miércoles, octubre 11, 2006

El boicot de Rallo al cine español: algunos matices


Juan Ramón Rallo se muestra indignado por el nuevo proyecto de Ley que amparará al cine español. El proyecto de ley es un refrito de cosas actuales bastante poco innovador y tomará, de salir adelante, el nombre de "audiovisual" en un intento por abarcar todo el fenómeno de la comunicación con imágenes en movimiento y que, en realidad, sólo ampara a los productores de cine establecidos tal y como ellos entienden el negocio. Si supiera, además, como se cocina el invento, su indignación sería superior: sacacuartos y liberticidas como calificativo se quedaría corto.

No obstante, y compartiendo la indignación por la mecánica de funcionamiento de quienes manipulan (que no gobiernan) la llamada industria cinematográfica, considero que se deben hacer unas matizaciones que a un economista liberal no se le deben escapar. El mercado del cine no es de libre competencia. Una lectura detenida de los contratos que firman las Majors (grandes distribuidoras del cine norteamericano) permiten comprobar de forma palmaria el carácter colusorio de su actuación en contra del libre mercado. Además, la ingeniería jurídica es tan fina que es difícil de demostrar, aunque ya hay algunas condenas. Las prácticas comerciales de estas distribuidoras no dejan demasiado sitio para que otros puedan exhibir sus productos con facilidad.

Esto, que daría para escribir mucho sobre cómo se tendrían que articular los grupos empresariales para competir en ese mercado, es una coartada habitual de los productores para justificar el intervencismo estatal. Al igual que otro fenómeno cierto: no es sencillo competir en EEUU doblando películas al inglés, porque ellos protegen su mercado con prácticas también contrarias a la libre competencia. En definitiva, que el hecho cierto de que no es un mercado libre es una excusa extraordinaria para alimentar un sistema inmoral y, casi peor, absolutamente ineficiente: ¿nadie se pregunta, ni siquiera los defensores de la subvención, por qué autores/productores como Amenábar o Almodóvar, que tienen capacidad de distribución para amortizar grandes presupuestos, siguen recibiendo subvención como quien no tiene capacidad para amortizar la película en el mercado?

Los productores del cine español tienen conmovida a la opinión pública con un argumento insostenible: el de la cultura. Presumen que por el mero hecho de su existencia y su maquinaria de hacer películas que en grado importante no se estrenan o no se ven, la cultura existe. Aquí subyace una trampa terrible: el cine es un negocio de entretenimiento que a veces es arte e indirectamente una plasmación de la cultura de nuestro tiempo (aunque cabe empezar a reflexionar sobre si es un arte del siglo XXI). A Chaplin no le contrataron porque fuera cultura, sino porque llenaba cines. En el camino, peleó por su integridad artística y dejó iconos memorables de la cultura occidental, como El Gran Dictador. Pero eso es algo que hemos sabido a posteriori, no ex ante, que es la propuesta estafadora de los cineastas españoles. Añádasele el hecho de pensar que la cultura son sólo ellos. Los escritores no reclaman subvención. Por el momento.

Una respuesta correcta a esta situación es diferenciar lo que es arte de negocio. El arte, que servidor preferiría que estuviera a cargo de donaciones privadas y no del estado, debe seguir su camino. Con una masa crítica de espectadores tan pequeña en términos relativos como es la española, los proyectos que la sociedad considerara interesantes desde el punto de vista intelectual los enfocaría como ya hace con la pintura, la escultura y otras cosas, repletas de mecenas pero que tienen sus mercados en los que no es obligatorio financiar a los que no llegan al clamor de masas. Es decir, no se pretende ganar dinero aunque haya especuladores atentos a la posibilidad de que un artista adquiera fama universal.

