sábado, febrero 11, 2006

La resurrección del irresponsable


La memoria es algo esencialmente erróneo, un artefacto que recuerda como quiere y lo que quiere pero que tiene la rara virtud de ser nuestra única patria y puede, filósofos y sacerdotes me perdonen, que sea el único yo posible. Del marasmo del ruido y las voces grandilocuentes, los recuerdos aparecen como luces en la niebla.

Recuerdo ahora que en esos años de plomo diluido que fueron los del descubrimiento de los propietarios de los GAL, de la exuberancia de la corrupción y el uso y abuso del poder para construir un mecanismo blindado de perpetuación en el poder y riquezas varias, el gran comendador Felipe González solía atribuir a todos sus críticos el calificativo de irresponsable. Eras irresponsable por sugerir que el dinero del gobierno y una decisión tomada sin taquígrafos en despachos silenciosos se había utilizado para ordenar secuestros y cometer asesinatos.

Era irresponsable sugerir que el dinero del gobierno, es decir, el nuestro, se había empleado en forma de pagas extra a los altos cargos policiales sin ningún tipo de control. Era irresponsable cualquier insinuación de que el partido en el gobierno había organizado una trama de fraude fiscal y mercantil para financiar sus campañas electorales. Y se era irreponsable por sugerir que el máximo responsable de ese gobierno y de ese partido fuera siquiera interrogado para decirnos qué sabía del asunto. Nadie parecía en reparar que resultaba manifiestamente incompetente y, por tanto, irresponsable, que el primer ministro de ese gobierno dijera que se enteraba de cosas como ésta por los periódicos.

El gran comendador Felipe González era capaz de introducir grandes términos para aguar el escándalo. Por ejemplo, fué él el primero en hablar de crispación (¿es mi memoria fiable? pero como si reviviera aquélla rueda de prensa...) a lo que era indignación y escándalo ante el crimen organizado. Se crispaba y se era irreponsable. Y entonces el diario El País y las tertulias de la SER empezaban a repetir cual descubridores de un nuevo grial los términos mágico-manipuladores del gran comendador.

Ya somos irresponsables otra vez. El Sr. Navajas ha desmenuzado concienzudamente los entresijos de toda esta falacia de falsos conciliadores y de comprensivos y serenos demócratas indignados por la mala fe de los caricaturizadores de ídolos. Miguel Ángel Bastenier publicaba uno de sus análisis de política exterior ficción y nos leía la cartilla:

...el hecho de que haya tal desproporción entre ofensa y reacción, no hace menos irresponsable la actitud del que ofendió sin mirar a quién. Abstenerse de encargar o publicar las viñetas, no habría sido en este caso autocensura, sino comportamiento responsable.

La abstinencia, ese remedo de castidad, solución recomendada por el Vaticano para evitar la extensión del SIDA es el mérito que nos proponen. Y yo me pregunto, Bastenier, quién eres tú, santo pope del periodismo, santo defensor de las libertades, para hurtar a los lectores que dices defender la capacidad de ejercitar su propio juicio observando por ellos mismos el contenido de la polémica; quien eres tú para pensar que no soy lo suficientemente adulto para hacerme mi opinión y mi escándalo. Pero vale la hipocresía: no lo publico pero le digo dónde puede usted verlas.

En el siglo XXI pervive la confusión para preservar las ideas de libertad y modernidad que tanto ha costado construir. Batalla sin fin contra las limitaciones de nuestras entendederas. Pero hay luces en la noche, hay faros que marcan los caminos que debiéramos saber de memoria:

En una situación en la que se están quemando embajadas, ¿es denunciar las caricaturas lo mínimo que Occidente puede hacer para mostrar su respeto por el islam y evitar el tan temido choque de civilizaciones?

No. Hay muchas cosas que los países occidentales pueden decir y hacer con provecho para facilitar las relaciones con el islam, pero cerrar la boca a sus periódicos no es una de ellas. Las personas que sienten que no son libres para dar voz a sus preocupaciones sobre el terrorismo, la globalización o la intrusión de nuevas culturas y religiones no querrán por ello más a sus vecinos. En todo caso, sucederá más bien lo contrario: las personas necesitan desfogarse. Y la libertad de expresión, recordemos, no es sólo un pilar de la democracia occidental, tan sagrada a su manera como lo es Mahoma para los musulmanes devotos. Es también una libertad que millones de musulmanes han llegado a disfrutar o aspiran a disfrutar para sí mismos. En consecuencia, extenderla y fortalecerla puede ser una de las mejores alternativas para evitar la incomprensión que puede conducir a las civilizaciones al conflicto.


The Economist, 11 de febrero de 2006



Actualización: bueno, pues el gran Fernando Savater ha hablado. Y cómo. El Señor de las Navajas reproduce y comenta hoy vastamente su artículo y otras joyas. Creo que se deja por reproducir la cojocita, vean:

"me preguntaría, como hizo el semanario jordano Shihane, "qué perjudica más al Islam, esas caricaturas o bien un secuestrador que degüella a su víctima ante las cámaras". Desgraciadamente no tendremos ya respuesta ni debate, porque el semanario fue de inmediato cerrado y su director despedido"

He podido comprbar gracias a él que no sólo Bastenier, hasta Goytisolo, al que quiero tanto, también se desliza por este tobogán de destrucción de la modernidad: también nos llama irresponsables. Qué cosas.



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