lunes, marzo 05, 2007

¿In dubio pro José Luis? (o el retorno de las salchichas)



No estoy seguro de si es la suficiente, pero empiezo a tomar distancia del asunto de la semana que no es, como pueden ver, el abismo en el que caen las bolsas internacionales y la posibilidad de que se inicie un cambio de ciclo de tomo y lomo: de ser así, es lo que le faltaba a José Luis, se le pueden empezar a estropear las estadísticas de aquí a la renovación de su mandato. Mientras, fanfarria y cinco jotas para todos, nativos y emigrantes, seguidores y disidentes.

El asunto de la semana es la pasión y muerte frustrada del conocido asesino de veinticinco personas De Juana Chaos (tanto se repite el nombre por doquier que dudo de mi gusto literario al caer en otra reiteración más), ese cuyos progenitores no pudieran decirse que tuvieran precisamente un pasado de represión y persecución en el antiguo régimen y cuya madre, enferma y sin enterarse ya, es atendida por la viuda de otro muerto por la misma causa y leyenda que los veinticinco de Iñaki. ¿De verdad hubiera muerto? Primera duda, pero la menos relevante. También dudo que naciera llamándose Iñaki, pero es intrascendente: uno se hace llamar como más le guste.

La distancia sobre la que me he elevado me permite ver las cosas así:
  • La decisión es legal. Seguro. Pero es que no hay más remedio que sea legal. Y si no lo es, debe ser por matices y complejidades lo suficientemente encontradas como para que su desentrañamiento conlleve larguísimos procedimientos jurídicos. Así que sin saber nada de derecho penitenciario, presumo que el Gobierno es suficientemente capaz, sensato y sagaz como para haber revisado todas las líneas de su decisión con los más brillantes abogados del estado a su alcance y dejarla sin fisuras o con las fisuras más finas y delgadas de que se ha sido capaz. Se convierte en un hecho irrelevante, porque un gobierno no puede adoptar una decisión ilegal. Me dirán que sus antecesores socialistas se lucieron con varias, es cierto. Y que a José Mª le imputan algunas, es verdad. Pero aquí no cabe mucha componenda: había que poner todo el esfuerzo en que fuera legal o difícilmente reprochable.

  • ¿Es humanitario? No entiendo la insistencia en este punto. Es igualmente humanitario, de acuerdo con los estándares que se usan, la alimentación forzada (digamos, que el catolicismo en general, debería estar de acuerdo en evitar un suicidio; digamos que la ética médica convencional debiera hacer lo mismo) junto con los cuidados sanitarios de la máxima calidad. Pero para esto es indiferente el estatus jurídico del preso: puede estar preso con todos los grados del mundo - me corrijan - en un hospital militar, por poner un caso.

  • ¿Es una decisión política? Lo es desde el propio momento en que la señora Vicepresidenta del Gobierno dice que lo es. Y tiene razón, las autoridades hacen una interpretación de la ley que está en sus potestades y ajustándose a derecho podrían, salvo error por mi parte, decidir una cosa como la contraria: entra dentro de la discrecionalidad que supuestamente deben tener el poder ejecutivo.
La cuestión maldita es si la decisión política, que por descarte y reconocimiento es evidente que lo es, además de ser política es un precio. Un precio inasumible. No diré traición, que es un calificativo destestable e inadecuado: ser traidor es otra cosa. ¿Puede ser un precio asumible? ¿Sería factible, moral y políticamente que pudiera aceptarse un cierto precio?. Releo una vieja nota mía sobre la fabricación de salchicas y su significado Bismarckiano para la política y su correlación con los sapos. Asómbrome del parecido de la situación a la de la primavera de 2006. Y ha llovido algo desde que él nos dijo que iba a ser como un apellido polaco: largo, duro y difícil (este es un chiste para cinéfilos irredentos: véanse Punchline).

Necesimos una vara de medir, un criterio. Leo en alguno de los múltiples espacios de mixtura de información con intoxicación que el mismísimo Arnaldo se hubiera ido a convencer al mártir de que aceptara la solución propuesta por el Gobierno. En otro sitio, leo que ha entrado a pie en el nuevo hospital para cuidar de su humanidad agonizante. Observo que el tipo decide comer (¡vivir!) al aceptar su nuevo estatus penal a pesar de ¿comerse? (perdón por el chiste) sus propias palabras: la libertad o nada. ¿Tendrá esto la misma consistencia que lo de "Navarra o nada"?. Puesto que no es libre, da que pensar.

