viernes, marzo 24, 2006

La incorporación de las salchichas al acervo de la cocina vasca


Es pertinente recordar de vez en cuando la repetida y manida sentencia atribuida a Otto von Bismarck, verdadero protagonista de la unidad alemana, acerca de la política: que se parece a las salchichas en que si la gente viera como se hacen nunca las comería. Política y gastronomía parecen indisolublemente unidas cuando tanta veces se dice que para dar forma a un acuerdo pendiente es mucha la cocina que queda por realizar.

Comprobar hoy por medios a los que no cabe atribuir desinformación en este caso, como son la televisión vasca y el diario El País, los meses y tiempos que llevan los interlocutores socialistas cocinando el acuerdo que se inicia este viernes (no de viernes santo, ¿pero tendrá que ver? ¿será, efectivamente, the good friday?) permiten que los que nos sentamos en el gran público extraigamos las conclusiones que son lógicas: la alargada sombra de Alec Reid y el tipo de interpretaciones que ofrecía del ceasefire dan idea del esfuerzo que hay detrás y permiten deducir que el grado de acuerdo y reflexión entre "las partes" ha sido extenso y meticuloso. Por ser quien más tiene que perder, la izquierda abertzale y el entorno asesino (para mí es importante no perder esta palabra) han debido hacer un trabajo de armazón doctrinal y propagandístico más que notable.

Muchos comentaristas se llevan las manos a la cabeza con la redacción del comunicado de ETA. Por supuesto que hay mortales piruetas ideológicas (eso del "proceso democrático"..., un proceso al que llegamos por la fuerza de las pistolas nace con un vicio de origen) pero no cabe esperar otra cosa, ¿qué quieren que digan, que se han vuelto españoles?. Otros muchos se apuntan a la teoría de la trampa - dice la prensa que ETA ha hecho acopio de explosivos - y muchos otros se escandalizan ante el objetivo de la banda: la autodeterminación. ETA es una organización demasiado competente como para esperar que se han vuelto estúpidos y pensar que sus integrantes modifiquen sus objetivos políticos - otra cosa es que se consigan - aunque sí modifiquen sus estrategias. Es también muy ingenuo creer que si el núcleo duro del MLNV ha aceptado, como en la secuencia final de The Boxer, que hay que convivir con los españoles porque son la mitad de los que somos, se lo cuente a sus bases así como así y tan pronto, sin compensaciones.

El dilema para el Canciller es saber si debe tomar el brazo de la paz a pesar de sus riesgos y del inevitable precio que entraña (a estas alturas nadie puede negar que ETA, aún siendo algo que este escribiente considera que tiene el código penal como respuesta y como vara de medir a sus actuaciones, forma parte de un problema político que, si bien es cierto que se encuentra injusta y poco democráticamente planteado por un nacionalismo de fuerte componente totalitario, es un problema político que debe afrontarse). La respuesta es, obviamente, sí; porque la pura extinción policial del problema es imposible. ¿Por qué es imposible? Porque la propia ETA, antes de que sea posible su nimiedad organizativa frente a la fuerza policial, prefirirá, como ha preferido, iniciar el proceso de cese de actividades, marcar los tiempos y controlar la agenda política.

Y ahí es donde empieza la cocina. Acusar al presidente del gobierno de opacidad en algo que sin opacidad (sin tiempo de cocción) es imposible de abordar, no parece justo: la discreción es necesaria porque las palabras y los símbolos son, al final, en todo lo que concierne a la política, lo que verdaderamente cuenta. El talento del Canciller será llevar el caudal de los acontecimientos a un acuerdo sanamente aceptable y ver cuántos sapos hay que tragar por cada parte, y cada parte tiene, ciertamente, muchos sapos que tragar.

Tenemos los sapos sencillos, como el navarro, en el que los sectores nacionalistas procurarán que no sea una derrota (es decir, me tendré que comer que Navarra no forme institucionalmente de la Comunidad Autónoma Vasca ni por asomo, pero en vez de que se vote, procuraré sacar un "órgano de coordinación" y ya seguiremos dando carrete en el futuro). Será sencillo de tragar el sapo francés: ellos comen ancas de rana y no sapos y pronto desaparecerá de las cuestiones de fondo aunque tendrá su retórica.

