sábado, mayo 13, 2006

Pues es verdad lo que dice Arcadi...



Hoy, en El Mundo:
Madrid es el único lugar de España donde no se oye hablar de nacionalismo. No está en el ambiente. Naturalmente hablo del nacionalismo propio. El nacionalismo de los otros es sometido a una permanente observación, a un sarcasmo obligatorio y a unas conclusiones teñidas por lo general de una cierta gravedad. Pero lo que brilla por su ausencia en este Madrid es la exaltación. Te hablo de la exaltación en términos muy materiales.Las obras en la ciudad, por ejemplo. Son notables y causan grandes trastornos. Pero, a diferencia de otras ciudades, las zanjas siempre son más grandes que los carteles que anuncian quién las paga. Luego hay algo más volátil, que forma parte de las conversaciones de las gentes y de la opinión. La ligereza del pasado. Los recuerdos se ciernen con la simplicidad de la Sunsonia azoriniana. Esto provoca una gran tranquilidad: no es fácil que a cada esquina te asalte el trompeteo del resurgimiento. El discurso de la recuperación, de la restauración, es decir, de la identidad, es inexistente.La exaltación no predomina, siquiera, en un sentido inverso.

Hace 20 años se daba entre los habitantes de Madrid el porte lastimero. La ciudad había adquirido un tono de desaire, victimista.Se decía, con insondable orgullo, que Madrid era la peor ciudad del mundo, e inmediatamente aparecía el sospechoso correlato: «Pero eso sí, no se le pregunta a nadie dónde ha nacido ni de dónde viene». El rompeolas de España. Pues bien: no quedan ni los diques. Lo que pasa es simple: Madrid no se mira ni para propinarse un pellizco de monja.

Un incidente ciudadano de estos días explica bien el aire con que se examinan los asuntos del corazón en Madrid. Tal vez hayas oído algo del proyecto de remodelación del Prado y del peligro que incluye para algunos árboles muy solemnes del bulevar. Se ha entablado un cierto debate. Hay ponderadas opiniones sobre la necesidad de conservar una imagen de la ciudad. El ecologismo advierte sobre la probable mortandad de los plátanos. Los urbanistas insisten en la necesidad de resolver un eje viario muy complejo y hasta inhumano. De acuerdo: una polémica.

Sin embargo, nadie lloriquea sobre el peligro que corre la patria.Y aparece una grácil y oportuna baronesa, que anuncia su propósito de ser trasplantada junto al plátano encadenado. La aparición de la baronesa -que además estuvo casada con un experto botánico- y su actitud heroica introducen un saludable e inmediato efecto de distancia. Quiero decir que en Madrid la oda es coda. Coda cola.

El ciudadano José Domingo, al que conoces, suele contar que, hace años, el presidente Jordi Pujol se asombró ante el presidente Gallardón de la extensión del metro de Madrid y de las continuas obras de la red. Es fama que Gallardón le contestó:

- Es que nosotros, presidente, dado que no tenemos que construir una nación, nos dedicamos a construir el metro.

No hay más que dos túneles. El de la historia y el del metro.La construcción de una nación, como la de la fe, obliga a las mentiras. Tuvieron su momento, se hizo y pasó. De las naciones sólo debe esperarse su disgregación. La dialéctica natural, sin embargo, no impide que algún grupo de anacrónicos sectarios se dedique a fabricar cienciologías. Digo que las mentiras imprescindibles para la construcción de Madrid (sinécdoque) hace ya mucho que fueron contadas y que, por el contrario, la llamada nación catalana está aún segregándolas. Lástima grande que nos haya tocado.