El negocio industrial, en cambio, debe ir por otro lado: o se adapta al mercado o que nos dejen en paz. Algunas reflexiones rápidas a los productores españoles:
  • a) ¿Por qué los productores norteamericanos han conquistado el mundo con su cine y su idioma (en la mayoría de los países no se dobla) y ustedes que tienen el castellano, tercer o cuarto idioma del mundo, han sido incapaces y siguen siéndolo, de crearse un mercado suficiente basado en ese idioma? Es difícil, ya lo sé, pero ese es otro problema.

  • b) ¿No se han dado cuenta de que el cine industrial es un problema de gestión de talento? Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro son mexicanos, ruedan en inglés y en español, lo hacen muy bien y no lloran mucho por subvenciones... buscan financiación y hacen proyectos personales y "comerciales".

  • c) ¿Han reflexionado sobre Bollywood y sobre Nollywood? Si sus presupuestos no aguantan su mercado, hagan presupuestos para su mercado. Ah, que eso puede ser pobreza de medios (en India, no, pero es que son muchos)... ¿no se trataba de hacer cultura? ¿de rodar? Se puede hacer con poco, poco dinero y hay cine español que lo demuestra.
Entonces, ¿cuál es el papel del estado en esto? Rallo nos dirá que ningno. Por coherencia. Y yo me inclino a pensar que debe ser así. Pero si los creyentes en el intervencionismo estatal quieren intervenir, lo que deben asumir es que, como lo están haciendo, no es. Tendría sentido si contribuyeran a crear grupos de inversores para levantar proyectos con dimensión internacional, si hicieran políticas destinadas a atraer el talento audiovisual en castellano a que tenga su centro en España, etc. etc. Aunque lo harían mal. Hay un empresario español, gallego afincado en Barcelona, que gana dinero con el cine (aunque aprovecha todo resquicio de subvención) adaptándose al mercado internacional: se llama Julio Fernández y es el dueño de Filmax. Más como ese, y menos Gerardos Herreros.

Una reflexión final y una pregunta teórica para Rallo. La reflexión final es que todo el modelo de negocio del cine está muriéndose y será poco a poco sustituido por otro que todavía no sabemos bien cuál es. La distribución digital de contenidos y el acceso a banda ancha de verdad en los hogares abren posibilidades para que todo el que quiera emprender con su proyecto artístico o industrial encuentre un sitio sin necesidad de estados protectores (hoy, la realidad es que en todo el mundo el estado interviene, sólo USA parece librarse, aunque es bien cuidado por su gobierno ante semejante máquina exportadora). El silencio de la sala a oscuras será sustituido por otras cosas salvo que se encuentre otra forma de entretinimiento que haga que los espectadores salgan de su casa para ir otro sitio. El cine tal y como lo conocemos siempre fue una experiencia de ocio y salvo que se creen nuevos sistemas de proyección tridimensional y/o interactividad en las salas, el espectáculo del hombre a solas reflexionando sobre la pantalla quedará reducido, aunque no desaparecerá: puede que lo haga a las dimensiones sociales que tiene hoy día el teatro: otra opción más, pero no una punta de lanza.

La cuestión teórica: ¿es lícito el doblaje desde el punto de vista de la libertad de mercado? Desde el artístico, para mí es inadmisible y lo que aspiro es a que me dejen elegir, pero existen otras consideraciones: ¿es prohibir el doblaje una restricción a la libertad económica? ¿tiene todo el derecho del mundo el productor a sustituir las voces que ha pagado por las de otros que también paga? (no se olvide que las leyes europeas dan poderes a los creadores pagados por el productor que limitan sus derechos como propietario de la obra). ¿Se vulnera otra propiedad, la voz del actor, que forma parte de su "producto" como agente del mercado al permitir el doblaje? Uno le preguntaría a los defensores de lo público por qué sus televisiones públicas pagadas con las mismas subvenciones que el cine le hacen la competencia al cine que quieren proteger emitiendo películas y series dobladas... ¿no estaba la televisión pública para engrandecer nuestra alma dándonos cultura e inteligencia?