sábado, marzo 25, 2006

Proclama de un republicano contra el aniversario de la Segunda República


¿Por qué para los republicanos españoles la República es el otro nombre que le dan a la melancolía? ¿Por qué no pueden hablar de la República en vez de hablar de la Segunda República? ¿Qué tiene que ver la Segunda República con nosotros? ¿Se dan cuenta los que se dicen republicanos que, sin seguramente pretenderlo, utilizan la Segunda República como un arma arrojadiza? ¿Y por que tanto hablar de la República pero pocos, muy poquitos están dispuestos a convertir la superioridad moral republicana en un programa político para el presente? ¿Cómo es que nadie pide la reforma constitucional para terminar con la Monarquía vigente? ¿Es esa visión de lo republicano como nostalgia izquierdista algo sensato, útil, necesario o justo?

Repúblicas, ya se sabe, hay muchas. Para este republicano que lo es, la república se reduce simplemente a esa clase de gobierno en la que el ciudadano y su voto constituyen la única fuente de legitimidad del ejercicio del poder político, en la que pervive el imperio de la ley y la igualdad de los ciudadanos cualquiera que sea su sexo, religión, fe o creencia ante ella y en la que, por supuesto, ninguna clase de privilegio puede otorgarse por orden de nacimiento, específicamente en la figura del jefe del estado. En román paladino, democracia sin reyes. Y como extensión: la república no es de derechas ni de izquierdas, es república. Pero el juego de los números y de las fechas nos lleva a que el próximo catorce de abril muchos y muchas se desgañiten proclamando, que es gerundio y que es lo mismo que reinvindicar o, en cierta forma, desear la restitución de, la Segunda República Española.

Almudena Grandes es el ejemplo perfecto de esta nostalgia repúblicana, ese síndrome de izquierdistas de buena voluntad que creen y crean el tótem de la Segunda República como bálsamo de fierabrás de sus propias conciencias, como cantinela y perorata del buen demócrata y el buen progresista, como casi una razón de explicarse a sí mismos o de explicar las extrañas frustaciones que en nuestras conciencias crean las ilusiones rotas:
La II República se perfila en la nitidez que da la distancia como un ejemplo moral, un modelo de dignificación de la vida pública, un limpio ejercicio de la política entendida como el compromiso de guiar a un pueblo hacia su futuro. Sus valores resultan no sólo admirables en la lejanía, sino imprescindibles en nuestra realidad actual. El debate político de hoy mismo gira alrededor de algunos conceptos, como el laicismo, la defensa de los espacios públicos, el modelo de Estado, la perspectiva federal, el impulso de la investigación científica o la promoción de la mujer, que centraron el debate republicano. Han pasado 75 años, pero esa cifra no mide el estancamiento, sino el retroceso. El vínculo que establecen los nietos con sus abuelos en el terreno de la identidad, se concreta, aquí y ahora, en una reivindicación que no tiene tanto que ver con la memoria del pasado como con la que nosotros mismos legaremos a nuestros descendientes.

Querida Almudena: la distancia no da nitidez, hace la visión borrosa por las brumas y por la disminución de los detalles. Que muchos o muchas personas pensaran que la Segunda República debía ser ese ejemplo moral no quiere decir que lo fuera ni mucho menos que los actores que hoy se proclaman herederos de todas esas grandes palabras que nos reproduces lo sean. La Segunda República fue un fracaso absoluto por mucho que pueda ser legítimo proclamar que fue una oportunidad y es bien cierto que los partidos, llamémosle de izquierdas, que han convertido la melancolía del catorce de abril en su grial moral contribuyeron como el que más con su irresponsabilidad, cretinez, falta de lealtad y totalitarismo encubierto a que aquello que pudo ser oportunidad se convirtiera en un baño de sangre. Nadie quedó libre de culpa en no hacer lo que se decía que se iba a hacer. Tanto azañismo y nos olvidamos del lamento cotidiano de las memorias de Azaña, de esa hoy defendida tercera España del 36 barrida por los totalitarios de uno y otro bando.

