viernes, septiembre 14, 2007

El canon como yugo y el propagandista herido



A veces, acumular lecturas genera el clásico proceso de exceso de información, un embotellamiento mental que olvida que, antes de empezar a leer, la claridad de ideas era mayor y la simplificación más sana. Está la contrapartida de poder ser superficial, pero...

Pero si uno se queda con los hechos simples, el propio sentido común se suele mostrar en todo su esplendor: o sea, que unos señores se van a llevar un porcentaje de la venta de miles de productos sin demostrar que han sido usados para lo que dicen que van a ser usados: el mundo occidental y su tradición legal, al revés. A lo mejor, un gran letrado me aclara que no, que esto no es una patada a los fundamentos del derecho, pero me lo tienen que explicar. Dos: que recaudan el dinero por una prebenda legal y lo reparten de acuerdo a unos criterios que deciden ellos sin dar cuentas como se debe esperar a la misma sociedad que le pone la prebenda. Esto también choca con mi concepto de lo occidental y el derecho.

La cosa no termina ahí: emplean el dinero para competir con empresas privadas que, por supuesto, encima les están pagando al comprar sus productos (si hago un uso profesional, no puedo recuperar lo que pago). Compran bienes raíces en el mercado aumentando el patrimonio de las sociedades de gestión sin que revierta a los autores que dicen representar. Todo esto choca mucho más con mi sentido común.

Lo peor de todo: es que no oigo a esos liberales derechistas que se presentan a las elecciones decir que van a terminar con toda esta fiesta de saqueo al ciudadano... y a los autores: los fondos no reclamados ¡se los quedan! Como en las viejas teorías sobre el control de las corporaciones modernas, no son los accionistas, sino los directivos los que ostentan el poder y los que más se benefician del río de dinero. No veo a la izquierda clamando por transparencia y pidiendo a la SGAE que publique los listados de todo lo que se lleva cada autor por todos los conceptos. Se rogaría que especificaran qué parte viene del canon.

Más aún: cada año que pase sin derrumbar esta estafa el monstruo es mayor, imparable, inabordable. La enormidad del dinero entregado a esas presuntas entidades sin ánimo de lucro, que se dicen semipúblicas, se convertirá en una hidra de siete cabezas imposible de derribar.

Clamo ya por una lista de países que vendan productos sin canon para saltarme todos los privilegios. Clamo ya por el asalto a la Bastilla y abrir los cajones de la SGAE (y de las otras) para ver cómo se llevan mi dinero. El espectáculo se cierra con el artista revolucionario, ese hombre que dijo haber traído o contribuido a traer el punk londinense a Madrid: ese movimiento que escupía a los espectadores o insultaba a su majestad británica, esa reivindicación de la provocación, la suciedad y la autoinmolación en forma de sobredosis. Ese hombre demanda a unos chavales - que diría él en el pasado - porque dice que le insultan. Qué poco fuste.

Ramoncín se nos ha aburguesado, me pregunto si sigue teniendo futbolín. Pero lo mejor de todo, es que el punk era una estafa comercial, y que por el punk supimos que el rocanrol era una estafa comercial. Que Johnny Rotten se reía de nosotros mientras contaba billetes y proclamaba a los cuatro vientos it's a swindle. Of course, it is.