Maragall lo ha dicho:
«Ahora que los portugueses quieren ser España que se preparen los castellanos»El problema para Maragall, y dicho en esta casa en la que este ejercicio teórico se considera un excelente laboratorio de reflexión y que, incluso, no considera esas cosas imposibles porque cosas más raras se han visto, es el que sigue: la famosa encuesta da un grado de aceptación de la propuesta del 27%. Siendo malos, sólo son unos pocos menos de los electores que realmente han votado sí al estatuto.
Maragall me inspira algo de ternura. En el fondo, vive en su cabeza y se ha creído el cuento de sus abuelos, la oda a España y la confederación ibérica. Puede que sea, pero si es, no será la que imagina. Así es la vida.
El destino de Iberia es una incógnita, pero no el de Cataluña que, para Maragall, ya ha encajado en España: «Se ha alcanzado el punto de no retorno, Cataluña y España han hecho el esfuerzo», dijo. «Hemos tardado cien años, pero ahora lo hemos conseguido. Estamos cerca del sueño catalán, el abrazo de los pueblos ibéricos se está convirtiendo en realidad, después de un siglo dramático se abre otro espléndido»Resulta un tanto contradictorio con esa amenaza bíblica para los castellanos que se van a enterar. No sé si se refiere a Florentino Pérez y a Entrecanales, que parecen dispuestos a merendarse la batalla perdida de Gas Natural, que es lo mismo que decir La Caixa.
Creo que vive en un sueño, su sueño. De ahí su resquemor. A lo mejor probablemente es el único que abordó la reforma con buenas intenciones, creyéndose sus intenciones sobre el Estatut:
«ha dado a Cataluña el estatus de nación solidaria en la nación de naciones que es España»La próxima discusión de presupuestos dará la medida de la bondad ensoñadora de esta definición.
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