domingo, abril 16, 2006

El programa de la izquierda moderna, según José Luis: paradojas para Hayek, Friedman...



Personalmente sostengo que la socialdemocracia y la izquierda oficial son una estafa ideológica. Sencillamente porque se apropia de conceptos ajenos en nombre del progreso, los hace suyos y los presenta como conquistas propias: rápidamente se olvidan de las ideas absurdas del acervo ideológico comúnmente entendido como izquierdista (ese gusto por el estado omnipresente, ese ahogo de la libertad en nombre de la libertad) y se abrazan las ajenas ante la constatación del fracaso y la evidencia del sentido común.


Esto no estaría mal si nos llevara a un mundo mejor, porque la estafa es doble: no sólo se presentan unas ideas como lo que no son, sino que no se cree en ellas y son una añagaza para aparentar ser modernos: en cuanto hay ocasión, volvemos hacia atrás. Gas Natural, la dichosa OPA, el ministro condonado, etc. etc. son el ejemplo. Lo entenderán en cuanto lean una de las respuestas de José Luis a Pedro José en el acto de pluralismo de la semana: que El Mundo tenga una entrevista dominical con el presidente del Gobierno y no sea cosa sólo de El País. O viceversa si habláramos de Josemari.

La pregunta era:
¿Entonces para usted ser 'rojo' es ser socialdemócrata?
El fragmento esencial de la respuesta es éste:
Más que un socialdemócrata soy un demócrata social. El camino para los avances sociales es fortalecer los derechos de los ciudadanos y el control de los poderes públicos. El programa de una izquierda moderna pasa por una economía bien gobernada con superávit de las cuentas públicas, impuestos moderados y un sector público limitado. Todo ello, conjugado con la extensión de los derechos civiles y sociales.Ese es el programa del futuro.
Considero a los lectores de esta pagina suficientemente observadores como para apreciar el truco: resulta que el superávit presupuestario es de izquierdas - veremos lo que dura y lo que dice en el futuro -, también el control de los poderes públicos - ¿poder limitado? -, y no digamos los impuestos moderados - yo es que no me lo creo: ¿le gustarán los modelos del Este, el Este de ahora? -. Milton Friedman y Hayek rápidamente avisarían de que la trampa reside en eso de los derechos sociales y no individuales, pero ya está, ya está el discurso fagocitado.

El fraude idelógico aflora para el que lo quiera ver en cualquier sitio: ¿qué quiere decir "más que un socialdemócrata soy un demócrata social". Aclárenoslo señor presidente, porque si usted no es socialdemócrata ya nos contará qué es ser de izquierdas. Yo pido a algún sabio profesor de ciencia política que me aclare lo que es ser "demócrata social". A mí me basta con saber que se es demócrata o no se es, porque cada vez que se le pone un apellido a la democracia suele significar que se reduce la democracia. Es que tengo memoria y recuerdos para haber oído lo de la democracia orgánica, que era muy social y muy familiar.

Pero lo que peor soporto de la izquierda oficial es el complejo de superioridad moral permanente y la fe ilimitada en que el progreso es cosa suya (fe, un término que suele conducir a conductas peligrosas porque descarta la razón). Dice el morador de La Moncloa:
P.- Pero insisto, ¿cómo se concilia esta visión abierta de la democracia, con esa visión, perdóneme, tan sectaria de que la derecha no le ha enseñado nada?

R.- La derecha en este país me ha enseñado que es la izquierda la que hace avanzar los derechos democráticos.
Como uno ya no sabe si ser liberal es ser de derechas (uno está seguro que servidor no es como Acebes, pero es que a Acebes no le considero liberal), duda ante el análisis. Porque normalmente te lo gritarían. Si no es la derecha de este país, puede que sea la anglosajona, porque esas cosas del superávit y los poderes limitados a mí me recuerdan más a Margaret Thatcher y a Ronald Reagan que a Miterrand o a Willy Brandt. Y si aquí nos dice José Luis que esas son cosas de izquierda moderna las habrán aprendido de alguien.


A Adolfo Suárez le llamaron trilero. Los socialistas.