Luego vienen los sapos medianamente tragables: los presos (insistiré en el lenguaje: los convictos por asesinato, chantaje, secuestro y robo) tendrán que salir, pero esto se puede conseguir con un esfuerzo de calendarios, firma de comunicados simbólicos, modificaciones de grado, algún acuerdo estético con el MLNV para que el regreso a los pueblos no sea un insulto a las víctimas, etc., etc. La legalización de Batasuna ¿antes o después de las municipales? vendrá precedida por todo un sofrito de escenas de la confusión con juegos de declaraciones de palabras medidas para consumo de cada bando.

Y, a los postres, están los grandes sapos, los de las arcadas: de qué forma queda el status político de la comunidad autónoma vasca y de qué forma se regula, se renuncia a plazos o se alcanza con plazos un mecanismo jurídico que permita decir al mundo nacionalista que existe un grado de soberanía suficiente para decir eso tan rimbombante de que son un pueblo soberano, porque lo de nación está asegurado con la confederación catalana de facto. O sea, que es presumible un nuevo de facto para mejor consumo de españoles, porque este sapo se traga a medias.

Hay un sapo de enormes dimensiones que se tragarán, nos tragaremos, los españoles solitos y es el sapo de las víctimas: difícil será ver una petición de perdón, un acto de contrición, un reconocimiento del absurdo de la violencia, una retirada de los insultos o de las pintadas de las tumbas; difícil será ver un abrazo o manos tendidas en las calles de Andoain, Arrasate, Oiartzun, Bergara y tantos otros pueblos a los personajes angustiados que caminan con escoltas o que han visto arder los escaparates de sus tiendas. Extraño será ver que el Gobierno Vasco saca de sus muchos dineros un fondo de reparación o que se dedican calles, monumentos, palacios e instituciones al dolor de gente que seguirán sin ser vascos oficiales. Milagroso será escuchar decir que aquello no estuvo justificado, ni siquiera por higiene didáctica que adoctrine a todos los zangolotinos de catorce a veinticinco años que han aprendido antes a quemar un cajero automático que a escribir cartas a su novia.

Más que nunca, ahora es cuando el Canciller debe ganar la batalla del lenguaje y de las ideas: si no conseguimos que muy respetables personajes como Alec Reid empiecen a contaminar las ideas diciéndonos que los fascistas son los populares y no los que han asesinado, secuestrado y extorsionado a los que no pensaban como ellos, vamos mal. Si resulta que Otegi o Usabiaga son líderes de talla mundial y Gregorio Ordóñez no lo era, vamos mal. Este es el sapo que más duele, el de la razón moral.

Pero el Canciller debe seguir atento: debe luchar por asentar y dejar clara la legitimidad y la honradez del sistema institucional vigente y lo mucho que ha hecho por solucionar el falsamente denominado problema histórico poniendo encima de la mesa lo evidente: todos los presos de ETA que en el pasado quisieron renunciar a las armas lo pudieron hacer (en el 77, cuando los poli-milis, cuando la reinserción que apadrinó el PNV), que la legislación vigente fue aprobada por la mayoría de los vascos (incluída la Constitución, por mucho que digan, y no digamos el Estatuto de Guernica), que los vascos se autodeterminan votando cada cuatro años y lo llevan haciendo los últimos treinta con suficiente frecuencia y total limpieza (salvedad hecha de esos detalles de cortesía democrática provinientes de los que ahora dicen que quieren hacer política), que si la Constitución Española reconoce los derechos históricos de los territorios forales lo hace de los territorios y no de Euskadi, Euskal Herria o cualquier otro ente metafísico creado por escolásticos de la patria. Y, por abusar de Berlin Smith, aglutinar todo el armazón intelectual, político, ideológico y legal para situar el derecho de autodeterminación en su sitio y el derecho de secesión como debe ser y no como lo querrá Eguibar. Qué interesante será ver como Josu Jon se maneja en este escenario. Qué inquietante comprobar si el PP sabrá jugar la partida con inteligencia y no con furor.

Soledad Gallego Díaz escribe hoy un artículo (Capuchas Blancas, boinas negras), como tantas otras veces, capaz de separar el grano de la paja. Se fijaba en un trabajo de la BBC en el que se preguntaba a un historiador británico cómo será juzgado el IRA en el futuro. La sentencia del académico no puede dejar indiferente a la hora de analizar lo que nos sucede del Ebro hasta Las Landas: "El veredicto último de la historia verá al IRA como una organización que realzó el perfil de un problema, pero que, al mismo tiempo, lo hizo más profundo y que, incluso, alargó el periodo antes de que pudiera ser resuelto".