viernes, enero 05, 2007

Crear la agenda política (oh, sí, también Toby Ziegler)



Los entretenidos lectores de esta web, pasto de esa plaga que son las microaudiencias (a todas luces inmerecidas, déjenme un segundo de autocompasión), reclaman un espacio para ese judío rescatado del fracaso que es Toby Ziegler, otro engranaje de El Ala Oeste. Welcome, westwingers, la realidad, siempre más increíble que la ficción, vuelve a ponernos la entrada de otro personaje y su rol al cabo de la calle.

Ziegler hubiera sido normalmente un fracasado. Idealista o, simplemente, decente, es un estratega electoral que nunca ha ganado unas elecciones, básicamente porque sólo quiere trabajar con candidatos llamémosle, a pesar de lo confuso del concepto, honestos. Honestos para las ideas, honestos consigo mismos, poco dados a renunciar a sus creencias por contentar a la masa. En su lado más pragmático, cómo poner a la gente, we-the-people, por encima de los severos intereses, unas veces de estado, otras tantas de las grandes corporaciones, que son el pan nuestro de cada día de las repúblicas que tanto amamos.

Pero Ziegler no es un técnico fracasado porque no tenga un conocimiento de su trabajo, porque sea poco competente en él. Por favor, es judío, y dicen que asevera el talmud que la ignorancia es un pecado mortal. Ya sólo por eso parte con ventaja. Su fracaso es el de aquél que necesita vender un millón de botellas de vino en un país de abstemios en el que sólo viven quinientas mil personas: falta de egoísmo al aceptar un reto que sabe que no se puede ganar. Un éxito si vendes las quinientas mil posibles. Insuficiente para sacar la fábrica adelante. Así que la primera vez que gana es a lo grande: pone a un premio nobel en La Casa Blanca. Él y otros más, pero su trabajo es la estrategia de comunicación. En definitiva, saber cómo se vende el producto que tenemos.

Bartlet, el presidente católico y pro-choice en un país de protestantes generalmente antiabortistas (qué tendrán las minorías que suelen encontrar simpatías en las otras minorías) se encuentra durante su tercera o cuarta temporada de la saga (Navajas, corrige tú de ser menester) enfrentándose a la reelección en pésimo momento de su popularidad: el país sabe que ha mentido o, más propiamente, ha ocultado, su grave enfermedad, esa que le puede incapacitar para nada útil, precisamente en un país donde al menos de puertas para fuera la exigencia de mérito y cualificación es algo que tiene en cuenta hasta el tipo más tirado de la calle 42 de Nueva York. Si Rudi Giuliani ha dejado alguno.

Bartlet es, y por tanto sólo un consuelo, la literaria venganza de Aaron Sorkin blandiendo la espada de los demócratas contra los presidentes republicanos ignorantes y simples: Bush hijo, Reagan, aquél esperpento de Dan Quayle para rejuvenecer a Bush padre, no son hombres de letras. Bartlet es un premio nobel al que le encanta repartir latinajos y provocar a su staff con miles de preguntas exigentes de un conocimiento enciclopédico de la Historia y la Biblia (¿no es encantador en su ingenuidad?). Frente al inmejorable estilo comunicativo de un Reagan locutor de radio, no han tenido los demócratas hasta Clinton un tipo telegénico capaz de saberse de memoria algunas frases de Cien Años de Soledad. Rhodes scholar, para más inri. Bartlet parece un remedo de Kennedy y Clinton elevado a la enésima potencia.

Así que Toby Ziegler se acerca al oído del Presidente atribulado y perdido, con su popularidad bajo mínimos, incluso con cierta desilusión entre el propio grupo de fontaneros que le ha puesto en la silla, y le dice: make this election about who is the smartest guy, plantéale a la gente la cuestión de a quién hay que elegir de forma que conviertan el primer punto de su escala decisora en quién es el más capaz. Desconozco si, con evidente mala leche, los productores eligieron como candidato republicano a James Brolin, marido de Barbra Streisand, que si fuera la décima parte de bueno como actor lo que su mujer de cantante (que es mucha, mucha cantante), tendríamos una reencarnación de Sir Lawrence Olivier. Ziegler dijo cómo había que vender la frasca: si nuestro tipo es insultantemente soberbio y sabiondo, especialmente irritante para un país que gusta de ver gente como ellos tomando las decisiones (en un país donde todo el mundo cree que nadie nace enseñado y que no se puede saber de todo, para eso el Presidente tiene que contratar asesores a los que debe juzgar por un claro referente de valores), sácale partido a tu fortaleza y pon en evidencia la debilidad de tu rival.

