Le decía a Mapuche en nuestros hilos de conversación infinita que pocas ideas nuevas aparecen bajo el sol y que nos reiteramos en los mismos enigmas de fondo una y otra generación. No es extraño: la nueva tiene que aprender lo de todas las anteriores en el mismo lapso promedio de tiempo. En eso debe consistir la civilización.
El espléndido chisgarabís que nos gobierna se ha apresurado a dar su versión de los hechos en una más de sus curiosidades aparentemente brillantes pero, siguiendo su costumbre, huérfano de todo sentido o contenido. Lo habrán visto u oído: esa cosa de la grandeza de la democracia porque todos, ellos y los otros, están contentos. Hasta ahora, sabíamos en el pueblo soberano que todos ganaban. Lo atribuíamos a la caradura del oficio de político. Ahora José Luis lo ha convertido en ideología: vamos avanzando.
Es por ello irremediable recomendar a nuestros venerados ancianos de la tribu que hagan como yo, que traten de conocerse a ellos mismos:
Simancas: pedía disculpas el hombre después de la badana. No entiende nada: pedir disculpas a los tuyos, que son poquitos, es como asumir que no tienes otros. Pedir disculpas por no haber sabido debería moverle a la conclusión evidente de que no sabe. Conocerse a uno mismo exige muchas dosis de humildad. Es bueno, Sr. Simancas, que repase su propio currículum y mire qué le falta. No se gana el fervor popular siendo solamente un apparatchik del partido toda la vida: hay que hacer algo real, hombre.
Sebastián: mirarse por dentro debiera haberle dicho que ponerse gorra de chulapo y hacerse un chotis era un tanto bochornoso. Sí, es verdad, Esperanza estaba igual de patética, pero no me negará que sabía llevar puesto el mantón de Manila y que tiene tremendas tablas para acudir al merendero popular como una más. Así que la sandez no se notaba tanto. Hacía de sí misma: una caníbal de la política. En cambio usted, querido, ha querido jugar a caníbal y sólo lo ha sido de sí mismo. Tan rompedor que quería ser, tan a la berlinesa y la londinense, tantas ideas que traía, tanto que se saltó al partido, y no supo inventarse una cosa mejor para la tele que acceder al clavel. ¿Tomó clases de chotis? Ya le quedó toda la campaña como alguien que se ha puesto un traje que no sabe llevar y siempre le quedaba la cara llena de ángulos rígidos como los de un mádelman. Ah, pero que ha perdido con Gallardón. Si Esperanza es una caníbal, Gallardón figúrese. ¿Cómo es posible que no se preguntara seriamente por qué Solana y Bono dijeron no? Es usted carne de cañon, Sebastián, se está inmolando por José Luis y se va a quedar sin crédito académico, que es lo que es usted. Conózcase.
Zapatero: las noches de La Moncloa deben estar rodeadas de silencio. Silencio que debe romper únicamente el tic-tac de los relojes que resuenan en los aposentos presidenciales. La soledad del poder, que no es ningún tópico sino su esencia: al final, no hay más compañero que uno mismo, la propia cuerda del reloj que te mece anunciando que el destino está permanentemente ahí, tras la puerta y, ocasionalmente, las llamadas de los expresidentes: ellos ya saben la clase de animal que le devora a uno en esa hora de la noche, en la hora de la intimidad: sirve tanto para decirse la verdad como para inventar argumentos para encubrirla. Sería bueno que repasara las estanterías porque deben tener los textos de Plutarco por allá. Busque las epopeyas de Pirro y pregúntese si sacar lo de los vascos, aún con lo bien que le ha ido de votos allá, incluyendo el semifiasco navarro, va a permitirle cumplir la máxima de El Príncipe: conservar el poder. Repásese y pregúntese si es astuto cabrear todo el tiempo a todos los que no son como uno: desata deseos de venganza. Mire su biografía: ¿encuentra algo que le dé referencias prácticas, algo que haya hecho que le permita saber cómo ganar varias guerras a la vez? Napoleón y Hitler iniciaron su declive por el general invierno. Vienen los pactos, la ley del cine, el cánon, los presupuestos y Afganistán y el invierno está ahí.
Mariano: si José Luis es el gobernante accidental, nadie nunca le ha dicho que es usted el opositor accidental. El ying y el yang del mismo atentado. Accidental el dedo de Josemari, accidental que un partido no tenga muchos escrúpulos en no provocar la lucha por el liderazgo. Mucho más tras ese discurso liberal que le han escrito y que debiera sugerirle que es el mérito, es decir, los galones ganados por uno mismo, lo que pesa en el campo de batalla. ¿No te susurra Elvira que eres un político florentino y educado y no un conductor de masas? ¿Que no eres un vendedor de ilusiones sino un buen polemista para el café y los concursos de debate de una universidad que no fuera como las nuestras? Eche una mirada a los libros heredados de sus abuelos a ver si encuentra las obras de Plutarco. Repase las guerras de griegos y romanos y céntrese en Pirro. Pregúntese si arrasar en Madrid y sólo en Madrid sirve para algo, cuando tras lo que ha llovido, los lamentos de Rosa Díez, de Mayte Pagaza y las llamadas a la rebelión de Savater su partido no logra ni salvar las trincheras en donde debiera inundarlas de voluntarios. Ay, nunca se podrá saber qué hubiera sido del destino si no hubieran matado a Goyo. Hay que preguntarse si tras la marea de patria y fueros de las marchas de Pamplona no se puede ganar a qué se debe y por dónde se puede ir. José Luis tiene cabreados a todos los que no son los suyos, pero su partido, muchas veces con injusticia, unas cuantas con ella, tiene atemorizados a los que no son los suyos.
Han ganado todos, José Luis. Qué grande es la democracia. Más victorias como éstas y acabarán con vosotros.
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