miércoles, marzo 01, 2006

Estampas de la confusión


Esa imagen de cuadro desventurado que transmite la Duquesa de Alba es como un dardo lanzado contra nuestras contradicciones. El líder del partido obrero, qué gastada y sin sentido es hoy la palabra obrero, vestido de excelente traje, costosa corbata, viajero en coche con chófer, residente en donde resida a cargo del dinero de la Hacienda, pone al cuello un colgante que me recuerda a procesión y hermandad sevillana, a cristo y vírgenes cantadas. Los mayores terratenientes de la historia de España transmutados en hijos predilectos de Andalucía, esa patria inventada por Blas Infante.

En la calle, los jornaleros gritan. Ignoro su circunstancia: ¿jornaleros del PER? ¿viajantes en autobús programado? ¿conciencias movilizadas desde Marinaleda, última patria anarquista? ¿Fueron ellos, alguna vez, los descamisados? ¿Hay descamisados? ¿Quedan descamisados intelectuales? ¿Los últimos o, por desgracia, los perpetuados analfabetos? Esas eran las imagenes de los campos andaluces: señorito y hambre.

Parecen categorías del siglo XIX con estética próxima al XXI. Las inquietudes surgen:

- ¿Puede ser la mayor terrateniente de España, sin trabajo conocido, hija predilecta de Andalucía?

- ¿Es un rol socialista premiar al artistócrata? ¿Es un rol liberal? ¿Es un rol conservador? ¿Es legítimo? ¿Ha hecho algo el aristócrata que lo merezca? ¿Debe el gobierno repartir honores?

Treinta años de subvenciones y el jornalero subsiste. ¿Es el jornalero eso, el jornalero? ¿Dónde están los nuevos jornaleros marroquíes, senegaleses, rumanos...?

El movimiento o el poder socialista se acercó precisamente a eso, al poder. Dejó de ser un partido o una tendencia obrerista para, bienintencionadamente o supuestamente, convertirse en defensor de los débiles en la sociedad postindustrial: el asalariado de camisa blanca y corbata, el asalariado de Cortefiel y Zara, esos pequeños burgueses.

La socialdemocracia es, finalmente, un movimiento burgués que vive a gusto entre reyes, aristócratas, ricos de cuna y hombres hechos a sí mismos. Quiere la libre empresa mientras no inoportune, acepta la creación espontánea de riqueza pero se empeña en creer que sabe como redistribuirla (y cree que puede hacerlo con justicia). Crea empleos públicos por doquier, es liberal cuando conviene y déspota ilustrado la mayor parte del tiempo.

Uno se pregunta cuándo terminarán con la fachada y la estética del yunque y el martillo y se quedarán con la pluma y la razón, con la defensa de la igualdad de oportunidades en una sociedad abierta. No, no lo harán. Al igual que la democracia cristiana, no quieren dejar al hombre a su suerte. En ese camino quieren decidir ellos cuál ha de ser mi suerte y la suerte de todos. Con la justificable excusa de poner redes para los caídos, para los débiles, para los sin suerte, te atrapan en ellas reduciendo tu espacio vital.

El capitalismo y las sociedades abiertas tienen eso: no todos pueden empezar desde el mismo punto de partida y alguna red sutil debemos crear para los que no pueden valerse por sí mismos. Pero eso no se basa en encontrar mérito a los aristócratas y la buena cuna ni en la perpetuación del subdesarrollo subvencionado, del paro permanente envuelto de ayuda social, en la persistencia de generaciones que no saben o no pueden ver que su futuro depende de su esfuerzo personal. Mientras, en nombre de la palabra obrero, con el voto del asalariado que se cree obrero, del moderno y del artista rico o pobre que se cree explotado, con el del jornalero eterno, los cuadros políticos de la socialdemocracia desarrollan sus carreras profesionales y su proyección a los consejos de administración. Todo me parece confuso.

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