción y el monopolio de la fuerza permiten conceder privilegios que crean coaliciones que ayudan a perpetuarse en ese poder y en el de sus parientes y socios.

Se nos propone que, como muestra de que la libertad de expresión no puede ser un fetiche, un fin en si mismo, que existen situaciones dónde la reducción de esa libertad permite garantizar la de los demás. El ejemplo es excelente. Y es excelente porque es un campo donde la jurisprudencia y la interpretación de los jueces suele ser la de hacerla lo más extensa posible, especialmente en lo que se refiere a los personajes públicos: la crítica, aunque ofenda, es un bien tan superior para preservar nuestra libertad, que por mucho que duela es anterior a la restricción: son los jueces los que a toro pasado, juzgan si hubo una falsa imputación, especialmente de delitos o de deshonras reales, no ficticias, pero suelen preservar la acidez y el mal gusto de la condena: ¿quién puede juzgar lo que es ofensa, buen o mal gusto? Lo que para unos lo es, para otros no lo es. Llamar mentiroso a un político, puede ser falso, pero sin esa liberalidad sería difícil que tuviérasmos un entorno que nos protegiera del poder coercitivo del estado y su fuerza, inmensa fuerza.

Con el estado nos sucede lo mismo. No es quien les escribe un individuo favorable a la anarquía como programa, incluído el anarco-capitalismo. Pero necesitamos que su rol de facilitador de la cooperación, de la coerción para que los hombres cumplan las leyes y sus contratos, tenga limitada su osadía en un gran extremo, y que su capacidad de experimentación en la protección de los que quedan rezagados esté constreñida, pues enseguida se crean situaciones de ventaja de minorías normalmente en contra de los individuos que más riesgos asumen y más entusiasmo ponen en que los efectos positivos del egoísmo surjan efecto.

Dos ejemplos. ¿Cuántos años llevamos de Plan de Empleo Rural? Éste como el seguro de paro es un sistema para proporcionar renta a aquéllos que no consiguen un modo de hacerlo en el mercado libre. Después de tantos años, ¿cómo puede ser que la siguiente generación lo necesite? Podemos encontrar las causas sociológicas que queramos, pero está claro que si la razón era que tuvieran algo con lo que vivir, se ha conseguido; si buscábamos que pudieran vivir por su cuenta, es un fracaso. Porque debe ser obligación de todo hombre mantenerse a sí mismo sin recurso a los demás, que yo puedo ser solidario con mi prosperidad pero no a cuenta de la inacción de otros: no debe ser mi problema, el verdadero egoísmo es el de quien no quiere asumir su responsabilidad de vivir con el riesgo que supone saber que estamos en este mundo. Es la parte ingrata (o grata, según se mire) de vivir, tener que esforzarse, que venir al mundo no es gratis. Ahora se dirá que hay gente que no puede valerse por sí misma: ya hemos contestado, la comunidad se tiene que ocupar de ello, pero no puede ser teóricamente de por vida, ni transmitirse de hijo en hijo.

El segundo ejemplo es lo que ha sucedido con los dominios españoles, los "punto-es". Mientras tenemos un gobierno, de un color y de otro, que se llenan la boca con la sociedad de la información, se imponen unos requisitos de protección absurdos que han resultado en fracaso: todo el mundo se compraba un punto com. ¿Hay abusos en el punto com? Sí pero un sistema que permite protestar y recuperar el nombre abusado restituye con bastante eficiencia el orden lógico de las cosas. Los que han sufrido daños son la gente con más recursos para afrontarlo, y tienen capacidad de resarcirse, siendo muy superior el beneficio de la libertad a la sociedad: por querer proteger y cooperar a toda costa, nos hemos cargado el sustrato que hace que todo lo demás funcione: la libertad de emprender, de buscar mis intereses aunque sean codiciosos: es mi vida, breve por cierto, y no la de los demás. Estamos, al mismo tiempo, solos. Y debo aprovecharla en mi mayor beneficio espiritual ¿quien dice que la riqueza y la prosperidad no son un beneficio espiritual?

