Esperanza. ¿Es incoherente que se ponga a recrear y elaborar mitos? En el entorno en que vivimos en el que lo épico es Zumalacárregui y no Espartero (o, en su defecto, los hiperbólicos cojones de su caballo), en el que defender novelas de caballerías es un acto de justicia y verdad para unos y no para los otros, ¿quién culpa a la heroica defensora del bastión de España?
Uno piensa que saber si fue el pueblo español el que se levantó frente al francés, no fuera por si en realidad fue el populacho, es cosa de apasionante materia de investigación histórica. Comprender la cosmovisión del mundo de gente que vivía antes que yo siempre me ha parecido un ejercicio de salud intelectual de lo más gozoso. No es difícil caer en la tentación de que las cosas del pasado se traigan al presente en forma de razón.
Las palabras y las ideas suelen cambiar de perspectiva. No suele significar nación, soberanía y monarquía en unos tiempos lo mismo que en otros. Como liberal no significó liberal, ya que estamos, hasta después del famoso acontecimiento de la ciudad que llaman tacita de plata. Y sigue mutando.
Supongo que todas estas cosas llevan a la Sra. Aguirre a recitar con apasionamiento esas proclamas que citan por ahí del levantamiento de una nación de hombre libres. Todo un antes y un después. 1.808. Alguien podría recordarle como el pueblo libre saludó la pugna por la soberanía nacional con el célebre vivan las caenas unos años más tarde. Es lo bueno que tiene mirar la historia: que sirve tanto para inventar mitos como para deshacerlos.
Creo yo que Esperanza se podría haber puesto más original y divertida en su curso de historia: por ejemplo, que la defensa de la independencia española se inició en Guipúzcoa nada menos que por un vecino de Mondragón, territorio pasto hoy de ANV. Y que tuvo su centro a pocos kilómetros, en Oñate, al ladito de Aránzazu: el corazoncito del sentimiento vasco donde los haya. O que Zumalacárregui se hizo oficial del ejército español (o del Rey, vete a saber) en esa misma pelea contra franceses y afrancesados. Como divertido es que Agustina de Aragón fuera de Reus y de segundo apellido Doménech.
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P.D.: Si es que la historia encuentra argumentos para todo. Compartir una idea del pasado da confort a la vida cotidiana. No es el caso de Carpetovetonia. La pregunta es cómo se construye el consenso, si es que es posible. Claro, lo reciente suele ser más peliagudo, como saber cuánto era de buena la ETA de 1973. Algunos han llegado a decir que hay que inventarse algún mito fundacional de la España moderna para hacer de pegamento en el siglo XXI. Lo de 1812 me da que no genera espumas de pasión. Osadas afirmaciones como esas llevan a dar por buenas las invenciones de Sabino como contrapunto: será cuento, pero como cuento me dicen que tengo que tener, lo de Jaun Zuría y Bizkaia por su independencia es un relato de lo más bonito. Mi ingenuidad perpetua reside en hacerse la pregunta obvia, que de puro obvia, no hay quien la haga: ¿De verdad queremos vivir juntos? Antes de responderse, asuma que lo de vivir juntos entraña, generalmente, ciertas molestias. Las ventajas ya las tiene y no se ven. La cosa es si la soledad, que suprime las molestias, tiene ventajas menos interesantes y otro tipo de molestias.
P.D.2: la otra pregunta es si en una era post-Rajoy, que llegará, esta Esperanza tiene condiciones para que sus relatos épicos sean tomados en serio más allá de Madrid. Condiciones significa "hacer creer". O si el malvado Gallardón y su pasteleo traicionero tiene más opciones de no se sabe qué, porque algún día tendrá que decir lo que piensa de verdad... y a lo mejor no tiene un cuento mejor. Los de José Luis se apuntan a todo, no se preocupen, que son plurales.
Esta curiosa y hermosa foto es del señor Marcelo Montecino
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