Cuando fue elegido en 2002 a la jefatura del Estado prometió limpiar la sentina política de su país, y en su lugar el antiguo sindicalista ha presidido sobre un rosario de escándalos protagonizados por un partido, el suyo, al que en otro tiempo se consideró guardián de la virtud.
Luiz Inácio da Silva, el defensor del sillón presidencial en Brasil es el destinatario de este reto, o puede que condena, que le dirige nuestro diario guardián de la esencia del progreso. Vuelvo a recordar la precisa descripción de las varas de medir que nos presta Arcadi Espada:
Viniendo de la izquierda, la injusticia siempre es hija del exceso; pero si viene de la derecha, es hija del mal.Lo vemos en nuestra gran conversación que es nuestro internet querido, lo sentimos en las conversaciones diarias: ¿le pasa a la Iglesia Católica lo mismo? ¿Que por definirse defensores de ciertos valores humanos ya basta par ser considerados seres de una bondad superior? ¿Que sólo puede esperarse de la gente de derechas, o de los denostados liberales y capitalistas la maldad de su egoísmo militante? El egoísmo, como ha podido comprobar Lula, es patrimonio de cada hombre independientemente de su fe. Seguramente, merece la pena encontrar otros modos de razonar la vida en sociedad que atribuir la virtud por la virtud a las buenas intenciones declaradas. O llamar la atención de la poca consideración por los hechos que adquieren las ideologías que pretenden salvar el mundo. Lula me cae bien, no obstante. Es el efecto halo, supongo.
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