La querencia emotiva al fetiche estatal prototípica de la izquierda se refleja como en nada en la célebre carta de despedida de Ernesto Che Guevara al Comandante Fidel Castro, otro excelente fetiche:
Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena: me alegra que así sea. Que no pido nada para ellos pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse.
El Che, como buen comunista, o como buen totalitario, creía en el hombre nuevo. Es mentira. No hay hombres nuevos. Esos hombres nuevos conseguirían un estado ejemplar que haría del mundo un paraíso. Ese sentido utópico y masoquista de los militantes de izquierda que asumen con fe cristiana o yihadista que si no es hoy, un día se conseguirá; que la Humanidad perseverará en su lucha y, finalmente, conseguirá ese mundo feliz y perfecto donde el hombre no será un lobo para el hombre. Aunque yo no lo vea.

Pero resulta que la codicia y la satisfacción por el trabajo bien hecho son sentimientos compatibles en el tiempo y en la forma en los mismos individuos, que serán justos e injustos simultáneamente, según las horas del día, con quien se relacionen o por cómo les reaccione el entorno, hasta por causa de una buena tormenta. No cabe esperar mucho, pues, de un estado con poder excesivo para moderar nuestro lado más complicado porque es hasta materia de percepción. Debemos aspirar a un estado fuerte para preservar las reglas del juego, pero tremendamente limitado para contener mecanismos de crecimiento y sobreprotección sobre la vida de los ciudadanos.

Por eso la libertad de empresa no es un fetiche. Como la democracia, ese borrego que mira a los lobos con hambre, es algo delicado, que se debe proteger de sus vigilantes y de sus actores, porque siempre van a aparecer los jugadores de ventaja. Como con el llamado estado del bienestar, una denominación de la sociología para las innovaciones de los estados de posguerra que la prensa y los políticos han convertido en un estado de ansiedad colectivo ante su presunta liquidación: ha generado una confusión total del rol del estado como benefector en su peor sentido, haciendo creer que el estado debe producir, cuando no más debe proveer o garantizar según las ocasiones. Volviendo a la sociología, ya hace tiempo que se ha descubierto que del estado benefactor-productor se favorecen principalmente los que no lo necesitan, al contrario de la pretensión inicial, obteniendo nuevos jugadores con cartas marcadas. Por tanto, como sucede con la libertad de expresión hay que dejarle a la libertad de empresa muchísimo margen, porque es mejor corregir sus excesos que sentir sus defectos.

Es cierto lo que Citoyen dice aquí:
Hay ocasiones en que un ataque a la libertad no provoca una perdida de utilidad instrumental proporcional a la critica que se hace de el. La libertad se ha transformado en fetiche.
Pero cuando se dice:
Por esa razon, yo no soy fetichista con lo publico, tengo serias razones para considerar que lo publico es algo grande. Es algo grande porque fomenta la comunidad, la cooperacion y el espiritu de cuerpo, algo que no fomenta el fetichismo liberal con la libertad y los derechos, o que al menos no lo fomenta siempre.
Se está inviertiendo la carga de la prueba atribuyendo a lo público un poder sobrehumano que no puede tener, precisamente porque está compuesto por humanos y ya hemos acordado que tienen que tener determinadas restricciones. Si el estado no se reduce a su función y tiene prioridad absoluta sobre sus individuos, se convierte en un fetiche peligroso para todos. La colectividad gana en cuanto que es abierta, cuanto más abierta menos controlable por pocos y, por tanto, más capaz de limitar el que la codicia, parcial, de unos, termine con la filantropía, parcial, de otros.


P.D.: está muy bien que lea al Sr. Hernando de Soto. Más usted, que será un brillante jurista. Fascinante, es cierto. Tesis tan rotunda como obvia y ausente de nuestros ojos. Apabullante labor de economista que se ensucia las manos. Todo el mundo liberal se ha entusiasmado con él. Incluso, The Economist, que ya ha manifestado su propia desilusión al comprobar, una vez más, que no todo es tan simple ($) y que, siendo válido, en el mundo real ocurren cosas inesperadas: por ejemplo, que muchos de los nuevos titulares de propiedad no quieren arriesgar su propiedad poniéndola como garantía de sus deudas o que los bancos no se fían de estos propietarios y no les prestan a pesar de la garantía. Me pregunto si lo que sucede es que otras instituciones del capitalismo no están suficientemente desarrolladas: buenos mercados para hacer líquidas las propiedades, información sobre la renta real que perciben los demandantes de préstamos, tribunales poco eficientes, etc. etc.