Suele producirme pitorreo la tendencia de los gobiernos a descubrir la pólvora. Cuando las empresas privadas, especialmente las tecnológicas, llevan años desarrollando sistemas de teletrabajo (que hasta llamarlo así produce rubor: trabajo es trabajo y da igual cuando y desde dónde se haga, la diferencia es que no es necesaria la presencia física en un lugar concreto), el socialismo modernizante lo descubre para sus funcionarios con una excusa típicamente idiota: la conciliación de la vida familiar.
No, no soy un canalla: me parece muy bien que la gente efectúe sus elecciones entre renta y ocio como mejor quiera y le guste. Pero es que el desarrollo del teletrabajo tiene otras variables muy prioritarias que son previas a la supuesta conciliación (¿y por qué no hacerlo desde un bar, wireless, sin pasar por casa?): una es de productividad. Si cayese, sería absurda la conciliación y nadie en su sano juicio lo haría. Parece que mejora (¿se pierde menos el tiempo? ¿se demuestra que las cosas se pueden hacer antes o que resulta que hay menos que hacer de lo que sugiere la necesidad de estar ocho horas en la silla?). Otra es de coste: hace falta menos espacio, especialmente menos espacio suntuario por la reducción de despachos para que la dignidad de cada cual de poseer su miniapartamento (poder, jerarquía) se mantenga en el orden social de la oficina.
La tercera, y no menos importante, es la retención y atracción de talento. Es por eso y sólo por eso por lo que la "conciliación" tiene sentido y no porque conciliar sea bueno en sí mismo. Se supone que la calidad de vida que desean los trabajadores se define por esa variable, por tanto enriquezco el retorno de su aportación. Opción que se incrementa con una mejora de su renta disponible al reducir los costes de transporte lo que, indirectamente, se traduce en menor presión para la subida de sueldo en la empresa.
Pero, miren por donde, han sido las funcionarias mucho más que los funcionarios las que se han interesado por la novedad de ser más libre. Y esto no le convence a Comisiones Obreras:
«Si esa tendencia no se corrige y limita, en la práctica se acabará abonando el efecto perverso de convertir la llamada conciliación en la perpetuación de la doble jornada y en una mayor confinación femenina en las tareas domésticas»Se puede pensar que la corrección proviene de la generalización, pero cuando los sindicalistas añaden "limita" ya están sugiriendo que algo no funciona: no es la libertad de la gente para elegir lo que importa, no es ni siquiera el potencial de reducción de costes para el estado. Es, sobre todo, que el cuento no salga mal y las mujeres y los hombres se comporten con los roles predefinidos que a ellos les gustaría que tuvieran y no los que eligen tener. Como si las familias fueran tontas y no echaran cuentas o no sepan cómo son más felices. O como si los hombres fueran tontos. Quedan variables a tener en cuenta que, a lo mejor, Comisiones no tiene en consideración: ¿estar lejos de la oficina reduce las opciones de promoción, conspiración, peloteo o prebenda al estar alejado de las luchas de influencias y el posicionamiento entre clanes? También las familias son racionales para esto y deciden cuáles son sus aspiraciones de progreso y se dan cuenta de qué depende.
Al final, lo del teletrabajo a horarios fijos, que es el formato para los funcionarios, es una memez impropia de la eliminación de la distancia que suponen las nuevas tecnologías: cada uno sabrá perfectamente cuándo debe estar y cuándo no, y no tiene sentido teletrabajar los lunes y los viernes y el resto de la semana no: es evidente que si es posible dos días pueden serlo los cinco al completo y que la elección de los más comodones para el fin de semana es otro mecanismo artificial. Porque como de vez en cuando los humanos parece que tenemos que vernos y celebrar algunos encuentros, ni siquiera existe flexibilidad para decidir cuándo conviene. Una vez más, predomina el control sobre la responsabilidad individual. No entienden nada.
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