El cansino debate sobre las elecciones de disfraz que efectúa todo ciudadano de a pie de esto comúnmente denominado como "este país" tiene hoy un contrapunto oxigenante en la voz de Enrique Gil Calvo. Nos lleva de una realidad...
Ser catalán o vasco se identifica con ser antiespañol, mientras que ser español sólo significa ser antivasco y anticatalán. Y más allá de esta fractura territorial, la única lógica que separa y divide a las Dos Españas legadas por el franquismo es la de su mutuo enfrentamiento incivil. Ser aquí de derechas es repudiar a la izquierda, negándose a reconocerle su legítimo derecho a gobernar. Y viceversa, ser de izquierdas es aborrecer a la derecha, acusada de ser única culpable de todos nuestros males. Siempre en legítima defensa del nosotros con razón o sin ella, pues nadie reconoce las culpas de los suyos mientras a ellos se les niega el pan y la sal.a otra...
El problema es que semejante fractura de identidades mutuamente excluyentes es una ficción puramente imaginaria: un producto artificial de la manipulación mediática. Pues en la realidad española, a la que nuestros políticos dicen representar, no existe tal fractura social. Y es tan evidente este divorcio entre el ficticio drama político y la indiferente realidad social que cabe sospechar que tras su enfrentamiento truculento tiene que haber gato encerrado. Pues es verdad que, en escena, nuestros políticos representan con mucha convicción su irreconciliable odio fratricida. Pero entre bastidores coinciden al alimón en repartirse sin problemas aparentes las sustanciosas plusvalías políticas emergentes de la especulación urbanística e inmobiliaria. Estos y no aquellos son los verdaderos males de la patria, que ninguna de nuestras identidades enfrentadas parece tener interés en remediar.
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