viernes, abril 21, 2006

Moneda de cambio (política creativa)


Sube Mariano al viejo reino de Navarra: no puede ser moneda de cambio en una negociación política ¿con ETA? ¿con el MLNV? ¿con el nacionalismo vasco?. ¿Y por qué no? Haciendo política para los vivos y no para los muertos (es decir, no hacer política en nombre de la historia, sus mitos y sus personajes) a lo mejor se pueden romper moldes e inventarse soluciones para todos los gustos.

Ejercicio sobre el papel: a) los vascos nacionalistas, sea cuál sea su condición, reclaman la soberanía del pueblo vasco para decidir su futuro. Es decir, una hipotética independencia que esperan sea en el seno de la Unión Europea; b) esos mismos vascos nacionalistas desean hacerlo asegurando una supuesta y mentirosa integridad territorial que incluye a ese viejo reino de Navarra sin rey alguno y esa otra entelequia de Lapurdi, Zuberoa y Behenafarroa; c) los vascos no nacionalistas desean conservar su nacionalidad española y que no haya bromas sobre el futuro; d) los navarros normalmente sólo quieren ser navarros y son casi los más españoles del mundo. Vamos, como un vizcaíno quijotesco.

Así, si nos centramos en los intereses reales de la gente parece que todo reside en, por un lado, la posibilidad de irse (los cuadros nacionalistas saben de la complejidad social, jurídica y la incertidumbre del invento de la independencia, por lo que como depende de las circnunstancias, lo que quieren es un derecho a ejercerla) y, por el otro, evitar que eso ocurra. Añadiríamos que el otro elemento residente es, para unos, la vasquización de la sociedad (euskera y txalaparta obligatorios) y, para otros, más bien ser muy navarros o muy alaveses siendo bien españoles.

Hipótesis: Navarra acepta integrarse, referéndum mediante, en un ente denominado como se quiera (¿Euskal Herria?, los políticos buscarían un nuevo nombre ficción: por ejemplo que todo se llame Navarra, hala) en el que se dan las siguientes circunstancias:
  • la capital del nuevo gobierno vasco se traslada a la vieja Iruña

  • los territorios históricos son los depositarios de los derechos históricos, siendo estos los que cuentan con la capacidad para autodeterminarse y no el ente global. Una buena regulación a la canadiense sobre la manera de hacerlo y una modificación constitucional que aclare en qué consisten y, para que todos los españoles estén de acuerdo, el reconocimiento de que se ha producido la actualización de los fueros en el ámbito de la constitución: muerte a las guerras carlistas.

  • los territorios históricos adquieren determinadas potestades para regular la lengua y la educación, además de sus haciendas al usual modo actual. Se evitan riesgos de vasquización obligatoria y, por necesidad electoral de cada territorio, ya se encargarían los políticos de dar a cada uno lo que es lo suyo.
Resultado: la soberanía queda reflejada en las provincias y no en el Euskal Herria inventado. El nacionalismo tiene una llave parcial para la independencia, pero sólo parcial. En segundo lugar, el nuevo parlamento vasco tendría seguramente mayoría no nacionalista por el efecto demográfico navarro, con lo que no se puede esperar políticas radicales de vasquización y la necesidad de pacto con garantías para los que se sienten españoles y no únicamente vascos. Los navarros de Etxarri-Aranaz se podrán sentir vascos sin que se puedan poner argumentos tontos sobre lo contrario. Los navarros bien navarristas pueden estar tranquilos, que sus cadenas, sus fueros, sus misioneros y su España permanecen cerca. El resto de los españoles están tranquilos: es difícil que los vascos se marchen o que, al menos, todos los vascos lo hagan.

Esto no es ficción: recuerdo a Arzalluz diciendo un día que el problema de la independencia los españoles lo arreglaban integrando Navarra en Euskadi.

Y el papel lo aguanta todo: ¿es una propuesta suficientemente creativa para que los populares se movieran y tomaran la iniciativa política? Si fuera rechazada nadie diría que no contribuyen. Bueno, échenme los perros si quieren. Luis Amézaga volverá a divertirse con mis buenas intenciones.