La pizpireta señora Aguirre, pregonera liberal pero que bien sigue esa vieja tradición cristiana de no saber en su mano derecha lo que hace su mano izquierda, insiste en sus monólogos ideológicos sobre España y los españoles en la idea de la nación de hombres libres. Es una canción preciosa, no creo que a nadie le disguste la idea de ser libre. Ni de tener una nación de hombres (¿mujeres?) libres.
En torno a la derecha española, se viene reiterando este discurso - perfectamente legítimo, qué duda cabe - de precisar el significado de España como sinónimo de libertad, especialmente como contraposición a los nacionalismos (presuponiendo que los anteriores no lo son) que serían los que están negando la libertad, trabajando esforzadamente por la recreación de patrias milenarias de dudosa legitimidad histórica y jurídica. Este es un discurso que, como el de los contrincantes, esconde una serie de verdades hilvanadas con deformaciones, interpretaciones particulares y sardinas que se arriman a ascuas de diverso pelaje.
En ese intento de españolear la libertad, tanto Aguirre como otros propagandistas (pagar películas de cine sobre héroes de mayo - ¿cuántos héroes de mayo hay por el mundo? - mientras se niega el valor de las subvenciones, o emplear los micrófonos como estrategias de movilización de mentes dormidas, es propaganda), recurren a la revitalización de una vieja iconografía que en el pasado se tuvo por heroica, pero que personalmente creo que llevaba más años sometida a la curiosidad cultural (leer a Galdós es una cosa en verdad muy recomendable) que a recreaciones por la causa. De otra manera: que Agustina de Aragón es una cosa envejecida y para la anécdota de cómics de posguerra y Rafael Casanova resulta una obligación moral de homenaje.
Sometidos, apabullados, cansados, moralmente heridos, indignados a ratos por la propaganda y acción nacionalista más obscena y por momentos bochornosa, aturdidos por treinta años de acción/reacción, por una mezcla de sentimientos de culpabilidad, reparación, restitución y a ratos venganza, la cuestión intelectual de si no se está sustituyendo un nacionalismo que se consideraba agotado por un nacionalismo alternativo que brilla igualmente en casi todo lo peor del primero, ha carecido de una respuesta política solvente. Solvente porque el debate sigue abierto, como se puede comprobar por el interés que le dedica este enano oculto en sus conciencias que es Berlin Smith y por el de ustedes que se dejan enredar por el enano.
¿Es por falta de categoría intelectual o - también - porque en el fondo de sus conciencias no son otra cosa que nacionalistas vetustos cuya única diferencia con los acusados de serlo es la falta de color que la oficialidad deja al nacionalismo? Como dirían Duran i Lleida y en cierta forma Rubert de Ventós, poder dejar de ser nacionalista al ver que la realidad no lo hace necesario. El caso es que a la hora de pasar la prueba de la libertad, parece que España importa más que la libertad, que los principios liberales de los que se presume en los discursos y que la Corona, la bandera, el himno nacional, los héroes del 2 mayo, la Pepa y Cádiz, son todos requisitos necesarios para España y la libertad. Cuando son los conservadores sin tapujos los que hablan (es decir, no tanto los autoproclamados liberales) suele mezclarse la cuestión con determinados valores religiosos o, lo que me parece peor, asociar España a categorías morales católicas. Patria y religión, como bien saben irlandeses, israelíes, catalanes, vascos y españoles con edad suficiente para recordar el ángelus en radio nacional son cosas que se mezclan con demasiada soltura.
Mariano y su partido: paladines contra muchas cosas que lo merecen con otras que no lo merecen demasiado mezcladas en un cóctel de sabor insatisfactorio, muchas veces repulsivo. Bien por su propia condición, bien por esa falta de verdadero desarrollo ideológico de los ingredientes que mezclan, tiran día a día por la borda la única posibilidad que tienen de ser mayoría y de "salvar" "su" España: si importasen más los hombres libres y la sociedad civil que España, podríamos al menos ver discursos y propaganda electoral que nos explicaran que no se es de izquierdas, algo de tanto prestigio, precisamente porque se cree en la libertad y en la justicia, que no es la izquierda la que favorece a los pobres y que las políticas socialdemócratas no hacen menos pobres ni gente más libre ni más culta. Veríamos discursos y propagandas que asumen que la identidad se debe ejercer con libertad y que no hay estado - ¿no eramos liberales Esperanza? - que deba imponer la obligación de conocer un idioma, o que no hay principio moral que pueda obligar a nadie a sentirse español y, por tanto, ser obligado a acudir a una selección nacional. O a adorar muertos pasados a los que se les debe pleitesía. Cosas, ya sé que lo dirán, que pueden repetirse con los matices necesarios, del lehendakari que nos coja confesados.
La verdadera estrategia brillante ante la falta de un himno y una banderas queridas y amadas por los ciudadanos no es o no era tener que plantar una mucho más grande en la plaza de Colón, ni emplear al extraño grupo de integrantes del Comité Olímpico Español para inventarse lo que la tradición no ha logrado asentar por sí misma. No es tampoco asumir con naturalidad que, efectivamente, banderas grandes e himnos heroicos los tienen todos los países y no pasa nada, que así es, era aprovechar la oportunidad para defender un estado carente de nación, para ser verdaderamente innovadores y desarrollar una propuesta política para superar la identidad como principio cuasijurídico que impregna todos los conceptos: lavarse de patria para ser ciudadanos. Seguramente, lo que la población en general espera para no tener que tomar partido entre patrias.
¿Lavarse de patria y quedarse limpio es posible? ¿Puede lavarse uno y esperar que lo hagan los demás? Quién sabe. Probablemente no hay nada que lave más blanco pero es, si se quiere llamar así, la única opción moralmente válida para los campeones de la libertad y el estado limitado. Como se puede ver, en cuanto pintan bastos, que es casi siempre, Mariano se pone una bandera, pide una letra musical que mencione a la Corona y promete un ministerio de familias y bienestar. Para ese viaje no se necesitaba alforjas.
(mis habituales me dejaran algunas notas sobre mi ingenuidad y utopismo supuestamente genético, ya lo sé, pero ahora no tengo ganas de rebatirlo: quédense con que las ideas, las buenas y las malas, se difunden y consolidan con los buenos liderazgos)
(habrá quien diga que liderar una mala idea y alcanzar el objetivo es un mal liderazgo: sí, claro, pero no está al alcance de cualquiera liderar una mala idea, como Mariano y José Luis demuestran día a día)
|