Los periódicos son mercancías como cualquier otra. Por eso, en su infinita necesidad de promover la circulación y venta de sus contenidos nos anticipan cosas de lo que leeremos al igual que la televisión y el cine nos seducen con sus trailers. Eso pasa cada sábado a la hora de preparar la gran fiesta de ventas del domingo: se sirve un aperitivo. El aperitivo de El Mundo para la que será la comilona de mañana tiene al Sr. Carod-Rovira, esa pesadilla del taxista promedio, como protagonista. El titular - "soy la bestia negra de la derecha" - no me interesa nada, salvo para una coda final que, espero, lleguen a leer.
Probablemente sin intención, Carod revela luz sobre el problema de fondo de lo que es la inacabable y agotadora discusión diaria de este país. Ese lamento eterno que pareciera tener al fantasma de Ángel Ganivet flotando entre las paredes de todas las casas del Reino sin que encontrara reposo ni tumba que lo retuviera. Le preguntan a Carod que qué es España y él, honrado, nos dice: "Sinceramente, no sé qué es". Claro que no, y nosotros tampoco, por eso se discute tanto con Carod y los demás.
No es culpa suya. Supongo que de nadie. Pero el drama del parche de Zapatero, esa proclamación de buen rollo y talante que nos dirán que es el nou estatut, es que sigue sin responder a la pregunta. Sigue sin decir qué es esto. Ni Carod lo sabe decir después del trance. Porque si a España hay que ponerle apellidos - plural, por ejemplo - es que hay demasiado que resolver. Sean honestos queridos amigos: reconozcamos que no sabemos qué es esto. Démosle un mérito a Carod aprendiendo de él, si empezamos por asumir que no sabemos lo que es ya estamos en el el principio de la cura de cualquier toxicomanía, que es su propio reconocimiento: vivo en España y soy alcohólico. Perdón, quiero decir que vivo en España y no sé lo que es.
Ahora hay que curarse, pero ese es un asunto tortuoso, lleno de sombras. Es oscuro, verbigratia, este pasaje que nos ofrecen en el vermú de hoy: «la nación catalana es una comunidad de personas que en el territorio de lengua catalana quiere compartir un proyecto colectivo común». Es oscuro porque habría que entrar en fase dos del reconocimiento del alcholismo: puede que mi realidad intoxicada no sea la realidad. Si defino la nación catalana como personas en el territorio de lengua catalana la hemos pifiado. Porque no conozco ningún pedazo de sílice, feldespato o arena común que hable catalán o que simplemente sembrando en él haga crecer girasoles que hablen en catalán; o que sus semillas me proporcionen al comerlas el súbito conocimiento de la lengua catalana. Y niego la realidad porque parece ser que no todos los que viven en eso que se llama territorio de lengua catalana deciden hablar en catalán con su mujer. O porque parece que, sin ir más lejos, en Santa Coloma de Gramanet predomina la gente que tiene como primera lengua el castellano y eso supondría que ese sería un territorio de no-lengua catalana. O sea, que no sería Cataluña. Tampoco el Raval, porque a lo mejor imperan el árabe y el urdú. Y eso sin hablar de los valencianos que tampoco saben lo que son ni qué lengua tienen, o la Franja de Huesca, donde el catalán es algo más que folclore. En definitiva: existe un concepto imperial e impostor, de impostura y de imposición.
Y ahora la coda: ¿ser la bestia negra de la derecha es ser la bestia negra de CiU? ¿Es CiU un partido de derechas? ¿De derechas son sólo los del PP?
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