Almudena, no se puede escribir esto:
Los demócratas españoles celebraremos el 75 aniversario de la proclamación de la II República en una marea de homenajes de toda naturaleza, porque esa fecha, que nunca ha estado tan lejos de nosotros, no ha estado nunca tan cerca.

¿Si no se celebra la Segunda República no se es demócrata? ¿Nunca ha estado tan cerca esa fecha? Almudena, ni tú ni yo, que cascamos edades parecidas aunque tú seas mayor que yo, sabemos ni vivimos nada de esa batalla perdida de nuestros abuelos. Hablamos de oídas y hablar de oídas es arriesgado porque, como en los versos de Juaristi, podemos descubrir que nuestros padres mintieron y que ser nieto o bisnieto de sus delirios no nos hace mejores ni mejora sus sueños. Reclamar la Segunda República como pedigree de demócrata lleva al mismo ejercicio absurdo de su pasado, el de los unos contra los otros, el de imponer una visión del mundo a los demás, confundir república y democracia con el programa de mi partido. Almudena, no debemos olvidar el peligro de la melancolía, esa espiral maldita que nos lleva a creer en un pasado idílico que nunca existió y que permite justificar nuestras creencias del presente imponiendo al divergente y al oponente político las ideas de uno, por muy hermosas que suenen en su retórica: es de lo mismo que acusamos al nacionalismo vasco, la ensoñación de patrias inventadas, la obligación de que todos se sometan a una idea superior de patria y a retirar el carné de buen ciudadano - de buen vasco - al que no acaba de compartir la misma ensoñación que es, por otro lado, tan bonita, tan bien cantada.

Almudena si se ha de ser republicano, se es independientemente de la Segunda República, se es republicano porque no es moralmente aceptable que la jefatura del estado y cualquiera de sus instituciones se ocupen por mor de la genética y la sangre y no por la elección de quienes contamos con la única potestad para hacerlo que somos los ciudadanos uno a uno con nuestro humilde voto. La laicidad, dicho por este ateo tan poco caro a las huestes clericales, puede ser interpretada por otros como la obligatoriedad de la negación de la religión, la extraña defensa de los derechos de la mujer que alabas puede resultar en un nuevo mecanismo de desigualdad por esas estúpidas cuotas contraviniendo un principio esencial de la república como es la igualdad ante la ley, el federalismo sólo es una forma de organizar la república que tampoco tiene que ser obligatoria ni puede ser una tapadera para que, es un riesgo innegable, en su nombre se creen nuevas desigualdades o restricciones a las oportunidades de los individuos. En definitiva, si tan republicana eres, si somos tan republicanos quizá lo que quisiera leer de ti es un extenso y vibrante artículo como el tuyo de hoy para explicar a todos nuestros demócratas de a pie y a todos nuestros progresistas con carné por qué la presencia de los Borbones en La Zarzuela debe llegar a su fin. El rey Borbón tuvo sus méritos, pero eso no elimina la indignidad moral de su categoría de rey, ni la más absurda de la posibilidad cierta e inquietante de que su hijo herede porque sí con todas las bendiciones de la ley la representación de mi país, de mi ciudadanía y de mi democracia.

Almudena, viva la república, viva la república de hoy para los de hoy. Se hace un flaco favor a la causa republicana el pensar y actuar como si tuviéramos que regresar por la noche de los tiempos hacia algo que falló y que no pudo tener un único culpable y que, en todo caso, si existen culpables están todos muertos y nosotros seguimos aquí. La república no puede ser la causa de las izquierdas ni las derechas, no puede ser la causa de un entretenimiento progresista para los que no están dispuestos a decir un día tras otro que Juan Carlos, Felipe y Letizia no pueden tener sitio institucional en esta nuestra casa: porque sea cuál sea su programa político, los reyes no son morales. Y se supone que tú lo que quieres es la república, no un álbum de cromos con los sueños de los abuelos. Tan tiernos y evocadores como puedan ser.