Es un trago duro. Que un republicano tenga que escribir en contra de otros republicanos y en contra de la celebración cual cambio de solsticio del aniversario de la Segunda República - que se realza y rememora porque tiene un número redondito, setenta y cinco años - es, créanme, algo ingrato, porque es de esos temas sobre los que castizamente se diría que se confunde el culo con las témporas. Honestidad intelectual, se le supone, deporte que Viladesau predica a los que queremos oírle.
Al corazón henchido de justicia, buen corazón, buenas intenciones y no muy buenas conclusiones de Almudena Grandes, quien disparó la bengala de la sucesión de cosas que probablemente hoy ocurrirán, ya le dedicamos algunas palabras propias, igualmente sentidas y repletas de buen corazón. Si las conclusiones son más pertinentes es cosa a juzgar por los demás, pero de la lectura de los comentarios recibidos y de algunas colaboraciones periodísticas que leo con la paciencia de quien se siente de vacaciones, no me siento solo: iba a decir que el cansancio por el pasado como lanza arrojadiza era una cosa generacional, de los que llegaron a la transición con veinte años y quisieran terminar de vengarse de Franco ahora porque se les murió en la cama.
Al ver quiénes esgrimen argumentos de todo tipo sólo me funciona lo de la generación parcialmente, y más parece una combinación de nostálgicos enardeciendo los sentimientos de progresistas a la violeta de todas las edades buscando un discurso para justificar su propio presente. Como los nacionalistas vascos recrean la Euskal Herria idílica en la que un montón de demócratas soberanos que hablaban en euskera se sentaban bajo el árbol de Guernica y eran justos y muchas cosas más, el izquierdismo de salón, lectura de El País y altar a Iñaki Gabilondo imagina que ese espléndido fracaso conocido como Segunda República fue un periodo de civismo sin límites repleto de campos sembrados de margaritas: cómo se nota que ya vamos siendo más los que no vivimos aquello que los que lo vivieron.
Destacaré las palabras de Martí Saballs Pons, subdirector de Expansión, ampurdanés por la vía materna, quien tiene la rara virtud de ser preciso, es decir, decir lo que hay que decir con las palabras justas y sujetas a pocas interpretaciones. Meritoria es esta perfecta descripción del resumen de los años de la vigente restauración monárquica: "Llegó la democracia, un nuevo Rey, progreso y ladrillos. Hasta hoy". Pocas veces se consiguen síntesis tan elementales. Buen químico, Martí Saballs:
Martí Saball publica una columna que se llama 610,8 km, la inmensa distancia que separa Madrid de Barcelona y que no les enlazo porque de pago es y no tengo acceso: la leí por el viejo método de acudir al quiosco el pasado miércoles. Pero su tino llega más lejos, anticipa, dados los años que vienen y la distancia entre el 14 de abril de 1931 y los hechos de los años siguientes (los tienen todos ustedes en su memoria o en sus lecturas), algo inquietante:
Descanse en paz la Segunda República.
Al corazón henchido de justicia, buen corazón, buenas intenciones y no muy buenas conclusiones de Almudena Grandes, quien disparó la bengala de la sucesión de cosas que probablemente hoy ocurrirán, ya le dedicamos algunas palabras propias, igualmente sentidas y repletas de buen corazón. Si las conclusiones son más pertinentes es cosa a juzgar por los demás, pero de la lectura de los comentarios recibidos y de algunas colaboraciones periodísticas que leo con la paciencia de quien se siente de vacaciones, no me siento solo: iba a decir que el cansancio por el pasado como lanza arrojadiza era una cosa generacional, de los que llegaron a la transición con veinte años y quisieran terminar de vengarse de Franco ahora porque se les murió en la cama.
Al ver quiénes esgrimen argumentos de todo tipo sólo me funciona lo de la generación parcialmente, y más parece una combinación de nostálgicos enardeciendo los sentimientos de progresistas a la violeta de todas las edades buscando un discurso para justificar su propio presente. Como los nacionalistas vascos recrean la Euskal Herria idílica en la que un montón de demócratas soberanos que hablaban en euskera se sentaban bajo el árbol de Guernica y eran justos y muchas cosas más, el izquierdismo de salón, lectura de El País y altar a Iñaki Gabilondo imagina que ese espléndido fracaso conocido como Segunda República fue un periodo de civismo sin límites repleto de campos sembrados de margaritas: cómo se nota que ya vamos siendo más los que no vivimos aquello que los que lo vivieron.
Destacaré las palabras de Martí Saballs Pons, subdirector de Expansión, ampurdanés por la vía materna, quien tiene la rara virtud de ser preciso, es decir, decir lo que hay que decir con las palabras justas y sujetas a pocas interpretaciones. Meritoria es esta perfecta descripción del resumen de los años de la vigente restauración monárquica: "Llegó la democracia, un nuevo Rey, progreso y ladrillos. Hasta hoy". Pocas veces se consiguen síntesis tan elementales. Buen químico, Martí Saballs:
La II República fue ejemplo de cómo el centro moderado, liberal y plural quedó engullido por extremismos intolerantes, unitaristas y separatistas, que confundían patrias y enseñas con utopías del terror, y que obligaron a matarnos entre españoles.Por honrar el poder de esta síntesis, ahorraré mis habituales circunloquios y les reproduzco una a una las varias sentencias impecables:
"España no tiene que mirar por el retrovisor para seguir avanzando"
"Loar la II República me suena tan viejo como recordar las consecuencias de la Guerra de Cuba."
"A todos nos han contado anécdotas, recuerdos vagos, y tenemos opinión de la bibliografía leída. Pero otra cosa es que quiera rememorarse aquélla época de forma institucional, levantando fantasmas y agravios."
Martí Saball publica una columna que se llama 610,8 km, la inmensa distancia que separa Madrid de Barcelona y que no les enlazo porque de pago es y no tengo acceso: la leí por el viejo método de acudir al quiosco el pasado miércoles. Pero su tino llega más lejos, anticipa, dados los años que vienen y la distancia entre el 14 de abril de 1931 y los hechos de los años siguientes (los tienen todos ustedes en su memoria o en sus lecturas), algo inquietante:
"Y me temo lo peor, que entramos en un período de aniversarios difíciles de digerir."Mi amigo Citoyen, que les aseguro que ya es de otra generación, y al que no se le puede acusar precisamente de alejamiento ideológico con lo que podríamos llamar izquierda en su acepción más amplia y menos dogmática, me dejó estas palabras plenas de acierto como comentario a una de mis peroratas:
"...el problema de abrir las fosas comunes es que no sirve de nada (nada útil, materialmente útil, que aporte soluciones a problemas reales de hoy día) y plantea muchos problemas ¿que ocurre si aparece que también había banderas bicolores en las fosas comunes? ¿si resulta que hay un montón de curas?¿esos muertos no merecen memoria y recuerdo? ¿eran menos inocentes?
La guerra civil fue el episodio más vergonzoso de nuestra historia, por ambas partes, es parcial decir que solo tuvieron "ellos" la culpa, intentar desenterrar ahora ese problema es un suicidio, por el muerto que enterramos no estaba muerto, sino que sigue vivo y lo mismo se cabrea cuando lo saquemos. Habrá que esperar, no sé cuanto tiempo a que el muerto se muera del todo y entonces ya podremos explicar en los libros de historia la guerra civil de una forma objetiva"
Descanse en paz la Segunda República.
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