martes, marzo 21, 2006

Rey rico, rey pobre



Érase una vez un rey de un país al que se le terminaron los cuentos. El rey era pobre. Cuando un rey es pobre, quiere decir que no es pudiente: un rey pobre sigue veraneando, tomándose una copa de sherry antes de comer y llamando al sastre dos veces por año para hacerse los trajes. Sobre las causas de la pobreza del rey, quizá podría manejarse el hecho de que no tenía trono: el sillón hace mucho.

El rey tenía un hijo. Pobre como él. Si el rey es pobre, el príncipe ha de ser pobre, porque los reyes no trabajan. Sólo representan. Cierta vez el rey dejó que el príncipe regresara al país que se había quedado sin cuentos. Era una forma de luchar contra el destino: puede que así, el rey tuviera trono. Y siguió siendo pobre y paseando en yate siempre cerca del país de los cuentos acabados, mirando a lo lejos y pelando unas gambas.

Tantos años pasaron, que en el país donde no quedaban cuentos a alguien se le ocurrió que bien podría el hijo del rey ser rey. Y es que el país sin cuentos tenía un héroe de guerra como regente. Falto de legitimidad se buscó al príncipe y le hizo protorey. El rey se enfadó mucho. Pero siguieron siendo pobres.

Un día murió el regente y el príncipe se transformó en rey. Siguió siendo pobre. Llamó a su padre, el rey, y le convenció para que dejara de ser rey. El rey sin trono regresó a su casa al borde del mar a dar sus paseos en yate y a hacerse retratos para las mesillas. Mientras, el rey con trono, se hizo un héroe y sus súbditos le saludaron al grito de loor al rey. Dejó un país tan pacífico y tan feliz que pudo sentarse en el sillón relajadamente. No tenía que preocuparse del dinero porque sus súbditos, muy cariñosos, ponían en sus manos todo lo necesario para hacer una vida espléndida de monarca espléndido: a cambio de representar tenía derecho a sus piscinas, su flamante velero, el otro barco, los mercedes y a las mercedes.

Pero un rey no puede ser pobre. ¿Qué sentido tiene ser rey y pobre?
En un antiguo códice del siglo XX se encuentran las cuarenta preguntas que el mercader Javier de la Rosa dirigió al valido del rey, el descendiente del primer almirante de Castilla y adelantando de las américas, pero que nunca contestó.