viernes, febrero 24, 2006

Euzkadi colonial (venta de ultramarinos)


Una nota de prensa leída a vuelapluma me restalla a la vista por su virulencia. No es la contundencia, pues tratándose de política vasca nadie puede sorprenderse por ello. Es la ausencia de ambigüedad que también es notoria en las posiciones públicas de todo lo que rodee a ese ente conocido por PNV. Cuatro puntos, cuatro, proclama el Gobierno vasco:

...el Gobierno vasco señaló a Rodríguez Zapatero que la autodeterminación es un derecho «democrático» reconocido por la Carta de Naciones Unidas y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de la ONU, y advirtió de que «no es negociable», ya que se trata de un derecho «que todo pueblo posee». «Su negación implica negar la propia existencia de los pueblos en general y de Euskadi en particular», indicó.

Es más, el Gobierno vasco consideró que lo único que debe ser objeto de pacto es «el ejercicio de ese derecho». Un pacto al que, en su opinión, debe llegarse «por medio del diálogo y el acuerdo entre las formaciones políticas».


La manipulación de conceptos es una constante de ese conjunto de ideas que no se avergüenza de calificarse de "nacionalista" (uno piensa que en el siglo XXI ese es un término que debiera producir rechazo social, pues parece que en el entorno intelectual serio hace tiempo que está suficientemente desmontado, desconstruido y superado). Hábilmente, determinados sectores tradicionalmente vinculados a la derecha conservadora (que, a veces, se proclaman liberales: suele ser porque asumen que la democracia se hace con votos, que debe existir la libertad de mercado pero se ponen muy, muy, desagradables si se les toca la iglesia católica y la sagrada nación española) reconvierten la "c" en "z" y nos recuerdan que la plaga totalitaria y racista más famosa de la historia se hacía llamar nac(z)ional socialista. Y es que la etnia y la imposición no parece exclusivo de seguidores de Mein Kampf, ese libro que en la nueva ética de prohibición de ofensas puede que sea inhabilitado para al cita.

Perdonen la digresión, pero es que cuando se tocan las patrias todo se vuelve extrañamente cercano, aunque (excepcionalmente) no confuso. Decía que el nacionalismo manipula conceptos. Y como Hitler inspirado en los británcos y su aprendiz Goebbels sabían bien, las mentiras bien grandes son mucho más creíbles. Porque el derecho de autodeterminación de la ONU es algo que sólo se aplica a las situaciones coloniales, algo en lo que el derecho internacional parece no tener dudas. Equiparar Euskal Herría, ese concepto etéreo a una colonia, tampoco parece inocente. Tampoco es inocente decir siempre autodeterminación, que no suena a independencia, eso que no me atrevo a decir y pedir con todas las consecuencias (con todas, no a gritar un poquito en una marcha). Pero, nosotros los vascos de verdad repetiremos hasta cansarnos que nos den la autodeterminación, esa que Pepe Luis dice que no negocia, hasta que lo haga.

Quizá al gobierno vasco, a los de las pistolas, a los de la gasolina, haya que recordarles que son ellos los que insisten en que se negocie sin condiciones previas. O a lo mejor hubiera que recordarles que lo innegociable es que lo único que se puede negociar es dónde y cómo se entregan las armas y que el código penal está para cumplirse: ¿es aceptable aceptar en nombre de la paz que lo que ha habido es una guerra civil? Nadie quiere hoy recordar que todos los presos de ETA, todos, salieron libres en la amnistía del 77 y que acto seguido se fueron a matar, especialmente a los señores de la UCD. Alguien debería recordar el número de muertos producidos desde que existe la Constitución (que, según otro mito, no fue aprobada por los vascos) o, si lo prefieren, desde que se aprobó el Estatuto (que nadie niega que fue aprobado por los vascos), con el número de muertos de ETA antes del deceso del general nacido en El Ferrol.

La paz tiene precios. Hay que ser ingenuos para negar la realidad. El problema es qué paz y qué precios. El problema no es negarse al derecho de secesión, sino aceptar la autodeterminación como principio. Es mucho más grave la carencia de un planteamiento ideológico verdaderamente democrático por parte del Partido Popular y no digamos al Partido Socialista para poner en evidencia los conceptos totalitarios del nacionalismo, que tiene tan buena prensa entre la población afectada del virus. Los que recuerden mis peroratas sobre el modelo canadiense entenderán lo que digo: la esencia del concepto es que nada en el derecho internacional permite decir que tal cosa como la autodeterminación sea aplicable a Quebec (a Euzkadi que lo llamó Sabino, ese hombre), que ningún demócrata puede negar que si existe una mayoría suficiente que desee la secesión pueda ser negada, pero que esa decisión debe ser tomada con total claridad sobre las consecuencias y sólo tras un proceso negociador entre las partes que llevara a la modificación de la constitución junto con un reparto claro de activos y pasivos.

Pero claro, los pueblos, nos dicen, son anteriores y tienen derechos originales. Esa es la gran, gran, mentira: nada más nazi que la idea de pueblo. Los ancestros no sabían nada de nuestro futuro, ni eran pueblos, ni reclamaban derechos de nada que no fuera su presente. Sólo estamos nosotros, ciudadanos de hoy que a lo que debiéramos aspirar es a que no nos jodan con sus patrias. Con la patria del Cid (pobre Rodrigo, él que sabía, si sólo le pidió cuentas al rey) o con la patria de San Javier Arzalluz, ese hijo de carlista con estanco que piensa que su pueblo es, efectivamente, suyo. De él. Es aplicable a Ibarreche.


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