miércoles, marzo 08, 2006

Controversias de ultramar (a guantazos con Canadá)



Ricardo cuando enlaza, es que enlaza de verdad. El grueso de amigos absolutamente tendenciosos y excomulgables a los que pedí un veredicto sobre la cuestión canadiense no han defraudado a este su invitador y han creado una corriente de opiniones que a su seguro servidor le obligan moralmente a decir algo.

En primer lugar, quiero aclarar un punto, más que nada por cuestiones que se me han hecho hasta por correo electrónico. No soy experto constitucionalista, ni experto conocedor de la legislación canadiense y ni siquiera canadiense o quebequés. Simplemente he reunido la información que he podido encontrar más aparentemente fiable sobre esta cuestión y la he interpretado de acuerdo con mis ojos y entendederas. No obstante, y si no lo he hecho mal, han dispuesto ustedes de enlaces a mis fuentes en las que el que haya querido ha podido leer las leyes y sentencias originales y, cómo no, las conferencias de Stephan Dion. En definitiva, que han podido formarse su opinión sin los sesgos de este poco humilde escribiente.

Les digo todo esto porque me parece relevante hacer unas precisiones sobre mi punto de vista que sirva de síntesis ante la abundancia de opiniones verdaderamente argumentadas (en su mayoría, ya sabe Ricardo que puesto que enlaza de verdad envía a toda su fauna). A la sazón:
Objeción primera: no se conoce, no se ha estado en Canadá. Pues no. O no lo suficiente (¿una pasadita por Toronto les vale?). Pero no es esto lo interesante, la especifidad canadiense del problema. Tiene que ver con lo que sigue:

Objeción segunda: El argumento es de distintas formas más o menos el mismo: "la historia de Canadá, es diferente; la estructura de gobierno también". Toma claro. Y la de Senegal. Pero eso no nos lleva a decir que no hay lecciones que aprender o conceptos y argumentos que podemos discutir, importar, descuartizar o analizar. Posibilidad que me conduce a un nuevo razonamiento:

Objeción tercera: "Aquí no funcionaría. Los nacionalistas no querrían". Ni en Quebec. Tampoco quieren claridad. Lo que les he contado no es una solución definitiva, es la solución que ha adoptado el Parlamento de Canadá y como tantas soluciones en política no tienen unanimidad de seguidores. Pero la han hecho. Oigan, lo importante es el tejido doctrinal, ahora lo explico.


Señores y señoras: lo que para este proselitista de la claridad canadiense es importante es el enfoque conceptual de la ciudadanía, la nacionalidad, los derechos individuales y el concepto de democracia que lleva implícito el debate sobre el derecho de secesión. Es importante porque me parece una reflexión profunda y sofisticada, una fina solución intelectual no nacionalista al problema de la identidad, el territorio y la pertenencia. Bastante brillante y, sin duda, no exenta de problemas. Aunque lo he repetido en mis notas y comentarios, les diré por qué, un por qué que extraigo de citas del caballero Dion:
  • La única pregunta que se plantea es la siguiente: ¿cómo debe reaccionar una democracia ante una reivindicación secesionista totalmente pacífica?
  • La cuestión que se plantea consiste más bien en determinar si existen principios universales que podrían orientar a las democracias a la hora de hacer frente a reivindicaciones secesionistas pacíficas.
  • Es una pregunta para la cual debemos encontrar una respuesta, independientemente de que deseemos la secesión o no.
A quienes en esta página nos han dado sus argumentos para decir no a la autodeterminación de los vascos y otros pueblos legendarios, yo lo único que quiero plantearles son estas tres preguntas para saber cómo debemos resolverlas los españoles, definición en la que incluyo hasta a los habitantes de las Islas Canarias. Con esto no estoy diciendo que los vascos tengan que disponer de derecho de autodeterminación (creo que queda claro que asumo el punto de vista canadiense al respecto), sino que los partidos políticos españoles necesitan disponer de una respuesta doctrinal al respecto por pura higiene democrática. Una respuesta que, en mi opinión, no puede ser "no". Así, a secas. Tampoco puede ser "la nación española es la única que existe" y el discurso se ha terminado, porque si algo demuestra la realidad es que hay suficiente gente en lo que sigue siendo España que tiene opiniones, totalitarias y no totalitarias, de lo que su nación es o debe ser que no coincide con la legislación vigente. Y no son pocos.

