domingo, abril 30, 2006

Unos saharauis, las lenguas y nuestras cosas


La imagen es una reproducción de la página 118 del tomo 6 de la colección La Mirada del Tiempo que el diario El País comercializa cada domingo a todo aquél que quiera pagar los nueve eurillos que le piden. El trato es bueno: la colección es interesante, el papel supera lo decente y la serie de fotografías no tiene desperdicio.

Para muestra, un botón. Lo que tienen a la izquierda es el discurso que dirige un caballero al que se atribuye el nombre de Seida Uld Abeida Uld Si Ahmed, a la sazón Presidente del Cabildo Provincial del Sáhara en el que "defiende el dictamen sobre el ordenamiento de la función pública en las provincias de Ifni y Sáhara".

La sede no la indica el ejemplar, pero tiene aspecto de parecerse al Senado, que en tiempos de la oprobiosa, ahí en la Plaza de la Marina Española de Madrid, cobijaba la sede del Consejo Nacional del Movimiento. Sólo es un supuesto.

La curiosidad, más allá de este rescate de la memoria, reside en el segundo caballero con túnica y, en este caso, turbante, pues es nada menos que el traductor del árabe que el tal Seida necesita para que los presentes le comprendan. El resto de la historia ya se sabe, Ifni debió ser pronto abandonada. El heroico ejército español no era tan heroico y poderoso como haber defendido militarmente la plaza hasta el último hombre y la última bala, algo que sí cabe esperar de las ordenes que hubiera dado Fidel Castro aunque sabemos por la invasión de Granada que sus soldados seguramente no le hubieran hecho caso. Digresiones aparte, también más adelante el conocido como Sáhara Occidental o Sáhara Español se evanesció liquidando lo poco glorioso de los últimos vestigios de construir un imperio colonial español.

La reflexión malvada por mi parte, con riesgo de inexactitud histórica es cierto, viene por el uso de las lenguas. Si lo más extremado de una cierta visión de España que con toda seguridad representan las instituciones establecidas por el general gallego pudieron soportar que los dirigentes de un ente colonial al que quisieron españolizar convirtiendo en provincia hablaran en árabe un acto público, será que es posible conciliar lo español con las lenguas y su uso administrativo (y político). Ya, ya, sé que me van a dar tortas por decir esto. Y que me dirán que en la España de hoy en la que no se puede emplear el catalán en el Parlamento español no tiene que ver y que, a diferencia del saharaui, los diputados catalanes sí hablan castellano, y que en el día a día de las calles el castellano es dominado por toda la población y todo eso... Pero no importa, es un símbolo.

Estamos hechos de símbolos y elementos afectivos. A mí me parece un fastidio. Pero no por ello dejamos de estar sometidos a su fuerza. Yo, que me he reconciliado con España y que la veo como un país normal, es decir, imperfecto, con pasado oscuro y brillante simultáneamente, con cosas interesantes y cosas despreciables, en definitiva como cualquier otro país, no he podido evitar al escribirme estas líneas de hoy dejar que mis imágenes mentales se fueran solas y he asociado al ejército español a una causa propia del franquismo o el nacionalismo español más rancio. No me ha salido el ejército de Franco, o el de los ganadores de la guerra civil, sino el español. Prejuicio maldito. Lenguaje malvado. Como si estuviera en la genética, como si la identificación de una ensoñación de imperio castellano con Isabel la Católica al frente fuera lo único que verdaderamente podemos asociar como imagen de España antes de apelar a la razón, y fuera la respuesta directa y bárbara de los sentimientos en crudo.

Adolfo Suárez fue el que dejó para la historia aquello de elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es normal y sacó adelante la reforma política. Terminar con la angustia permanente sobre la organización de España tiene que ver con el derecho sí, pero con un uso del ordenamiento jurídico que sea capaz de volver normal lo que parece que es verdaderamente más normal en las calles de todos. Cuando no pensamos en ello, la vida de castellanos, catalanes, vascos y todos los otros nacionales habidos y por haber transcurre mucho más plácidamente y menos angustiadamente de lo que la lectura de los periódicos y la escucha de soflamas de todas las vertientes parecen hacer creer. Es una materia sentimental, muy simbólica, muy sensible por tanto. La palabra España tiende a caer como una losa. La bandera española no deja de agredirte cuando la ves en el salpicadero de un taxista antipático. Lo catalán, lo vasco, suele ser hermoso: no hablo de estética, hablo de recreaciones mentales. Para otros, será seguramente a la inversa. Pues eso es lo que no está resuelto, la marea de náuseas y sueños que generan los símbolos que hacen posible aglutinar el ordenamiento jurídico. Supongo que es tarea de Rajoy, de Zapatero, de Piqué y de Patxi López. Vamos, si quieren. O si saben o si merece la pena, que es lo que decidimos nosotros con nuestro voto.