sábado, enero 21, 2006

La claridad vista desde Canadá (y IV)


No sé a ustedes que les parecerá, pero para este escribidor las conclusiones que surgen de la experiencia canadiense son, esencialmente, tres:

Primera: existe un cuerpo doctrinal sólido muy bien argumentado llevado a la práctica para aquellos que promuevan la defensa de una España unida sobre bases absolutamente democráticas sin tener que ser nacionalista español. Es decir, sin tener que sustentarse en cosas como la sagrada (la constitución dice "indivisible") unidad de la patria, los Reyes Católicos, Don Pelayo y Agustina de Aragón.

Segunda: que la única forma democrática de no ser nacionalista y preservar la defensa de un estado unido es asumir que se puede dar el caso en el que haya gente que no quiera formar parte de él y que pueden alcanzar una mayoría suficientemente sólida como para no poder ocultar la verdad y asumir que están en su derecho a querer ser otra cosa. Y que, en estados como el nuestro donde ese fenómeno se da en proporciones suficientes como para abordarlo con honestidad intelectual y política, es legítimo - y necesario - que se regule la forma de hacerlo.

Tercera: que la mejor forma de regularlo es sustentarlo sobre las mismas reglas que se da el estado que asume este principio sobre sí mismo. Es decir, que la regulación tome en cuenta a todas las partes interesadas hasta el punto que los secesionistas deban asumir los mismos principios que le piden al conjunto del estado. En otras palabras, y puesto en un caso español, que si los alavases no quieren ser vascos, no se les pueda imponer y si los alaveses de Llodio no quieren ser españoles, pues tampoco. Y que ese proceso debe negociarse y hasta que no esté negociado plenamente (los contribuyentes secesionados también han pagado por determinados activos del estado que deben repartirse de forma adecuada, se trata de una democracia y no de venganzas) no pueda tomarse la decisión final sabiendo todo el mundo las consecuencias precisas de lo que supone. Es decir, debe haber mayorías cualificadas y detalles precisos porque la decisión es, probablemente, irreversible y con consecuencias para las generaciones futuras.

El texto que reprodujimos de Stephane Dion y que vuelvo a repetir hoy marca una síntesis de la doctrina democrática basada en los derechos y la libertad individuales y no en el sometimiento del individuo a la soberanía, la nación o lo que quieran (raza, patria, tradición, ancestro):

Ningún grupo de ciudadanos puede tomar la iniciativa de monopolizar la ciudadanía en una parte del territorio nacional, ni despojar a sus conciudadanos, contra su voluntad, de su derecho de pertenecer plenamente al conjunto del país. Todos los ciudadanos deberían estar en condiciones de transmitir a sus hijos este derecho de pertenencia. En términos abstractos, ese derecho nunca debería ser cuestionado en una democracia. Ésta es sin duda la razón por la que tantas democracias se consideran indivisibles. Puesto que la lealtad establece un vínculo entre todos los ciudadanos por encima de sus diferencias, ningún grupo de ciudadanos en un Estado democrático puede apropiarse del derecho a la secesión bajo el pretexto de que sus atributos particulares, como la lengua, la cultura o la religión, les permiten ser considerados como una nación o un pueblo diferenciado dentro del Estado.

El Partido Socialista y el Partido Popular tienen aquí una base para el consenso para construir la "nación española" de los ciudadanos y no de los pueblos, la plurinacionalidad y esas cosas de las minorías para justificar el agravio y la perpetua angustia existencial sin tener que renunciar a algo que todo estado tiene por su propia esencia: la lealtad con el conjunto y la definición de límites al poder local sin que se pueda argumentar ninguna clase de imposición. Los nacionalistas tienen un instrumento magnífico para tratar de convencer a los grupos de sus ciudadanos que la indepedencia merece la pena sin tener que recurrir al folklore convertido en profecías de destino. Hace unos meses aquí comentamos un intento de Josu Jon Imaz de sugerir algo que recuerda el esquema canadiense al hablar de un cofre de doble llave: la posibilidad de la secisión, palabras que no decía Imaz pero que sí se referían al melón de la soberanía, debía abrirse con un cofre de doble llave, una en manos de la "sociedad vasca", otra en manos del lado "español".

¿Quieren saber cómo termina el cuento? ¿Son los quebequeses y los canadienses en conjunto más felices desde que tienen claridad? Los nacionalistas quebequeses no se dieron por satisfechos y aprobaron rápidamente un manifiesto y una ley contrarios a la ley de la Claridad basándose en que - ¿lo imaginan? - el pueblo de Quebec disponde una soberanía originaria que está por encima de cualquier otra disposición, es decir, que nada pueda impedir una declaración unilateral de indepedencia. Por supuesto ellos recuerdan que tampoco aprobaron la constitución de Canadá y todas esas cosas que sirven para justificar un pueblo en marcha y no sus derechos individuales. Pero hay cosas positivas: en el texto tienen que reconocer la existencia de la minoría inglesa, los derechos de los "pueblos" indígenas (paradójico: los únicos que podrían alegar algún derecho sobre el territorio y han de ser sometidos a la tradición francesa del colonizador) y contar con ellos. Hay más cosas positivas: si todo lo que leo es cierto, la tensión nacionalista desde que existe la claridad para la escisión es menor y no hay referéndum a la vista.

Puesto que al final aceptamos que hay unos valores superiores a otros y que el meollo de la cuestión es decidir cuáles, yo elijo los míos: prefiero ser ciudadano a ser una reedición del ancestro y prefiero que mi vecino sienta que su patria es la que le dé la gana con tal de que no me quiera obligar a mí a sentir lo mismo. Y, por supuesto, no estoy dispuesto a matar ni a que me maten por mantener sagrados principios territoriales, culturales, identitarios, linguísticos y cuántos más se le ocurran a Arzallus, a Carod y a José Mª Aznar. Tampoco a la bobería del vamos a llevarnos bonito del idealista inexperto, rojo rojísimo, del Gobernante disfrazado de héroe de cómic, Amézaga dixit.


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