lunes, mayo 08, 2006

El Quo Vadis de Gallardón



Sometido a una crisis de relaciones públicas de manual y con una gestión de la crisis contraria a los manuales, Gallardón empieza a toparse con el termómetro del cansancio del madrileño de a pie en niveles de calor peligrosos: viene de lejos, incluso de su flamante época de Presidente de la Comunidad de Madrid, pero la ausencia de rivales electorales de fuste - imagínense lo que haría Gallardón con algo tan deficiente como Simancas si siguiera en la Puerta del Sol - le permiten llevar una política doble.

Por un lado, es el muchacho amable y educado, un gran conservador europeo lejano ya a sus ramalazos cuasifachas de juventud; por el otro, el megalómano que pensando en grande quiere hacer un gran escaparate internacional de Madrid como un Rey Sol cualquiera y darse aires de De Gaulle para ser, algún día que él espera no lejano, el ocupante de La Moncloa. En esa carrera de líder nacional y europeo agota la paciencia de todos con una mecánica de inauguraciones, agujeros e inauguraciones perfectamente programada para arrasar en la decisión de voto.

La crisis es la de los arbolitos. Sólo de pensar que la estética de la arboladura del Paseo del Prado y de Recoletos va a cambiar en un extraño proyecto que, de nuevo, tendrá a Madrid abierto en canal, me abre las carnes. Ya pueden decir lo que quieran de loa árboles transplantados, los arquitectos maravillosos y cuantas más cosas argumenten, que puede que esta vez haya llegado a límite de nuestros cansancio en obras incomprensibles. Una mecánica atroz que hace que un mes se levante la Gran Vía para dejarla impecable y al mes de terminar la obra se vuelva a abrir para reformar el metro que pasa por debajo. O cuando se cerró la Castellana un año para no sé qué mejora y a los tres meses de aierta, inaugurada y celebrada se volviera a cerrar por el mismo sitio, abrir un nuevo agujero y reformar el metro (esta vez el del aeropuerto).

Luego se las apañaron para tener, como van a tener, la Puerta del Sol abierta durante dos o tres años, esta vez para hacer una estación de cercanías y una línea que una Príncipe Pío con Atocha: ¿para qué?. Llueve sobre mojado porque todos los que vivan en Madrid se acordarán de los innumerables años que estuvo la Plaza de Oriente y el teatro Real en obras: cada obra terminada, tras la congratulación general por la maravilla completada (es verdad que los resultados no son malos), no termina ahí, no permite disfrutar de la ciudad - su casco histórico - sin sobresaltos de yeso por doquier porque terminada una borrachera de hormigón empieza otra.

Parquímetros, M-30, Puerta del Sol y ahora... los árboles del Paseo del Prado, baronesa y Telecinco al frente. Lo aguantamos todo, pero ya dan ganas de decir no pasarán, que dejen la vista actual del paseo y los árboles con toda su belleza, la que tiene hoy y la que tenía cuando era niño, quítele los coches si quiere y nos hace un favor, pero no levante más el suelo.

Hoy El País se toma la molestia de publicar una tribuna, sin restarle una sola página a su sección de opinión, firmada por un profesor de la Escuela de Arquitectura (Luis Felipe Alonso Teixidor no es un profesor cualquiera) que titula Un proyecto innecesario y que deben leerse si viven en mi ciudad. Mucho tiene que contarme el Alcalde para convencerme. Y puede que con lo de los árboles nos hayamos hartado de todo lo buenas que son las cosas para el pueblo pero sin el pueblo.