Entendemos que es precio político si la decisión se toma a consecuencia de la presión (el chantaje del propio preso) y no por la adecuación a las causas legales que lo permiten, condición previa que no se puede evitar. En los mismos espacios de información/desinformación abundan los detalles sobre la trayectoria jurídica del angelito. Cumplida su condena, le cae nuevo paquete con una pena que es bien cierto que parece más una venganza que hacer justicia. Parece cierto también que, a diferencia de los reinsertados del pasado, no media renuncia previa a la violencia para defender sus ideas. En definitiva, uno piensa que le asiste al preso todo el derecho del mundo a recibir un trato penitenciario favorable, pero que él mismo ha creado un problema de un calibre enorme por su propio acto militante: no se ha preferido llevar el caso en silencio dentro de la cocina oculta del conocido como proceso. El Sr. De Juana ha elegido hacer política, no cabe duda.

¿Si hubiera empezado a comer, se hubieran esperado unas semanas y luego se hubiera aplicado una medida penitenciariamente favorable sería un precio? Sería fácil haberlo presentado como generosidad. Pero si el militante en huelga ha vuelto a comer sólo después de una decisión favorable, aunque no plenamente coincidente, a su petición de gracia chantajeada con su vida; si el acto que él ejerce es político, pues ni ha preferido mover su asunto en silencio ni ha renunciado a la violencia, si la propia Sra. Fernández dice que es una decisión política, empieza a ser verde y con asas: es un precio político. ¿De cuánta enjundia?

Para algunas lecturas basta con que sea un precio, por pequeño que sea. El estado ha accedido a la presión de una organización terrorista dándole una victoria única. El propio The Times adevertía de este riesgo: si el IRA no triunfó con sus huelgas de hambre fue porque pudo comprobar que, fuera la que fuera la presión, el estado era imbatible: ahora ETA sabría que puede obtener favores. Es ingenuo pensar, a pesar del desconocimiento generalizado de todo que ha demostrado José Luis (hoy, Erkoreka en El Mundo, lo confirmaba($)), que después de la T-4 este movimiento no está calculado y pactado con Otegi. Sería abrumador comprobar que se ha lanzado a algo así sin estar muy seguro de que ha obtenido algo a cambio, lo que sea, porque no lo sabemos. ¿Ese algo a cambio es un beneficio tan superior que convierte el precio en un miniprecio?.

El tiempo irá mostrando todo. Yo no creo en la hipótesis de la venta de Navarra. Sí es evidente que Navarra es una pieza del sustrato político de eso que conocemos como problema vasco. Y esa pieza va a tener un tratamiento, un tratamiento posiblemente muy sencillo con la ley en la mano: si José Luis hiciera un referéndum en Navarra, ¿sería un precio político? Como condición para dejar la violencia, es un precio, efectivamente. Un referéndum en el que saliera no a la incorporación de Navarra a la CAV, ¿no sería resolver una posibilidad legal que puede tener un efecto muy duro sobre el nacionalismo identitario? ¿Sería entonces el precio una bendición? El Presidente del Gobierno ha insistido públicamente en lo que es su deber: sin condena de la violencia no puede haber nada de nada.

Se acercan las elecciones y esa es la piedra de toque. ¿Cabe esperar una condena taxativa de la violencia antes de las elecciones? Me temo que no. ¿Buscará Otegi mecanismos que se le parezcan como el arresto domiciliario para De Juana Chaos? Es decir, un sí te pago un precio, pero sigues cumpliendo condena, aunque la condena sea sólo formal y no en la práctica. Es ahí donde vamos a determinar el valor de los precios pagados y la relación coste beneficio. Pero una cosa es cierta: José Luis no ha utilizado los meses de recomposición del diálogo para involucrar a la oposición en él, y ese puede ser el precio más alto. Oíamos ayer en boca de Arcadi: "...una sociedad dividida no puede negociar ni la rendición ni la paz. Como máximo, sobrevivir".

El asunto del fin de ETA, no sabemos de si la violencia, siempre ha sido una cuestión sobre cuántas veces hay que taparse la nariz y acerca de qué con tal de no efectuar ninguna concesión política ¿real?. En la duda me quedo, porque es evidente que esto continúa y el panorama electoral no es precisamente un sueño para la oposición: el dóberman sólo les hace daño a ellos, y el telediario de la uno sacando pancartas de "España una y católica" y los cócteles molotov en una casita del pueblo del PSOE causan desgarros, muchos más desgarros que el que una multitud le pegue a Piqué en un mítin en Cataluña.