Madrugada. Están emitiendo un documental dedicado a Mario Onaindía en La 2.
Recordatorio: Mario Onaindía fue condenado a muerte en el proceso de Burgos por su participación en el asesinato de Melitón Manzanas. Él no disparó, pero asume plenamente la responsabilidad política de los que lo decidieron. Mario Onaindía pasó los últimos años de su vida con escolta. Tan vasco como era, tan vasco como para traducir a Marx al euskera en su tiempo de condena.
Su discurso, el que vemos esta noche: el proyecto de ETA es una guerra de exterminio de los no nacionalistas destinada a su exclusión de la vida vasca.
Casualmente, los proyectos de Arzalluzes, Ibarraches y Otegis pasan siempre por el arrebatamiento de la ciudadanía de los que ya la tienen y desean tenerla: como alemanes en Mallorca. Pasa por la conversión en obligatoria de la lengua que nunca hablaron.
Lo que se olvida en este presunto proceso de paz es que el proyecto totalitario que esconde el acallamiento de las pistolas es únicamente una estrategia para la usurpación y arrebatamiento de las libertades de los que no son nacionalistas. El oropel es la aparición de los monjes irlandeses como paladines de algo, como descubridores de un mundo que nos tienen que enseñar, como si fueran sabios: aquí no se trata de decir que las pistolas no son un arma en política, se dice que ya no nos convienen. Se presentan como héroes y grandes demócratas concediéndonos la gracia de que seguramente no les dispararemos más, así que vayamos corriendo a hacer lo que nosotros decimos.
Guerra de exterminio: exterminados Gregorio Ordoñez, Fernando Buesa, López Lacalle, arrebataron el verbo. No todos tienen el verbo, no todos tienen la presencia de ánimo y la pequeña arrogancia de decir, de contradecir de oponer un discurso a otro discurso. A Gotzone Mora se le ahoga la voz, Rosa Díez pierde las cuerdas vocales. A Nicolás lo mandaron a casa. Un día el nuevo Otegi ejemplar hará su discurso y no habrá verbo que oponerle: la liberación de un pueblo como excusa para la laminación de los derechos y libertades individuales tendrá a sus oponentes sentados en casa creyendo que hicieron historia.
Para creer, tendría que escuchar: "tenemos que convivir con ellos". Es la última línea de diálogo de The Boxer, una narración de la lucha del IRA contra sí mismo, que verdad o ficción encierra la única verdad posible: si de todo lo que se trata es de proporcionar otra satisfacción más a un ideario al que siempre se le ha dado pensando que le bastaría para convivir o si se trata de convivir. Yo me guardé en un trocito de papel unas letritas de Elvira Lindo:
"Se trataba de decir una vez más que no todas las personas que opinamos que el nacionalismo tiende por propia naturaleza a la insolidaridad somos peligrosos derechistas, ni nostálgicos del franquismo, ni carcas, ni antiguos. Si acaso un poco aguafiestas, porque en esta España en la que los nacionalistas llevan ganando desde hace 25 años mucho más de lo que perdieron estamos aquí para recordar que nos quedamos hace tiempo sin equipo, que nadie nos quiere"
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