viernes, marzo 09, 2007

De mi jauría a tu jauría


Sin embargo, en la lejanía suena una voz, una voz, y un temor, y el correr de la jauría

Eurípides, Las Bacantes



Seguramente nadie como mi buen compañero de intrigas y discrepancias, el enorme Ricardo Royo, para encontrarle los paralelismos con el presente a estas palabras sueltas del coro de una tragedia griega: tenemos voces (¿la radio de los curas?, ¿la red de los liberales neofascistas?) y temores, el sudor frío a muchas cosas, a que pudiera gobernar gente como ésta, a que ganen la calle, a que regresen los hijos de Aznar o los campeones de la guerra.

Los temores no son únicos. Como no lo son las voces. Para la prensa llamada de progreso, la aparición de águilas en las enseñas rojigualdas es una mezcla de susto impostado con alegría eufórica que, advertidos por todos los Watson opinadores que siguen el argumento, permiten suspirar elemental, queridos: la derecha era eso, se ocultaba en una comedia de liberalismo y democracia pero en realidad no es más que un dóberman con uniforme del fascio listo para acabar con nosotros. Para la prensa de papel, bits y bytes, y para las ondas flamígeras de las emisoras de opositores irredentos, todo parece reducirse a una reencarnación de chequistas y enemigos de la Patria (¡de España!) que quieren arruinar su incólume tradición cristiana y su innegable realidad como Nación (una nación enorme, que requiere muchas mayúsculas).

Qué angustia. Al bueno (sí, bueno) de Ricardo Royo no se le ocurre otra que hacer una de las suyas y burlarse muy literariamente del tono apocalíptico que frecuentemente nos invade en las ondas y bytes opositores. Yo creo que unos y otros se han olvidado de algo que he leído que suele decir el ídolo Losantos: que por la radio la ironía no se ve (o no se oye... yo creo que me entienden, ¿no?; es que escribo de memoria). Muchas veces en los textos de Ricardo hay que ser un poco iniciado para ver el pitorreo y el empleo de esa figura literaria que consiste en hacer entender lo contrario de lo que se dice. Yo ahora voy a hablar bien de él, en medio de la tormenta, y aún sin saber si tengo todos los datos del mundo como para saber si tiene algo que se le pueda reprochar y que yo no conozco. Como estoy seguro de que yo también debo tener cosas reprochables, me parece justo centrarnos en la tónica habitual, o en el mar de fondo de un individuo.

Miren: sigo su blog hace mucho tiempo y doy fe que tiene enorme cuidado en no dar pábulo a faltones, maleducados, trolls y otros entes agresivos. Doy fe de que da cancha y respeta a las personas que, como yo, no solemos estar de acuerdo con muchas de sus posiciones. Que recomienda blogs que no son de su pensamiento, que no rehuye el debate y que, hasta en medio de las grandes trifulcas como fue el atentado de la T-4, se cargó de responsabilidad solemne y anduvo buscando cordura por la red y formas de integrar a los que ahora le tiran las lanzas. Le he visto disculparse cuando se le ha ido la lengua. Y doy fe de que no puede reprimir el pitorreo la exageración y la hipérbole para todo. Lo hace escribiendo bien para más fastidiar. Por todo eso, no entiendo la gran exclusiva de Libertad Digital la otra tarde queriendo dar por hecho que las grandes voces de nuestro Falstaff de la red son una verdadera llamada al asesinato: una suerte de proclama de hutus contra tutsis.

Les cuento más: yo he debatido mucho con él acerca de su demanda (¿o era querella? todavía seguimos así...) al gran freak de la radio, esa especie de telepredicador de su propia España que es el muy interesante personaje Federico Jiménez Losantos: una pena que no haga periodismo, sino proclamas; una lástima que sólo acepte como verdad la suya, una tristeza comprobar como hay tanta gente que se toma tan en serio a los popes de la radio. Podría valer para el tranquilo Iñaki, al que suele perderle la propaganda finamente encubierta de sosiego y principio de autoridad.

Pero decía que he debatido mucho con él para decirle que no tiene razón. Que los discursos de la COPE son como espejos deformados, pero que eso forma parte de la vida, que hieren la sensibilidad de algunas personas, es cierto, pero eso sucede también al contrario. Que carecen de algunas cosas que yo pido al periodismo (al menos el intento de querer ser imparcial, ya no tanto que se consiga), pero nadie me obliga a escucharlo, sólo lo justo para formarme mi opinión. Y que también cabe y se debe decir que en el ruidoso revuelto que componen el entramado mediático (qué palabra tan cargada de presunción de sabiduría para el que la pronuncia) de los Losantos, las Copes, las libertades digitales y otros afines, hay críticas y voces que de otra forma no se oírian ni existirían en los medios que podemos llamar convencionales y que tienen mucho sentido. Sobre todo para los que pensamos que el predominio en la opinión pública de las ideas consideradas como verdades por lo que se suele llamar "progresistas" requiere contrapeso.

Me estoy yendo a otras consideraciones. De lo que se trata es de que Ricardo Royo no es un monstruo, que no le creo capaz de pensar lo que se le quiere atribuir, que tiene un buen blog, que es vanidoso aunque muy divertido y capaz de reírse de sí mismo, y que ya va siendo hora de que todo el mundo recupere la cordura: la crítica irónica, el libelo y el exceso en busca de gracia y destrozo del rival tienen su sitio al lado del análisis sereno, el dato y la especulación razonada. Sospecho que para esto hay que saber leer. Quizá la red lo que descubre al ponernos todos al alcance de aquéllo tan envidiado que es ser columnista (qué solemnidad de palabra, redios) es que no todos los que se sospechaba que sabían leer saben leer y, todavía más claro, que son muchos los que no saben escribir.

Oiga, Royo: puede ponerse como quiera con sus cocochas, pero a mi padre le sale mejor el bacalao. Y sobre esto no admito discusión. Toma tolerancia.


(que Machado lo resumió todo: De diez cabezas, nueve/ embisten y una piensa. /Nunca extrañéis que un bruto / se descuerne luchando por la idea.)