En este mundo cruel en el que PRISA dice pupa, Felipe se asombra del clima crispado, José Luis fabula con sus hadas, Mariano persiste en no caer en las garras de alguna palabra que reúna los significados de astucia, estrategia y análisis más unas ciertas dosis de realismo, un servidor no puede menos que salir corriendo y dedicarse a disfrutar de la grandeza de la vida cotidiana. Esa que uno espera que todos los anteriores juntos no terminen de fastidiársela.
Observen con detenimiento el espectacular arroz que Berlin Smith Chimp ha urdido y dado cuenta en esta mañana de sábado:
Mi pescadero favorito me ha preguntado solemnemente si deseaba que los chipirones que le he pedido fueran nacionales, pregunta que por un segundo me ha hecho pensar si el clima de atrincheramiento prebélico que al parecer se vive se había trasladado a esos espacios tan interesantes que son los mercados de productos frescos. No sabía si vendrían envueltos en papel rojigualda o tarareando el himno nacional por falta de frescura.
La diferencia entre los nacionales y el otro género del que disponía nuestro pescadero, se reducía a ser los primeros frescos y los segundos congelados. El propio aspecto hacía evidente que nuestros chipirones nacionales eran el manjar preciso para hacerme más alegre la pitanza: nada de chipirones congelados.
Unos preceptivos ajos, la carne de unas ñoras, esas espléndidas judías verdes que pueden contemplar, sabrosísimas chirlas, azafrán que me traje de Persia, más una base que hice el otro día con un carabinero, un hueso de rape y unas honradas hortalizas terminaron lo que ha sido, no lo duden, una obra de arte. La siesta complementaria no le iba a la zaga.
Todo ello se lo cuento por dos razones: para que vean, por un lado, que tanto análisis introspectivo de uno mismo no me ha dejado sin mi natural optimismo y, por otro, para que Ricardo Royo no se piense que tiene el derecho reservado al alarde de cierto saber hacer con el fuego y las sartenes.
|