martes, abril 25, 2006

Traduciendo a Permach



Tirios y troyanos advierten de que en la negociación para la solución de conflictos como el que nos ocupa (para el MLNV ya saben que la muerte y los incendios se denominan conflicto) la parte más difícil suele ser la negociación con la propia parte. Es decir, ese clásico del que ya ignoro la fuente original (que la busqué con denuedo para quedar aquí siempre bien y asombrarles con el conocimiento enciclopédico y erudito que pone al alcance de las manos todo acceso a internet que se precie) y que suele resumirse en lo que sigue: al suelo, que vienen los nuestros.

En lo mejor de la tradición batasuna, esos tipos de ruedas de prensa tétricas, con caras serias, serias de verdad, y pinta de no perdonarte la vida (si no fuera porque es verdad que no te la perdonan, pues darían mucha sensación de ridículo), Permach y el otro que puso al lado (Pernando Barrena, habría que bucearle el arbol genealógico a ver qué tal cumple los requisitos de raza) salieron a la palestra a jugar a las palabras. Todo esto del proceso de paz podría reducirse a un juego linguístico.

Premisa: los actores (gobierno, MLNV, el cura Reid) han invertido mucho tiempo en saber cómo se sale de ésta sin que salga mal (vamos a asumir que han estudiado muy bien a Nelson Mandela y a Gerry Adams) y están preparados para todos los obstáculos que puedan surgir. El obstáculo reside precisamente en que los interlocutores, de quienes nos dirán que ya se han dado la mano y tomado unos vinos, puede que hasta enseñado en un receso las fotos de los críos y tal, han generado confianza, quieren un acuerdo pero se lo tienen que vender a los suyos. Ambos temen como al cólera ser tachados de traidores por los de casa y, posiblemente, ser retirados del camino al premio Nobel.

Análisis: lo normal es que un gobierno que trata con una mafia, una guerrilla o con José María el Tempranillo imponga a su interlocutor el control de sus bases. Especialmente porque si no, no tiene interlocutor. No obstante, ambos saben (porque Reid les ha leído el manual) que el riesgo son los elementos no controlados: si hay un tiro (no están mal las noches de Zapatero sabiendo que las elecciones se pierden o se ganan por la escasa distancia de un gatillo a una nuca) la cosa no puede seguir, porque las bases se retiran. Para la banda de pistoleros el problema es parecido: si le meten en la cárcel a la gente, no pueden justificarse ante los de a pie.

Hechos: ni unos ni otros están seguros ni pueden garantizar que controlan a todos los suyos, luego lo mejor es tener los mecanismos que sirvan para apalancar las cosas.

Traducciones: Frase de Permach: son "hechos muy graves". Asumen el comunicado de los batasunos de Barañáin. Frases de Rubalcaba: nunca dice kale borroka ni terrorismo. Los negociadores del gobierno necesitan para volver a casa que no haya violencia y que sea "condenada". Pero Permach no puede condenar, eso es terminar con años de fachada. Otegi y él le tienen que dar algo a Rubalcaba, decimos que son graves, decimos que nos solidarizamos (la mujer de Ortega Lara debe estar recuperando el habla), pero no podemos ir más lejos. Los de aquí nos matan y es hacer una concesión demasiado fuerte sin contrapestación (en el manual de todo buen negociador: nunca hagas concesiones sin contrapartidas). Así que tenemos que soltar toda esa verborrea que cada vez suena más increíble de la violencia estructural del Estado (qué bueno es el lenguaje para encontrar algo que pacifique las almas atormentadas de los asesinos) y las torturas y todo eso: en los caseríos del Goierri no nos soltarán los perros. Los negociadores, en el próximo receso para tomar café, puede que hasta se guiñen los ojos justificándose unos a otros con un "¿pero qué quieres que les diga?".

Resultado: por ahora, fríos y serenos, con la satisfacción de mantener las cosas controladas, los negociadores y los curas que les acompañan, continúan la senda de acallar las pistolas. Ahora se mueven en el espacio de la ruleta rusa, el de quién se está suicidando políticamente, en el de saber quién es el que al final se come el peor sapo, el sapo que no tiene príncipe dentro.

El juego de los espejos: en la sombras de la granja del Loira o del sótano de Ginebra en el que se esconde Josu Ternera puede que se haya gestado un doble juego. Preocupados por las detenciones, las fianzas y el riesgo de que las bases no sigan, se ha dado una orden a un comando organizado (y no a los chiquitines, los que respiran gasolina) y han montado un par de numeritos con pinta de incontrolados. Para evitar problemas, Ternera no le dice nada a Otegi. Así ponen cara de sorpresa (Marlon Brando decía que para poner cara de aturdimiento cuando tenía que interpretar cierto asombro tras abrir una puerta tras la que no sabe lo que hay no se aprendía el diálogo, hacía que le pusieran un cartel con el texto, de forma que se viera obligado a tener pinta de no saber nada). En las ordenes remitidas al comando se especifica claramente que no puede haber muertos. Ojito, eso termina con la fiesta. Después le explica, y por el conducto silencioso se le dice a Rubalcaba que le cuente a Zapatero que tienen la organización engrasada y que él también controle a los suyos: no más detenciones y pronto lo de la legalización, macho, que los míos se desmelenan.

Soledad: la de unos padres que han visto como el humo intoxicaba a un bebé. La de un comerciante que ve su negocio incendiado. La de gente que teme por su trabajo.

Es tiempo de salchichas. Es tiempo de pensar como piensan los ancianos, o como se cree que piensan los ancianos por haber vivido tanto y se supone que conscientes de la simultaneidad del sarcasmo y la necesidad de lo práctico. Seguro que hay maneras más cercanas a la justicia de hacer todo esto, pero seguramente hay pocas formas más realistas de hacerlo. Volvamos - siempre hay que volver- a la literatura, allí se comprende mejor lo humano que en los manuales de ciencia política. El ser contra el deber ser.