¿En qué canal era? Me preparaba minuciosamente una tortilla de jamón mientras a mis espaldas una sucesión de reputadísimas personas narraban maravillas del heredero de la corona. La cocina es mucho más entretenida, así que me conformé con reconocer algunas voces y captar frases aisladas en el caserísimo sonido de un par de huevos que se baten como toda la vida: resulta que el hijo del Borbón no sólo es un muchacho estupendo, sino que es más solidario que nadie, cooperante, campeón de la exportación del vino y el jamón, entrañable tío postizo de víctimas arrebatadas y desmenuzadas por la muerte de un familiar a manos de quienes ya saben, preocupado por la justicia social. Debe ser culto y sensible, por mucho que lo único público que yo recuerdo haber leído de sus lecturas es a Juan José Benítez. Si le gustan Ruiz Zafón o Isabel Allende, tampoco es delito por mucho que sea una plaga que confirma que la libertad está para que la gente haga cosas con ella que a ti no te gustan.
Mis presunciones eran ciertas: la serenísima televisión española, esa que en ámbitos izquierdosos es garantía de independencia y pluralidad, y que en la derechísima es objeto de uso y disfrute cuando le pone la mano encima, era quien hacía el relato de príncipes y princesas. En definitiva, los medios del estado usando el dinero que te han quitado del bolsillo tienen permitido hacer hagiografías que cuando eso que antes se llamaba el Régimen lo hacía de Bahamonde, lo llamaban de todo menos bonito. O, sobre todo, lo han dicho después, pantano mediante.
Previamente, los felices poseedores de un título habilitante que permite forrarse sin competencia y que son conocidos como teles y antenas nos han agraciado a todos con los dulces, amenos y entrañables gestos de la heroica vida del papá del Príncipe con motivo de alcanzar una edad que antes era provecta, y que hoy podemos decir que es estupenda: mi padre sólo es un poco mayor que el rey, y debo decirles que de provecto nada.
Mientras tanto, las grandes leyes del estado han puesto una multa a unos bufones por pintar al heredero y señora en cueros y de forma indecorosa: no, no estaban sentados en la taza del retrete, se dedicaban los monigotes a gozar del roce pélvico, que se supone que lo hacen con más o menos tino pero igual furia que sus súbditos. El estado puede hablar estupendamente de los coronados sin contraste, alternativa o puesta en duda de tanta bondad pero mete un puro a los que consciente o inconscientemente no se prestan al juego.
(la izquierda puede estar contenta: la mentira sigue colando)
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