lunes, abril 24, 2006

Castellanos, leoneses, andaluces... nacionales por doquier



Yo creía a Joaquín Díaz sumido en el olvido: veo en los periódicos que lee un manifiesto en Villalar de los Comuneros, ese pueblo que el imaginario de la liberación de los pueblos y en contra de la(s) dictadura(s) recuperó en la transición para intentar asentar lo legendario en nuestras mentes y justificar las urgencias políticas. ¿Quién se acordaba de Villalar? Bueno, sí. Tenemos calles a Padilla, Juan Bravo y Maldonado.

La historia es tan entretenida: no hay pueblito, comunidad, realidad nacional o patria española que no reclame, cuando decide modernizarse, una vieja historia de héroes legendarios contra el poder opresor del Rey, de Madrid, de... ¿de ese viejo centralismo? Si Francia es democrática - ¿alguien lo duda? - y es bien jacobina (por algo lo jacobino es francés) es que la centralización administrativa en sí misma no es antidemocrática. ¿Por qué para los españoles lo es? Algo debe tener con el abuso de poder y la falta de legimitación (¿histórica?) que a ojos del pueblo - ¿soberano? - ha tenido Madrid, también llamado crisol de las Españas. Manuel Delgado decía algo breve que, como todo lo breve y sugestivo, decía - dice - mucho: "porque no te puedes sentir orgulloso de Madrid y sí de París".

Algo falla en la cosmovisión del mundo de los portadores de carné de identidad español para que el o los proyectos de "una sola nación" (fíjense que recuerda a una, grande... tiene muy díficil, como verán las mentes más lucidas, crear un lenguaje que dignifique esta opción) sean bien asimilados y queridos especialmente por las capas presuntamente más dinámicas o más favorables a los cambios no diré del progreso, pero sí del correr de los tiempos.

Si Castilla y León, con presidente del Partido Popular al frente, pide la revisión de su estatuto para tener más autogobierno (nunca he entendido que es eso de más autogobierno, suena a más independencia de las injerencias de Madrid y sus ministerios, pero a nada más), para tener cotas como otros (hay, ese constante qué dirán español, ese constante recurso a la pataleta frente al acierto del vecino) es que algo no está cerrado. O no funciona. O está pendiente. Siempre recuerdan los catalanes nacionalistas cuando se les recrimina por sus peticiones que es gracias a ellos, que las piden, que los demás las tienen. Y que no se oponen a los demás: que las pidan. Pedir, pedir. Un juego constante de toma y daca.

En este país de portadores de DNI de un estado que parece sólo existir en el BOE y en los edificios oficiales, no hay director de personal que no sepa lo que cuesta mover un trabajdor de su familia y amigos: la movilidad geográfica voluntaria en busca de un puesto mejor apenas existe (la emigración, drama social, familiar... tragedia, no inversión). Puede que sea así. Español es una denominación que pusieron los no españoles a los que vivían en España, nos decía Américo Castro, no creada por los propios habitantes.

Quizá se debería mirar los hechos y la realidad. Quizá lo foral, lo comunero, lo cantonal es lo único que verdaderamente acepta la psicología los habitantes de este trozo de tierra. Los liberales dirán, diremos, que se debe abolir el privilegio, esa cosa medieval, como los fueros de Vizcaya. Seguramente, el reto político no resuelto por, llamémosle la derecha moderna, liberal y conservadora, es una propuesta de modelo de estado en la que se sientan bien todos: conviene observar que cuando la gente va de fiesta, al menos hay media España que prefiere sacar una bandera distinta a la española. Asturias es España y el resto es tierra conquistada, pero a Fernando Alonso se le saluda con banderas azules, la rojigualda es subsidiaria, casi para la foto oficial. ¿Dónde está el ingeniero político que suma voluntades en pro de España-nación? ¿En qué consiste la España plural? ¿Quién define el compromiso de las partes con el todo, eso que realmente se echa de menos?

Alguien debería tener el coraje de plantear a la población qué país quiere: confederal, federal, jacobino con tintes locales, autónomico y calendario o lo que sea. Pero la realidad falsa todos los días la idea de que España, única nación, sea compartida por el suficiente número de personas. Navarra, después de todo, tiene prácticamente la misma concepción jurídica que el País Vasco, pero nadie cuestiona su lealtad. No debe ser, por tanto, cuestión de estatutos, conciertos o florituras jurídicas. Algo tiene que ver con la legitimidad íntima que le conceden los ciudadanos.