domingo, febrero 26, 2006

Es tan largo que me vengo aquí


Con las armas en la mano. A mi explicación ausente de palabras gruesas de mi insistencia en denigrar a José Luis, el amigo Citoyen (Aux armes citoyens!!!) me invita a criticar conjuntamente al habitante de La Moncloa: me puse a ello, pero me salió un comentario tan, tan largo que lo pongo aquí:

"Criticar no siempre es gratis. Es gratis hoy aquí porque no vamos a la cárcel. Siendo tan alto el coste potencial, algo debe de tener de buena la crítica.

Voy rápidamente al grano: ¿Sabes la sensación que me produce tu artículo? La misma que tuvimos con Felipe González. Aquéllos días eran como de magia, el mundo iba a ser increíble. He visto a gente mucho más joven que yo saludar la llegada de Zapatero con los mismos mecanismos ingenuos: todo va a ser estupendo, ya verás... ¿ya verás qué? Nadie sabía contestarme: veríamos el mundo florecer, cambiar... Es tan humano. Como el tópico: éramos jóvenes. Como ese otro tópico tan molesto: no estábamos desengañados. Es después cuando el desengaño se torna en algo de conocimiento de la vida y de la naturaleza humana que puede modificar la palabra desengaño, tan triste, de tan poca esperanza, por algo de realismo en lo que supone esperar un mundo perfecto o un mundo que se puede cambiar decididamente a mejor en el transcurso de una legislatura, una vida o por la trayectoria de un político. Vamos, que la vida es más compleja, y que cada generación tiene que aprender en sus carnes por qué las anteriores decidieron lo que decidieron.

Lo que vemos con Zapatero es algo que los británicos gustan en decir: las buenas intenciones no bastan. Como el paro es malo, lo voy a erradicar (buena intención), así que prohibo los despidos: arbitrismo desastroso que termina conduciendo al paro masivo encubierto, a la disminución de renta y a la pobreza. Ejemplo histórico: la Unión Soviética. Otras causas había, es cierto: no era sólo la ausencia de libertad de contratación, pero es un elemento más. Sirve para explicar lo de las buenas intenciones. Él, cuando se le acercan los españoles de a pie pidiendo un autógrafo suele escribir, antes de firmar, "paz". Ya. ¿Se cree que es el único que la quiere? ¿Se siente superior por decirlo? ¿Sabe cómo se consigue? ¿O es que tiene buena intención?.

Así que tenemos un primer ministro que nunca ha gobernado, que casi no ha liderado un partido de oposición, que pese lo que le pese salió elegido por un golpe del destino y que, no sabemos si por todo ello, tiene un ansia yo diría que irresponsable por resolverlo todo y caer bien: el problema de un primer ministro es que tiene que decir, de vez en cuando, que no. Por eso, entre otras cosas, dejas de ser popular. Y aquí queremos no decirle no a nadie y olvidarnos de que hay, por mucho diálogo y negociación que hagamos, cuadraturas imposibles.

La consecuencia es que las cosas no se pretenden resolver por el camino correcto. Voy a poner un ejemplo: no se puede resolver el problema de los nacionalismos a golpe de negociación oscura y sin consenso estatal, porque lo que ganas es menos que lo que pierdes: se agudiza el problema. No se puede hacer sin resolver la cuestión de partida: ¿cuál es la estructura del estado? ¿cuáles deben ser los compromisos de las partes con el todo? ¿dónde está el liderazgo de un político para decir a los señores nacionalistas que si quieren España que lo digan y si no, qué le vamos a hacer, y que no se puede ni hacer un traje a medida ni estar cada año renegociando competencias y financiaciones? ¿Ha clarificado él y su partido en qué consisten los límites? Esta es una decisión política, los nacionalistas sí lo tienen claro, por eso siempre ganan y por eso abruman a los partidos estatales: porque ellos no tienen claro dónde tienen que poner el límite de lo que es el estado. Que puede ser cualquiera, con tal de que exista respaldo político y social. Me he alargado con el ejemplo, pero es para ilustrar lo que me queda: la política es el arte de lo posible y lo posible no suele ser el programa ideológico de un partido a solas.

Pero después tenemos algo más serio. Es típico de los partidos de izquierdas que el fin justifique los medios. Algo así como lo que ocurrió con la corrupción socialista europea en los ochenta: la financiación del PSOE y los sindicatos españoles es algo que aprendieron de Francia. Robar está mal, pero robarle al empresario para el partido no es inmoral. Eso fue el comienzo de la corrupción, cuando Alonso Puerta, a la sazón concejal del ayuntamiento de Madrid por el PSOE fue expulsado cuando denunció las comisiones de las contratas de basura. Y luego la cosa siguió hasta proporciones más que de vergüenza. La cantinela era: la derecha también. Ya, pero tú te presentas con cien años de honradez diciendo que eres ético, que esa es tu diferencia profunda frente a esos egoistas derechones y empresarios sin escrúpulos. Que se lo digan a los de la PSV.

