Las ocasiones importantes se presentan pocas veces. Es evidente, que si fueran omnipresentes dejarían de ser importantes. De ahí el olfato del líder, del que tiene sentido de la oportunidad, del que percibe qué hacer y cuándo hay que hacerlo. Mariano no lo ha visto.
Con el Gobierno despeñado, con el José Luis más solitario, flojo, decepcionante y pobre de argumentos que se ha visto desde que se le conoce (porque nadie sabía quién era), en una de esas situaciones que marcan la vida de un político, Mariano ha quedado diluido. Era su ocasión de presentarse como presidenciable, era su oportunidad de ganarse el puesto (ese dedo tan español que lo puso ahí...), de que todo el mundo, le votase o no, lo sintiera como un líder fuerte, con opciones de ganar y representar una institución (primer ministro del Reino de España) que nunca ha estado tan barata.
No sabemos si Mariano y su club de fontaneros en Génova ven El Ala Oeste. Lo que es seguro es que, como la fontanería de enfrente, no se aplican sus reglas. Ayer era el día del discurso, de medir los tiempos, de saber lo que se hace. Con el estado mental del que tiene una uva en una mano y un espumoso de inconfesable procedencia en la otra, Mariano apareció en un lugar oscuro, con los tiros de cámara perdidos, sin el escenario adecuado (el poder, la Iglesia lo sabe muy bien, es rito y escenificación: que el pregunten a Pujol, que hacía ponerse a los periodistas de pie antes de entrar) y, lo que es peor, sin discurso: repetir con su pobre voz carente de los tonos radiofónicos que sí tiene José Luis únicamente las frases "que deje de negociar".
Ayer era un día para haber vuelto a Madrid. Haber esperado a las declaraciones del presidente del Gobierno y haber aparecido en un escenario luminoso, con gesto grave pero resuelto y convencido, haber jugado política a lo grande: si fuera un verdadero líder habría comprendido que el atentado era su ocasión para recuperar una posición central en la política española y ponerle al Presidente del Gobierno en la necesidad de contar necesariamente con él para cada avance.
Lo explico: era el día de la generosidad de la que hacen gala los verdaderos detentadores de poder, el día en que sientes que has sido agraciado por quien te puede agraciar y, ayer, sólo Mariano podía hacerlo. De empezar sus primeras frases apoyando al ejecutivo de modo rotundo e inequívoco en su desprotección frente a los terroristas, de dejarle claro a ETA que no pueden con un país y que el efecto político de su acción, la división, no va a ser cosa del Partido Popular. Aunque bramara aquello que antes se llamaba el búnker.
Hacer eso no significa renunciar a la verdadera diferencia política sobre este asunto. Concedido el apoyo, era el momento de que el país comprendiera (un sueño, millones de ojos pendientes de él, dispuestos a dedicar unos segundos de atención, esa quimera del presente, el momento de hacerse entender) por qué no se apoya el proceso de la forma que el Gobierno lo ha hecho y de tal manera que reduzca su espacio para continuar por el mismo camino: la diferencia esencial, la diferencia con el resto de ocasiones y con lo que hizo Aznar, es que hasta ahora todas las concesiones a ETA han sido paz por presos y hoy existe la obviedad de que se exige un proceso político paralelo al proceso de presos.
Esa es la diferencia. Es la novedad. Diga lo que diga el Gobierno, el partido que le apoya y su cámara de seguidores en los medios, si hay una diferencia entre este "proceso" y cualquier otro es que en éste se asume que hay contenidos políticos. Que se rompe el principio de paz por presos. Es ahí donde Mariano tenía cogido a José Luis, teniendo en cuenta que el propio diario El País, que ya se sabe que nunca miente, se ha ocupado de explicarlo detenidamente en dos informaciones que uno no sabe cómo no han roto las radios (cierto: Federico está de vacaciones). ¿Pero por qué la derecha española se explica tan mal? ¿No pueden hacer un cursillo con todos los videos de Reagan y Margaret Thatcher para que se vea cómo se le explican a un páis las cosas? Es que ellos donde ganaron fue ahí.
No estaba, tampoco, Sam Seaborn. Para escribir un texto solemne. Para hacer ensayar un discurso en el que la forma debía ser muy superior al contenido. Para ganar a la opinión pública haciendo saber que se está con la institución y que se haga evidente que tiene una doctrina alternativa realista, que ellos estarán dispuestos a ayudar siempre bajo la condición, y ahora la ciudadanía no aceptaría otra cosa, de que hablemos de paz por presos. Gobierno y oposición tendrían agarraderas para apoyarse el uno al otro frente a sus electorados el día que todo esto vuelva a comenzar, porque volverá. Y Mariano, a un año de las elecciones, sería LA opción ante un nuevo fracaso, una concesión excesiva, un nuevo desastre o cualquier otra ocurrencia sin reflexión de una ministra de cuota.
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