El resultado es una transacción: los de Brolin, sabedores de su poca categoría intelectual, quieren pocos debates; los de Bartlet, seguros de la dialéctica del académico, quieren más de uno y de muchos temas para buscar más la evidencia del débil. ¿El resultado? Todo a una carta, pero con un formato donde el listo puede explayarse. Y gana el listo. Pero la vida no son películas, da lo mismo si la estrategia es correcta si quien la ejecuta no está a la altura.

Nuestro Príncipe ha sido bastante capaz de marcar la agenda política en torno a una palabra paz. Da lo mismo si resulta un infeliz o una suerte de Peter Pan sin Campanilla. Paz es una palabra difícil de derrotar, así que él, siendo consciente o no, se presenta como la paz. Si me votas a mí, si me sigues a mí, estás eligiendo la paz, ergo cualquier otra alternativa, no sólo es inmoral, sino que sólo puede ser la de un violento, o un guerrero, la de un amigo de las armas y los disparos. Mal asunto para el opositor, que lucha denodamente para explicar que la paz no existe, que existen cualidades de ausencia de violencia, rendiciones, derrotas y venganzas aplazadas.

El chiringuito se cae cuando es evidente que el predicador de la paz y la bondad universal no puede garantizar que la realidad sea como la espera. "Vivimos en un mundo cruel", viene a decir la abuela de los dos pobres niños que persigue Robert Mitchum en La noche del cazador: un búho, tan hermoso, se come un conejo, tan entrañable. Si no era un conejo, sería un bicho todavía más enternecedor. Los nudillos de Mitchum llevan tatuados love y hate en cada uno de sus dedos. La realidad, tan dual, tan dialéctica, tan hegeliana. La mano del odio le ha pegado a José Luis en la cara, la otra mano de los que le habían tendido la del amor resulta que está pegada al mismo cuerpo y no se sabe si se había tenido en cuenta.

Bien, la agenda política está destrozada. Es nuevo momento de elecciones. De elegir, no de votar. Para José Luis y para Mariano. No basta con saber qué alternativa le estás proponiendo al electorado. Si estás conmigo, es esto. Si estás con aquél es aquello. Mientras Albert indaga en un viejo libro mapuche la esencia de la antropología de los latinos - o de los meditarráneos - y su relación con el verbo lead, del que sólo contamos con traducciones, un personaje salido de la escena regresa y plantea una elección diferente. Lo que es más interesante, es capaz de explicarla de modo diferente, especialmente cinematográfico para dolor de Mariano: "Si quieren negociar, deben «tirar las armas y acercarse con los brazos en alto»". José Bono, que perdió la elección frente a José Luis por una miseria de votos procedente de la venganza de los guerristas, que le estaban esperando. ¿Se tragarían la traición hoy?

Las mayorías muchas veces se equivocan cuando eligen a sus dirigentes (déjenme reconocerles que yo pienso que la mayoría se ha equivocado al elegir a José Luis, pero lo bueno es que podemos echarle con otra mayoría que tiene serias posibilidades de volver a equivocarse). Pero es lo que hay y son las menos ineficaces reglas del juego de las que disponemos. La cuestión política se ha trastocado tanto que ya la agenda está marcada por el José Luis, sí; José Luis, no. Para contrarrestarla, el Príncipe se ha ido al lado humano, sostenella y no enmendalla, si me reafirmo heroicamente como campeón de la paz, soy un santo y no un ridículo. Mientras las bombas sin explotar van dejando hueco el discurso, en sus propias filas surge la desaparición y un líder olvidado que tiene una nueva propuesta: "con los brazos en alto", el aliento que la ciudadanía - ¿la nación? - probablemente quiere escuchar de su padre, líder, campeón, héroe.

El Príncipe y su opositor están aturdidos. Necesitan un Ziegler cercano que susurre al oído. El bosque de Birnam parece moverse. ¿Es así? Nuestras mentes son simples, esperan saber dónde reside el bien y el mal para creerlo y hasta para votarlo. O botarlo.