Los socialistas de la Comunidad de Madrid están escandalizados: la televisión pública de ésta singular comunidad autónoma, antaño crisol de las españas, hoy probablemente en la carrera de la competencia regional en el mundo globalizado, cada vez la ve menos gente.
Alabados sean los datos:
Telemadrid se ha colocado entre las cadenas autonómicas con peores datos de audiencia. Cerró febrero con el 13,1%, a larga distancia de Canal Sur, que con el 19,8% es la televisión pública regional con más espectadores. El ente andaluz suma otro 4,4% a través de su segunda frecuencia (Canal 2 Andalucía).
La media de audiencia de los canales integrados en la Federación de Asociaciones de Radio y Televisión Autonómicos (FORTA) se colocó el mes pasado en el 16,6%. Además de Canal Sur, por encima de este porcentaje figuran la catalana TV-3 y la vasca ETB-2, que se difunde en español.
Lo dice El País, que nunca miente. Los comentarios del socialista de guardia en el parlamento regional, un tal Adolfo Piñedo, aseguran que el ente/forgendro público para el ocio de los madrileños está en "caida libre". Por contra, el Sr. Soriano, comandante en jefe de esa plaza, bastión en la defensa de España, asegura ufano en carta al público lo asombroso de su éxito:
[Telemadrid]"ha cumplido en 2005 el objetivo de realizar una televisiva de calidad y con el menor coste para el contribuyente". Según sus cálculos, el servicio público madrileño le costó a cada ciudadano 13,5 euros el año pasado, frente a la media de las cadenas autonómicas, que se situó en 33,7 euros.
La nota es un perfecto ejemplo de la miseria que nos rodea. ¿Tiene sentido una televisión pública que no se ve? ¿tiene sentido una televisión, cualquiera que sea su propietario, que no se vea? Esta paradoja de lo público y la audiencia es la perfecta demostración del absurdo de los dineros del ciudadano aplicados a la propaganda disfrazada de servicio público:
a)El socialista de guardia no se entera: 13,5% va a ser mucha audiencia en el futuro por el camino que marca la fragmentación del público. Si Soriano logra mantenerla, claro.
b)Fue la administración popular la que retiró cositas como "Tómbola", el paradigma de la llamada telebasura bajo el argumento de que eso no era un espacio para la televisión pública.
c)Los socialistas de todos los partidos siempre hablan de una televisión pública de calidad. Traducido eso significa debates, documentales, buen (sic) cine, informativos a tutiplén y, por supuesto, en prime time. Echen una ojeadita a la parrilla de Telemadrid y dígannos qué contiene. Bueno nos dirán que no son objetivos y que sirven a la manipulación informativa del partido popular, pero eso vale para cualquier televisión pública.
La pregunta del millón es, pues, qué hace el socialista de guardia clamando por audiencia si se supone que esa no es la función de una televisión pública, que tiene que darnos una programación de calidad y, seguro que sacarán la palabrita, social.
La realidad demuestra día a día, cualquiera que sea la emisora, que lo que los juiciosos políticos y sus altavoces periodísticos consideran calidad es algo que la gente no quiere ver en grado suficiente, hasta el punto de que el socialista de guardia en su papel de perro guardián y martillo de fascistas clama por más audiencia: dirán que unos buenos programadores bien progresistas harían una programación de calidad con resultados de audiencia. Y pondrán el ejemplo de TV3: eso es porque no la han visto y les da igual su déficit. Espero que no pongan como ejemplo Canal Sur, una programación que escapa del ojo crítico de la siempre culta e inteligente prensa madrileña: si se metían con José Luis Moreno, que se paseen por la socialista cadena sureña para ver el pedazo de modelo de calidad televisiva al servicio del país y su noble pueblo.
El corolario para el que lo quiera ver es bien curioso: si nos ponemos a hacer de rol público emitiendo lo que se llama calidad y que no son más que contenidos minoritarios, no lo ve nadie. O no lo ven los suficientes. ¿Cómo justifica un gobierno el dispendio oneroso de una televisión que no se ve ante la evidente falta de camas de hospital y la invención de nuevos impuestos para financiarla? Seguro que sus niños no tienen cobertura dental provista por las arcas públicas. Y si se ve, ¿cómo justifica un gobierno que se mata por la audiencia ofreciendo la misma programación que las cadenas privadas proporcionan completamente gratis?
Algunos visitantes por aquí me han argumentado el fallo del mercado y la veracidad de los informativos. Mi argumento es que el mercado no falla: en el cable y el satélite hay multitud de oferta minorataria como para cubrir sin dinero público lo que se dice que es un servicio: hay informativos, cine sin cortes, programas para niños, documentales de todos los géneros y banda sonora original. Claro, pero hay que pagar. Como si no se pagara la televisión pública. Puesto que son pocos los consumidores de esos contenidos que los socialistas de todos los partidos consideran esenciales para nuestra existencia, no está de más que el que quiera disfrutarlos los pague como quien paga un peaje en una autopista.
Que la veracidad de la información y su pluralidad dependa de que los gobiernos mantengan telediarios independientes sólo me produce risa: ¿alguien piensa realmente que la independencia y veracidad de los periódicos depende de que el gobierno tenga uno? Más bien pensaríamos lo contrario. Y, sin embargo, todo el mundo da por bueno que el gobierno no tenga periódicos y sí telediarios.
Llegados a este punto siempre me aparecen los defensores de las buenas intenciones: que si se hace bien, que si fuera como la BBC, que si la independencia, que si la protección frente a los intereses privados... Tantos sies que me parece un imposible, en todo caso un resultado anecdótico cuando se da, si es que se da. Además de un despropósito: el estado lo que debe garantizar es la igualdad de oportunidades para todo aquél que quiera poner una televisión (y haya espacio en el espectro) y para todo aquél que quiera publicar información y opinión. Pero de ahí a ser dueño de servicios de noticias... Propaganda era el nombre que le puso Stalin.
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