Un servidor toma partido. Mi partido es el de que si se quiere ser demócrata, no se puede ignorar una petición de secesión pacíficamente desarrollada. Dejar de ignorar, no es asumir. También es mi partido afirmar que ante una petición de esa clase que cuente con un apoyo verdaderamente sólido de un territorio (ambiguo como es esto de lo verdaderamente sólido) no cabe otra solución que llegar a un acuerdo para ella. Para la secesión. Pero que ese acuerdo, y de nuevo también es mi partido, debe basarse en suponer que la democracia y la ciudadanía asumen cosas como ésta, también (tan bien) escritas por Monsieur Dion:

Ningún grupo de ciudadanos puede tomar la iniciativa de monopolizar la ciudadanía en una parte del territorio nacional, ni despojar a sus conciudadanos, contra su voluntad, de su derecho de pertenecer plenamente al conjunto del país. Todos los ciudadanos deberían estar en condiciones de transmitir a sus hijos este derecho de pertenencia. En términos abstractos, ese derecho nunca debería ser cuestionado en una democracia. Ésta es sin duda la razón por la que tantas democracias se consideran indivisibles. Puesto que la lealtad establece un vínculo entre todos los ciudadanos por encima de sus diferencias, ningún grupo de ciudadanos en un Estado democrático puede apropiarse del derecho a la secesión bajo el pretexto de que sus atributos particulares, como la lengua, la cultura o la religión, les permiten ser considerados como una nación o un pueblo diferenciado dentro del Estado.


¿Les vale como punto de partida para saber si existen principios universales que podrían orientar a las democracias a la hora de hacer frente a reivindicaciones secesionistas pacíficas?

Los canadienses han elegido su ley de la claridad como solución. Que, efectivamente, se ciñe a circunstancias muy concretas de su ordenamiento constitucional. La pregunta es ¿cuál es la nuestra? ¿No estamos, como el autor de esta página, confusos? ¿No reside nuestra confusión constante en saber qué es España, qué debe hacer el Estado, qué las comunidades, si existen comunidades históricas, si son federales, confederales o descafeinadas? ¿No tenemos una duda constante sobre la lealtad de fondo con el conjunto por parte de las partes potencialmente escindibles? ¿Han hecho los partidos políticos estatales un debate profundo con sus bases sobre esto? ¿Desarrollan ponencias en sus congresos que no sean algo más que textos para la galería? ¿Dejamos de hablar de estas cosas en el comedor de casa y empezamos a hacerlo como en una democracia, es decir, en público y sin miedo? Sin miedo también a decir que no, pero con argumentos democráticos. ¿Silenciamos la verdad de lo que vemos y conocemos cuando viajamos o comemos con nuestros amigos, sí amigos, de Guipúzcoa y el Vallés, que resulta que no quieren ser españoles? Miren, yo creo que lo que llamamos partidos nacionalistas lo hacen, o por lo menos lo hacen mejor que los supuestamente no nacionalistas: ellos lo tienen claro.

Va a resultar al final que sólo Ciutadans de Catalunya está dispuesta a desarrollar un cuerpo político no nacionalista y democrático en oposición a las tesis imperantes: imperantes de los dos bandos. Uno, por afirmación de sus tesis nacionales. El otro, por la componenda, por insisitir en un ejercicio semántico inacabable para calmar a la fiera a la que no se quiere tomar los cuernos.


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El autor de la fotografía es "Filmgoerjuan", obtenida vía Flickr