Algo no así nos está pasando ahora: Zapatero y su amigo Sebastián, Pepiño Blanco entre medias, hacen un discurso de limpieza: las empresas se gobernarán por sí mismas, respeto a los accionistas, bla, bla. Seremos limpios, bla, bla. Pero el afán de intevención paleto y barriobajero que empezó con Sebastián llamando a todos los ricos de España para echar a Fco González del BBVA es preocupante: hemos dejado el país en manos de inexpertos sin escrúpulos que se creen que están salvando al mundo. Que se salven ellos.

Pero hay algo más, todavía más grave. El desconocimiento del mundo, del funcionamiento de las reglas del juego de los países serios (que nadie dice que sean unos angelitos) es de tal calibre (no es que el tipo no sepa inglés, es que no ha salido de casa: ¿pero a quienes elegimos para puestos tan cualificados?), que es el prestigio del país ganando con tanto esfuerzo lo que está al borde de hacerse evidente para el público de a pie. Estoy seguro que para las cancillerías de los países serios, la errática, absurda política exterior española, más basada en los recuerdos de las camisetas del Che Guevara y aquéllas manifestaciones en contra de las bases, ya es motivo no de cachondeo, sino de incomodidad y complicación: ¿cómo podemos negociar con gente tan poco seria, tan poco competente, con tantos cambios de política, con tan poca previsión de las consecuencias?

La previsión de las consecuencias, ahí nos va a doler. No me gustará Bush, pero los gestos obscenos (no levantarme con la bandera, las chorraditas dichas con un micrófono delante) basadas en, de nuevo, buenas intenciones ("España es un país soberano que decide su propia política exterior") tropiezan con la sutileza, el buen tino y el practicismo que requiere la realidad para hacer, precisamente, eso mismo que se dice en voz alta. Las consecuencias es que esta campaña de antialemanismo, Rubalcaba en pie, cuando se hizo profesión de independencia en el caso de France Telecom (qué cosa más poco seria: los fondos internacionales de capital riesgo ya se dieron cuenta de cómo funcionan las cosas con este gobierno: cuando ya habían comprado Amena se metió un tipo en los cinco últimos minutos y los quitó de enmedio por una componenda política), tendrán consecuencias para el futuro. A ver qué le decimos a Evo Morales cuando te llame la La Caixa otra vez pidiendo socorro, que me quitan el gas. O a ver qué sucede si prosperan las demandas en EEUU sobre el error en las reservas de Repsol: no sólo no podrás llamar a Bush, sino que siquiera te valdrá de nada.

Pero tiene consecuencias más graves. La capacidad de creer que los organismos reguladores tienen en España un atisbo de independencia (hombre, no nos lo creíamos, pero se intentaban guardar las apariencias) se ha terminado. Están contaminados para la eternidad. Va a dar igual el que monte: ni los consejos audiovisuales, ni el mal llamado Tribunal de Defensa de la Competencia, ni la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones, ni la CNMV (Conthe, con ese códiguito ridículo en el que se ve una vez más este ansia por querer ser el papá de todos y meter en cintura a estos empresarios tan carcas que no ponen señoras en sus consejos), ni nadie podrán ser nunca respetables.

En mi opinión, esta OPA de E.On es un antes y un después. Ya no hay vuelta atrás. A partir de ahora el gobierno sólo va a luchar por sobrevivir e imponer su poder sin importar lo que se lleve por delante. Es tal la apuesta por tantas cosas demasiado grandes tan mal llevadas, que la primera que caiga derribará el resto como un castillo de naipes. La radicalización de la sociedad y el cortoplacismo del PP pueden tener unas consecuencias bastante profundas: Zapatero, de ganar, no va a ganar las próximas elecciones por mayoría absoluta. El PP, de ganar, tampoco. La ingobernabilidad y la radicalización van a aumentar. Sólo un cambio de líderes puede permitir una pista de aterrizaje a todos.

Mientras, a lo lejos, ETA se lo pasa bomba (no es un juego de palabras). Comprueba cómo se incrementan las debilidades del estado, revisa las grietas del edificio y sabe dónde tiene que meter las cuñas: ya ni siquiera tiene que matar para poner al estado en situación crítica. Antes, asesinando un militar cada tres días, sabía que atraía el golpe de Estado como un imán. Ahora, le basta con decir que no mata en Cataluña. Démonos por provocados."


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