Soy vago. Muy vago. Cualquiera de los que vienen por aquí se habrán dado cuenta. A veces me dejo párrafos con las comas cambiadas o frases de una extensión que lleva al borde del fin respiratorio y que se convierten en nuevos relatos que han dejado al anterior inconcluso. Son cosas de las carencias, las materiales y las psíquicas: no tengo impresora, y yo no corrijo bien los textos que no puedo ver y tocar físicamente (como que me quedo falto de perspectiva). La otra carencia, la psíquica, es la pereza y el salto de atención a otra partícula del universo, que me restan de ganas de volver a algo que ya está ahí.
Seguramente es por eso (dejemos el talento aparte, porque de sin talentos están llenas las estanterías) por lo que soy incapaz casi de iniciar, no digamos de concluir, novelas. La tragedia reside en que probablemente no sirva para otra cosa. En un oído un amigo dice que lee mis líneas cuando se le aparece un cierto tono proustiano: resulta encantador, aunque seguramente también conmovedoramente irónico. En el otro oído, otro amigo susurra sus decepciones a mi deriva: sólo me perdonaría mi politología mágica y mi incertidumbre trasladada al lector, esa que me dice que no se entiende nada, si esto fuera Macondo. "En fin, literatura" (Rayuela: capítulo 18, Julio Cortázar).
Me asusto con las ensenadas llenas de banderas. Me asusto con los himnos cantados a coro. Me sobrecoge la seguridad colectiva en forma de marcha, palabra que me sugiere arrollo, de arrollar. Embestida, cornada, prolegómeno de orgasmo, barrido, escoba. Me sucede al contemplar las gradas de los equipos de fútbol, las suaves praderas alavesas que albergan pueblos enteros en pie tras la llamada de la patria, las avenidas que esperan a sacerdotes de blanco prístino e inmaculado, las mareas rojigualdas en busca de ubicación, las subidas a Montserrat. Me acongojo con las proclamas y las gargantas que mastican palabras como traidor, fascista, cobarde, asesino, enano... Siempre habrá alguien para recordarme que se trata de justicia y razón, pero qué le voy a hacer, la precaución ante tanta gente junta es el rescoldo que me deja el miedo a las habitaciones oscuras del niño aquél del que me despedí.
No lo puedo evitar. La vista me devuelve en el mejor de los casos la sensación de frivolidad, el que cuestiones complejas queden simplificadas en un color, pienso que la emoción que sienten los marchadores sólo son paja seca en busca de su chispa. La sensación irremediable de que el que se emborracha del gentío cae en la misma injusticia de la que quiere defenderse. En la memoria, aquél americano que me relataba fascinado su recuerdo de España, que resumía en algo tan mágico para sus oídos como la acumulación de visiones del universo, tan impropia de su arquitectura protestante, que concita el dicho "en este mundo cruel, nada es verdad ni nada es mentira, todo es del color del cristal con el que se mira". Esta tierra, que es drama y que es copla. Si sólo fuera bolero.
El exilio de Luis dice entenderme. Mientras tomaba partido en la persecución de las jaurías de la última semana, Manel Gozalbo me regala un tesoro:
Prefiero equivocarme por ingenuo que acertar por sectarioEste inocente elige ésta como su condena."Todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra".
Al fin, Macondo.
|