sábado, abril 22, 2006

Un par de güevos y la esperanza en la prensa libre


Como suele decirse: con euforia contenida. Con prudencia, precisión y astucia El Economista publicó ayer el desenlace del fenómeno periodístico más curioso de los últimos tiempos, perfectamente ignorado por el resto de la prensa económica y general. Como no oigo la radio, pues no sé si las radios se pusieron a ello, pero lo que es cierto es que nadie parecía publicar nada que pudiera ser mínimamente incómodo para el templo nacional de las compras, los señores del triángulo verde y apelación británica.

Bien, lo hicieron. Yo les decía que con güevos y con esa libertad que da no tener casi ni una paginita de publicidad y la necesidad de hacerse un nombre prestigioso, el síndrome de un periódico recién estrenado en la calle. Pero miren, nadie ha ido a los juzgados para decir que lo anteriormente publicado no fuera verdad. Difícilmente, pues la inspección de trabajo en Cataluña tenía expedientes abiertos.

El término que se suele utilizar últimamente es el de responsable. Quizá se utiliza responsable como equivalente a profesional. Díganselo ustedes mismos. Lo cierto es que desde que se publicó la portada de la osadía el diario nuevecito ha ido dando de cal y de arena: en vez de publicar sólo calamidades ha ido incorporando noticias las positivas que el gigante ha generado. La línea editorial, en mi opinión acertadamente, se centra en que una empresa de este prestigio no puede tener una laguna de este sentido. Las grandes empresas son como viejos elefantes repletos de memoria: cuesta mucho cambiarles el paso, enseñarles a bailar decía una reputada académica de la dirección de empresas. Que El Corte Inglés siga ejerciendo de ser opaco y que supuestamente actúe - es la leyenda del pasado - como un matón publicitario sobre la prensa no parece muy ejemplar.

Pero el razonamiento para los que creemos en sociedades abiertas es el siguiente:
  • Aceptando que el final es bueno y, cómo dice el periódico, las prácticas laborales de El Corte Inglés se ajustan a la igualdad de oportunidades o, por si acaso no fuera esa la buena intención, a cumplir con la ley, cabe presumir que la presión de la llamada opinión pública ha colaborado.

  • Que el sistema puede tener defectos. De hecho, los tiene. Si asumimos también como cierta la leyenda del poder coaccionador de El Corte Inglés sobre los medios de comunicación que dependen de su publicidad (el defecto del sistema), gracias a que se puede publicar libremente un periódico y en un escenario competitivo ha de buscar su hueco se ha dado la oportunidad de ejercer eso que dicen es la función del cuarto poder. Uno se imagina la mente de Pedro J. Ramírez carcomida por el conflicto de no haber sido él el osado y la preservación de su cuenta de resultados.

  • Constatar que un mercado regulado de la forma en que lo está como es el de las televisiones y las radios, es imposible encontrar el mismo espacio de oportunidad (y no digo libertad, porque uno no es un ingenuo) que en los medios escritos (¡en los blogs!) donde nadie puede coartar el que se inicie una aventura publicadora. Es decir, que el egoísmo, el buen interés del cervecero de nuestro amigo Adam Smith, sólo puede producir efectos beneficiosos si existe la libertad de emprender. Se convirtirá mucho más fácil en coalición de comerciantes en contra del público cuando el gobierno decide quién juega y quien no o pone reglas injustas: v.g. esa dolorosa OPA que tiene que digerir el buen Zapatero y su amigo Montilla.
La relación entre libertad de opinión, de empresa y prosperidad deja rastro por todos lados. Ayer viernes se publicaba en El Mundo un nuevo análisis sobre la Cuba de hoy. Centrado en las posiciones de la juventud cubana, Richard Gott incluye la siguiente afirmación sobre las rectificaciones de Castro (yo diría que la vergüenza de la calamidad de un incompetente tomando decisiones ruinosas, pero eso es asunto de otro día) acerca de la catástrofe de la producción de azúcar:
«Ninguno de nuestros economistas -continuó Castro- parecía haberse dado cuenta de nada de esto y prácticamente tuvimos que ordenarles que dejaran de seguir por esa vía». En realidad, eran muchos los economistas que sabían lo que estaba ocurriendo. Lo que no había era una prensa libre en la que pudieran exponer sus argumentos acerca de lo que sabían. Aunque las discusiones en privado suelen basarse en informaciones veraces y resultan a veces explosivas, prácticamente brilla por su ausencia el debate público sobre las estrategias económicas.
A Gott le diría algo más: de modo semiclandestino los economistas cubanos hace tiempo que publicaban en internet la desgracia que suponía para la isla la producción de azúcar. Fidel es grande: él condujo al desastre a la economía del país concentrándola en el azúcar más de lo que ya era y lo agravó con decisiones estúpidas como la famosa zafra de los diez millones (que no se consiguieron): fue tan ridículo que movilizó a todo el país para cortar caña con lo que el resto de la producción se paralizó. Un genio de la economía que ahora le atribuye la culpa "a los economistas". Es peor todavía. Castro admite que conocen al dedillo los estados de opinión de la isla. Incluso afirma (¿cómo puede estar seguro de que no le mienten?) que la mayoría les son favorables. La pregunta es por qué sólo él puede conducir los estudios de opinión. Por qué sólo él los puede realizar. Por qué sólo él y los suyos los conocen, no sólo sus conclusiones sino su metodología.

La libertad de empresa y lo que conlleva, debe ser el menos malo de todos los sistemas. O el único posible: Cafarelles y Zapateros no se cansan de repetir que quieren medios plurales. Que nos dejen solitos jugándonos nuestro dinero y nuestro tiempo y verán lo plurales que somos. Basta con que no se inventen leyes para sacrificar la libertad de creación de medios, se cercene la capacidad de competir en televisión y en radio, que se guarden los consejos audiovisuales donde les quepan. Es tan divertido que hasta hay más justicia social y más progreso económico.