Preguntándonos por la retirada de La Caixa como pulmón financiero de un cierto catalanismo económico destinado a preservar la influencia y el domicilio fiscal de grandes grupos industriales en Cataluña, era de esperar que el capital vasco (especialmente el capital pseudoprivado que son las cajas) se movilizaran para, por encima de todo que lo que suceda con Iberdrola, eso no implique su cambio de domicilio social lejos del paraíso euskaldún. Bueno eso es lo que están haciendo ($).
El nacionalismo económico nos ofrece dos vertientes interesantes. Una, la de que se ejerce. Y la primera conclusión es que las masas de dinero que hay mover para controlar grupos industriales o financieros capaces de competir en la economía global (o sea, en la liga mundial) es tan grande que parece que el dinero local, el dinero de nuestras pequeñas naciones, no es suficiente y que hay que jugarlo en clave española. Puede que ni eso: miren Endesa, apenas llegan los duros. Mal asunto para los nacionalismos alternativos. Si, por el contrario, no se ejerce y se deja fluir al mercado, nos encontramos con que eso que se teme tanto, la integración de las economías, hace menos necesario, puede que contraproducente, el nacionalismo político.
Pudiera ser que la necesidad de contar con volumen económico, demográfico y cultural, sea el verdadero sentido de España para todo el que tiene pasaporte carpetovetónico. Quizá es la salida de sentido común para este artefacto ruidoso y cansino que es la recontrapregunta de qué es España y si debe ser. Unamuno, Ganivet y todos los sufridores (también Sabino y Xavier...), al baúl del desván para que sus fantasmas nos dejen en paz.
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