Dicen por ahí que el Gobierno de la Generalidad de Cataluña ha husmeado (previo acuerdo de confidencialidad, patatín y patatán) entre los historiales clínicos de sus enfermos y encuestado a sus médicos, enfermeros y enfermeras (qué gracioso suena el término americano paramedics) sobre la lengua que usan con los pacientes.
¿Y a ellos qué les importa? ¿Debe el estado meterse en los actos de intimidad, de las relaciones sociales, para investigar qué lengua se usa con el pretexto de que el catalán (en este caso, a otros gobiernos les encantará meterse en otras intimidades) debe ser lengua vehicular? ¿Tiene un gobierno derecho a opinar sobre qué lengua utilizo para describir mis dolores, mis angustias, mis temores (a la muerte, al padecimiento)? ¿Debe el estado opinar en la lengua que utiliza el médico para sanar, relajar, ayudar al enfermo (tanto hablar de la relación médico/paciente, de la necesidad del trato atento, cálido, cercano; de que el propio afecto del sanador ya contribuye a curar)?
Un amigo me confesaba tras la interrupción de una relación amorosa que le costaba hacer el amor en castellano. No lo miren con asombro ni ligereza. El amigo, efectivamente, utiliza el catalán como su primera lengua, como su elección diaria. Íntimamente su expresividad y su emoción se vio limitada y el juego de afecto y deseo no prosperó. Esperemos que el estado, los estados, no nos digan como tenemos que hacer el amor. La elección es individual, personal, intransferible. Hay quien quiere imponer y nos quiere cambiar la realidad: la propia TV3 asume que más del 40% de los hogares de Cataluña tienen el castellano como primera lengua. La realidad es siempre difusa y tozuda, a los políticos con mando en plaza les gusta cambiarla según sus intereses.
En Cataluña se da el raro privilegio de un bilingüismo cercano a lo universal. Es cierto, me dirán, que hay gente que no habla catalán ni quiere, lo que no sucede al revés. Es cierto que no siempre - la justicia - se puede uno desenvolver plenamente en catalán si lo desea. Pero, en el fondo, todo es demasiado pequeño como para no seguir considerándolo un milagro maravilloso digno de ser dejado (correcciones sobre la justicia, por ejemplo, aparte) a la libre elección de los ciudadanos de a pie. ¿Por qué no asumir queridas administraciones públicas catalana y española que las personas elijan libremente su relación idiomática con el poder, con los servicios públicos y, por supuesto, con sus vecinos? Las lagunas del catalán en su relación con el poder son simultáneas al intento de desterrar el castellano de los espacios públicos. No hay lenguas propias de territorios que crezcan en los árboles, sólo hay lenguas de individuos: la constitución de Estados Unidos ni siquiera pensó que tuviera que haber un idioma oficial (aunque ahora algunos lo intenten).
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