sábado, octubre 28, 2006

Ante los sarpullidos


Dos cosas me suelen atraer las iras incendiarias de según qué lectores. Ayer pasó otra vez. Una de las cosas es mi convicción de que es posible y necesario debatir democráticamente en qué consiste - y si consiste en algo - el derecho de secesión de un territorio. La otra es Federico. Las dos cosas juntas, pura dinamita. Sea si lo critico o si lo defiendo. Preferiría que todos nos centráramos en polemizar sobre los argumentos y no sobre la persona.

En esta última, parece que se me acusa poco menos que de ser filo euskonazi o algo peor. Lo he explicado hasta la saciedad pero no todo el mundo tiene por qué leerme y menos todos los días. Así que para que se sepa como pienso sobre la cuestión territorial (de la que discrepo humildemente de Federico que es más mayor que yo, más importante y seguramente más sabio, prueba de que no deben hacerme caso si no les gusta y leerle a él) les reproduzco unos parrafitos verdaderamente clarificadores (nunca mejor dicho) del caso canadiense extraídos de la introducción a la edición española de La Política de la Claridad, una summa de textos de Stéphane Dion, alma de este cuerpo ideológico. Las palabras son de Alberto López Besaguen, Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad del País Vasco:
...el objetivo de la estrategia abanderada por Stéphane Dion persigue hablar claramente o, como expresa el título de la traducción española, jugar limpio. Ello exige en primer lugar que el electorado de Quebec decida, claramente y sin ambages qué es lo que quiere, si quiere seguir formando parte del Canadá o si, por el contrario quiere separarse de la federación canadiense. Pero debe decidirlo sin subterfugios y asumiendo las consecuencias de su decisión, sin confiar su juego al resto de las concesiones que el resto de Canadá estará dispuesto a hacer para que Quebec se mantenga dentro de la Federación. Esto significa que Quebec puede decidir sobre la secesión o la permanencia en Canadá, pero no sobre las condiciones de permanencia, pues es un asunto que concierne a todos los canadienses y que, en consecuencia, debe ser decidido entre todos, incluido Quebec, pero no unilateralmente por esa provincia. Y significa que puede realizarse la secesión, pero no de forma unilateral, sino negociada, pues en una sociedad democrática un divorcio entre dos partes de un Estado no puede hacerse cogiendo las maletas y marchándose, pura y simplemente, una de las partes dejando a la que se queda con todos los problemas del hogar y de la familia.

De esta forma se logra situar la pelota en el tejado quebecois, enfrentándose a la exitosa estrategia soberanista que había logrado situarla, hasta ese momento, en el tejado de la Federación Canadiense.
Esto que ya conocen mis habituales, suele suscitar la crítica que les mencionaré a continuación con su respuesta:
Esta estrategia tiene grandes virtudes, pero también tiene problemas de mayor o menor magnitud. El primero y más importante es la exigencia de romper el tabú de la hipótesis secesionista. Cualquier país no es capaz de romperlo, pero los que son capaces de romperlo se hacen, así, más fuertes, pues dejan de ser fáciles víctimas de amenazas secesionistas. Y Canadá ha demostrado ser, en esta estrategia, un país muy fuerte.
¿Quiere eso decir, vive dios, que se debe pactar esto para que ETA deje las pistolas? Por poner estas afirmaciones en su contexto presente. Absolutamente, no. Un acuerdo de este calado político no puede ser, ni cualquier otro, producto del chantaje de las pistolas. Ni siquiera puede ser discutido o parte de la agenda de desarme, excarcelación o lo que sea. Sólo puede ser de las instituciones legítimas. Pero es un enfoque doctrinal que no tiene nada que ver con oponer a un argumento tribal (melancólico-nacionalista) otro argumento lírico-histórico. Es lo que dije el otro día de Isabel San Sebastián y lo que vine a decir ayer de un argumento de Losantos. Y que puestos a discutir (¿es malo debatir en democracia una opción ciudadana democráticamente expresada?) es más interesante debatir sobre argumentos sobre la posible bondad de la independencia que plantea Sala i Martí (que no es ajeno a los problemas de su argumento, en mi opinión, pero que resulta un polemista excelente), basados en criterios llamémosle racionales que los basados en Prat de la Riba. O Sabino. O Primo de Ribera.